Testimonio de Turquía y su nuevo sultán
En el último año he estado dos veces en Turquía. En ambas fui comisionado por la Unión Europea para impartir conferencias y elaborar informes sobre la situación y formular recomendaciones acerca de Derechos Humamos en este país. Si la primera vez que acudí me quedé por mí mismo muy impresionado por el bajo nivel de respeto de libertades y derechos básicos, a mi regreso a Ankara, meses después, mi sensación fue de honda preocupación. Esta tiene reflejo en los informes oficiales que trasladé a la Unión Europea, aunque no sé en qué cajón quedaron. Sé que no gustaron en Turquía pues eran ciertamente muy críticos. Bastante más de lo que antes de volver por segunda vez pensé estaba sucediendo.
Así pues, esto no es solo un análisis sino sobre todo un testimonio. De ello dejé abundante información en mi TL de Twitter a finales de enero pero también en un artículo en eldiario.es donde a propósito del retroceso de derechos también en España escribí Rajoy se hace el turco. Era el 7 de febrero, apenas un mes después de celebrar elecciones aquí y mi análisis ya apuntaba que Rajoy seguiría el ejemplo de Erdogan de dejar pasar el tiempo para provocar unas segundas elecciones. Es lo que hizo el gobernante turco (al que Rajoy había acompañado un año antes en un mitin islamista) y luego aplicaría aquí el corcho flotante hispano. Ambos políticos incrementarían escaños y les saldría igual de bien… aunque no del todo. Si fuese por el de aquí, llegaría a provocar las terceras elecciones.
Tras la configuración oficial de la ideología kemalista (1923) que quería construir una nación moderna, democrática y secular que en su momento hizo de Turquía uno de los Estados más laicos del planeta frente a la deriva actual de islamismo cada vez más radical y excluyente, hay un punto de inflexión en el otro golpe de Estado que patrocina Erdogan no ya para contrarrestar el de los militares (siempre en línea laicista) sino para pretender justificar e intensificar lo que es un régimen muy autoritario a base de más represión y eliminación de controles. Entre ellos, el esencial: el judicial.
Mi dedicación al ámbito OSCE, sobre todo al mundo post soviético al que he dedicado tres últimos libros me hacen recordar similitudes y diferencias de hacer frente a un golpe de Estado. Me estoy refiriendo al que se efectuó contra Mijail Gorbachov hace justamente 25 años. El 21 de agosto de 1991, confinado el presidente soviético reformista en Crimea, fue Yeltsin el que hizo un llamamiento a la población civil. Esta se personaría en miles y miles de personas a proteger la sede del Parlamento ruso y sus inmediaciones. La movilización de la ciudadanía fue determinante para detener el golpe. En la iconografía queda la imagen de aquel líder de pelo plateado subido a un coche arengando a la multitud. Se enfrentaban a los tanques y a ello había que unir las dudas de numerosos jóvenes militares golpistas que muy pronto y apenas sin sangre (salvo un incidente por atropello en la próxima calle Chaikovski) se rindieron y confraternizaron con la población. Lo relato con detalle en mi libro Gorbachov, ocaso y caída del imperio rojo junto con el periodista en Moscú Rafael Mañueco y prologado por el propio Mijaíl Gorbachov.
Esta es la similitud fundamental de la acción ciudadana de ambos pueblos el de Estambul y el de Moscú (en el caso del 23-F español aquí nadie salió a la calle sino más bien alguno se escondería bajo la cama). Pero hay diferencias fundamentales. La primera es la presencia de los líderes. En el caso de Gorbachov, retenido en su dacha veraniega junto al acantilado de Foros, otra persona, el líder de la República Rusa (eran 17), Boris Yeltsin, desde su concepción mucho más liberal que el propio Gorby y, sobre todo, que los golpistas, comunistas conservadores de la caverna y que eran altos cargos de la URSS, el propio Yeltsin convocaría y lideraría en persona. Eso, tras lograr frustrar el golpe, le haría vencedor y de hecho una vez rescatado Gorbachov, este se convertiría en “prisionero político” del Yeltsin, más demócrata y nacionalista y menos soviético que el propio líder hasta entonces.
En cambio, en Turquía, el presidente Erdogan estaba fuera. Salieron noticias de que se encontraba en el extranjero, lo cual es bastante verosímil, dado que solo se conectó por una red social. Las versiones oficiales se limitaron a decir que “estaba en un lugar seguro”. Desde afuera hizo, horas después, un llamamiento ferviente a la población civil para su movilización. Y esta fue efectiva. En este sentido, frente al cierre de ojos de la UE, la deriva de Erdogan estaba llevando al país a una radical islamización. Afortunadamente en las segundas elecciones no obtuvo los 3/5 de votos para cambiar la Constitución como pretendía pasando del laicismo histórico en Turquía (desde 1924 e impulsado hace años por los militares y por el gran líder histórico Atatürk) a una declaración oficial de Turquía como “Estado islámico”. Tampoco pudo convertir el Estado en una República presidencialista, acumulando poder y más poder. Hace poco denunciando esto, el primer ministro dimitiría pues es un cargo que pretende acumular Erdogan y mientras tanto, tener un títere.
¡¡¡Santo Dios, Alá o lo que sea!!! Ese es el país y dirigencia con el que la Unión Europea se relaciona buscando cómplices para el genocidio de los refugiados que huyen de la guerra siria y que nos molestan aquí.
De mis estancias allí, podría contar muchas impresiones, sobre todo a nivel de gran retroceso democrático y de derechos humanos. Entre los más afectados está la libertad de expresión, con frecuentes sanciones a cualquier disidencia aunque fuese en forma de poemas. Tras Rusia es el país miembro del Consejo de Europa que más condenas tuvo el año pasado en el Tribunal de Estrasburgo por violaciones a la libertad de expresión. Las sanciones incluso encarcelamientos por esto aumentan al igual que el control de lo que se dice en redes sociales. Estoy hablando de Turquía aunque acaso algún autor avezado relacione esto con lo que está sucediendo en España con la ley Mordaza y las crecientes sanciones y cazas de brujas. ¿Casualidad? No.
La otra cuestión que quería relatar es quiénes paran el golpe y en nombre de quién lo hacen. En este sentido, el rumbo islamista impuesto por Erdogan es lo que le salva. Sus seguidores son acérrimos partidarios de esa línea religiosa , sobre todo en la rama suní. Numerosos turcos que acudieron a contrarrestar la presencia de los tanques lo hicieron invocando el nombre de Alá, no pensando en la democracia o la nación rusa como en Moscú hace veinticinco años. Aquí el motor del contragolpe es la identidad islamista, cuidada y fomentada por el propio dirigente turco. Debe resaltarse lo que significa que tras la apelación de Erdogan, desde todas las mezquitas de Ankara y Estambul se hicieron llamadas en los minaretes o alminares para que la gente saliese a defender el sistema. ¿Casualidad? Pues tampoco.
Voy a contar algo que refleja de qué país hablamos. Ahí tiene un ciudadano o un turista todas las mezquitas abiertas para el culto musulmán (o en su caso visita), pero en cambio, en la capital del Estado, Ankara, si un católico quiere acudir a un servicio religioso o sólo rezar en un templo de su religión no puede hacerlo. Sólo tiene la opción de desplazarse nada menos que a la Embajada del Vaticano o a la de Francia donde respectivamente están habilitadas una capilla y una sala para culto. Si uno de los elementos fundamentales de la democracia y los derechos es el pluralismo, este es el que hay en materia de libertad religiosa donde incluso puede añadirse que la Iglesia católica no tiene reconocida personalidad jurídica.
El otro aspecto comparativo que quería destacar de ambos hechos separados por veinticinco años fue el resultado. Ambos golpes del Estado fueron parados como expresamos por la reacción popular. Pero mientras que en el caso ruso lo que sirvió fue para impulsar un proceso liberalizador e incluso de supresión del totalitarismo del Partido Comunista como partido único, en el caso de Turquía el efecto sería el contrario. Esa intentona frustrada está siendo utilizada (con el silencio de la UE) por el dirigente para impulsar aún más una deriva autoritaria ya prácticamente totalitaria. La represión ya comenzada tiene varios exponentes, entre ellos, el cese de 3.000 jueces y también militares (donde el laicismo predomina) incómodos. Quiere controlar todo y así como los ataques yihadistas le dieron excusa para intentar seguir exterminando al pueblo kurdo, este fallido golpe ya está siendo utilizado para incrementar la represión, limitar los derechos civiles, eliminar los controles del poder y, en definitiva, disminuir aún más la tenue democracia.
¿Este es el socio preferencial de la Unión Europea? ¡Que vergüenza y que indignidad!