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Tranquis, ya han quedado

Pedro Sánchez, saludado por Alberto Núñez Feijóo tras su investidura el 16 de noviembre.

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Su paciencia consigo mismo es infinita

Bertolt Brecht

Hay un viejo dicho en Islandia que me contaron el día que no pude tomar la ruta del Snæfellsjökull debido a un deterioro que la vuelve peligrosa. Ya saben, el viejo volcán desde el que Julio Verne envió a sus personajes a descubrir el centro de la tierra. Un monumento al escritor francés aguanta, lleno de herrumbre, los embates del viento en el pueblo. “Si fuera cierto que uno puede entrar por un cráter en Islandia y salir junto a Sicilia, no quedaría ya ni un islandés en la isla”. ¿Ven el espíritu? El mismo que les lleva a convivir sin inmutarse con más de cien volcanes en distinto estado y con uno nuevo que se abrió en forma de fisura hace un par de días y al que creo que aún no le han puesto nombre, sólo usan el del pueblo más próximo. Confieso que Islandia es una enfermedad y yo la contraje, pero es también un claro ejemplo de un pueblo que sabe deslindar lo común de lo relevante, lo probable de lo cierto, los riesgos de las catástrofes y vivir en un estado de calma que naciones a las que la naturaleza no sacude con todos los elementos no alcanzan jamás.

No sé si ese espíritu, si esa capacidad para convivir con los acontecimientos sin ignorarlos pero sin sobredimensionarlos, sin darles más importancia de la que tienen o hasta que la tienen, es lo que les convierte en un pueblo bastante feliz a pesar de vivir bajo el hielo y la oscuridad, entre el fuego y el viento, rodeados por un océano glacial y lejos de cualquier parte. En todo caso es una capacidad de la que los fogosos latinos carecemos o, al menos, así nos lo quieren hacer ver. Para mí que la ciudadanía es más estoica que sus políticos, siempre agitados y agitando, y las calles demuestran que la vida discurre ajena a las lavas y los piroclastos que se arrojan incendiarios unos a otros.

Feijóo y Sánchez ya han quedado para el viernes. ¿Merecía la pena agitarse y enfadarse y mitinear y llenar horas de tertulias y escribir miles de líneas para afearle la conducta al díscolo jefe de la oposición? La verdad, no. Era obvio que el encuentro se produciría en un momento o en otro. Ahora se nos viene encima una avalancha de quejas al respecto: que si quedarán en el Congreso y no en Moncloa, que si menuda hora y menudo día porque la gente y los medios andarán a la lotería, que si no van a hablar del Consejo, que si el otro quiere hablar de la amnistía y las reuniones con Junts... Supongo que eso debería bastar para desgarrar las vestiduras, con unos aferrados a una cosa y otros a la contraria, durante el tiempo que queda y luego un rato más con la falta de resultado.

El emérito arribó ayer a Madrid desde Ginebra y comió con toda la familia –toda, todita, toda, incluida Letizia– en un restaurante modernete de la zona del Bernabéu. Hace poco en Sanxenxo estábamos al borde de la destrucción por su llegada, hoy va y viene y su hijo le acompaña y los ciudadanos siguen comprando zambombas o lo que sea que lleven en las bolsas que acarrean con prisa desesperada. No sé cuántas gargantas se desgarrarán con esta celebración cumpleañera aunque más me parece que los rolex han dejado de interesar y hemos vuelto a las setas. 

No habrá huelga de aviones ni de trenes ni de nada en las fechas navideñas. Era lo previsible, casi no cabía duda de que se desconvocaría, pero también hay quien quería tenernos con el alma en vilo pensando si podríamos volver a casa o huir de ella, cada cual al gusto de sus circunstancias.

El Estado ha entrado en Telefónica alejando el riesgo sobrevenido por la entrada de gran accionista tan comprometido con las libertades y los derechos fundamentales como Arabia Saudi. Hordas y esputos de fuego. Nacionalícese, comunistas de mierda. Tocan a rebato sobre el fin de la libertad empresarial los que hace un par de meses acusaban al Gobierno de no haberse coscado de la compra y de estar en Babia sobre los intereses estratégicos de España. Tranquilos, ya se ha recuperado para el Estado esa participación mayoritaria que en otros países nunca desapareció –cosas de Aznar– y que permite asegurarnos que el libre y loco mercado no nos despojara del control sobre nuestros activos más básicos. Ignoro para cuánta lava y cuanto olor a azufre dará esta decisión tan explicable. Entre tanto las gentes siguen enarbolando sus móviles de Movistar sin miedo a que Sánchez les salga de la pantalla cabalgando a Pegasus.

Y así todo. Tranquis. Es necesario recetar ponderación y una escala de catástrofes. Si todo es terrible, nada lo es, y todos sabemos que sí hay amenazas graves en el horizonte que nos afectan a todos, a los buenos y a los malos.

Tranquis, no nos va a tocar la lotería aunque tampoco nos va a entrar una bala perdida por la ventana. Son cosas que pasan pero no todos los días. No cabe pues gritar de alegría antes de la posible fortuna ni plañir sin que haya llegado la caprichosa parca. Tranquilos, si hasta la nuera y el suegro han compartido mesa, a lo mejor aún salvamos todos la Navidad. 

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