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Un asesinato muy raro en Pamplona

Levantamiento de un cadáver / Wikimedia commons

Raquel Ejerique

Cuando llegaron los agentes de Policía, lo primero que hicieron fue comprobar si los tres chicos estaban muertos o estaban exagerando. Era bastante habitual que los fallecidos se aprovecharan de su condición de muertos para hundirle la vida a su presunto asesino con todo tipo de querellas y denuncias.

En plenos Sanfermines, con tanta luz y tanta gente, había que ser muy ingenuo para acabar muerto. O a lo mejor es que te lo estabas buscando. La Policía, que tenía bastante experiencia en muertes fingidas en las fiestas, donde se abusaba del alcohol y de la lycra, inició un protocolo de investigación.

Una vez hechas las comprobaciones pertinentes y en vista de que había sangre, un funcionario se acercó a los tres pares de oídos e hizo una comprobación según el reglamento: preguntó a los tres cuerpos si estaban seguros de estar muertos. Silencio. Apuró la posibilidad final y les preguntó con retintín si no estarían fingiendo o exagerando. Como nadie contestó tampoco en esta ocasión, se dio fe de la triple defunción.

Los periódicos locales se volcaron en el homicidio, que acordaron llamar un “turbio” asunto. Los lectores quedaron impactados, aunque se lo creyeron con precaución al tratarse de un tema muy “delicado”. Las portadas coincidieron en el titular: “Un desmadre etílico acaba con tres hombres fallecidos tras oírse sendos disparos”. A nadie se le ocurrió “Un homicida acaba con la vida de tres hombres en Pamplona”, porque no era cuestión de cebarse.

Las primeras hipótesis apuntaron a un hombre que paseaba a esa misma hora a su perro. Pero todos declararon que él no podía haberlo hecho porque sí, que los tres fallecidos tuvieron que hacer algo, porque éste era un amante de los animales y los seres humanos incapaz de cometer un delito.

Se concluyó que asesino y asesinados se conocían de antes y que, dada su relación anterior, los tres fallecidos pudieron consentir en ser abatidos a plomo. Parece que en el último momento uno de los tres se arrepintió de morirse, pero le sirvió de poco. Según un testigo, una de las víctimas quiso largarse de allí en vista de que el paseador de perro se ponía violento, pero no lo hizo por corte y por miedo a que le llamaran histérica o paranoica. 

Cuando llegó el juicio, varios testigos llamados por el abogado defensor del paseador hicieron mención a que los muertos habían salido con bermudas de casa, con ganas de experiencias fuertes y mortales y que habían bebido, lo cual era una imprudencia en opinión del letrado, si no una clara provocación para acabar besando la tierra.

Los amigos confirmaron al fiscal que dos de los tres habían consumido drogas, obviando el pregón municipal que advirtió de no salir indispuesto para evitar ser objetivo de homicidas. También se recomendó no rodearse de gente con cara de irles a matar y no andar solos por la calle, ni acompañados solo por personas de su mismo sexo. Si hubieran sido más listos, habrían formado grupos mixtos.

La condena sentenció al paseador de perro con el eximente de calor y alcohol y valoró positivamente que le regalara el perro y su hipoteca a las familias de los supuestos fallecidos.

Los periódicos perdieron el interés y se olvidaron para siempre del caso, hasta otro día que un cuádruple crimen resultó ser un invento de los muertos, y los cronistas y tertulianos sacaron a colación aquel “turbio” caso del paseador de perro del parque y pusieron en duda si aquellos tres desgraciados no habrían también inventado su propia muerte.

* En siete años ha habido 9.040 violaciones con penetración en España, según el Ministerio de Interior. Quedan fuera de la estadística todos los abusos cuando el pene no entró en la vagina o no se denunció

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