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La ultraderecha puede terminar ganando

La portavoz de Vox en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

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Hay una guerra abierta en el seno de la derecha. Y todo indica que continuará después de las municipales y regionales. Y seguramente también después de las generales. Dos sectores, el del PP oficial y el de Ayuso, cada vez más en sintonía con Vox, se disputan ya sin ambages la primacía y una pelea de ese tipo necesariamente es a fondo, aunque en ella puede haber treguas tácticas. Lo inquietante es que no está claro quién puede ganarla y que una victoria de la ultraderecha empieza a ser una posibilidad real.

El desparpajo con el que Isabel Díaz Ayuso contradice día tras día las posiciones que va tomando su partido podría demostrar que los que diseñan su estrategia ya han optado por la línea de la ruptura total con el PP. La creciente sintonía de la presidenta madrileña con la política de Vox, que no pierde ocasión para aplaudirla, también sugiere que, a medio plazo, este partido y el PP madrileño tratarán de unirse, o de coincidir en la práctica y de la manera que sea, para hacerse con el poder con el conjunto de la derecha. Ayuso quiere presidir el PP al son de esa música.

Podría parecer un objetivo inalcanzable, dada la disparidad de la fuerza aparente de uno y otro contendiente potencial, pero no pocas veces en España y en otros países las situaciones han evolucionado rápidamente para trastocar radicalmente el panorama de partida. Sobre todo, si las perspectivas electorales de los líderes que encabezan ambos sectores son de signo tan distinto: Ayuso parece abocada a un éxito clamoroso en las autonómicas madrileñas, mientras que los sondeos pronostican que a Núñez Feijóo no le va a ir muy bien el 28 de mayo en el conjunto del territorio y que eso podría ser el prólogo de una derrota en las generales.

La guerra interna de la derecha se esconde tras la irracional polémica sobre los exetarras presentes en las listas de Bildu, que únicamente a los electores vascos les tocaba dilucidar si se hubiera planteado por esos pagos. Porque el objetivo del furor declarativo de todos y cada uno de los exponentes del PP en esta materia no tiene por objetivo debilitar a la izquierda, que ya ha conseguido salir más o menos incólume de esta diatriba, sino demostrar al público de derechas quién es más duro y, por tanto más confiable, en un momento en el que, entre políticos y medios de comunicación, se ha conseguido que aparecer como moderado sea poco menos que un pecado.

Se dice, cada vez con más insistencia, que debajo de su tupida melena y junto a su oreja Isabel Díaz Ayuso tiene un pinganillo a través del cual sus asesores, dirigidos por el omnipotente Miguel Ángel Rodríguez, le soplan las respuestas que tiene que dar a las preguntas de los periodistas o cualquier otro interlocutor. “Se non é vero, é ben trovato”. Puede ser perfectamente. Pero no es importante. La presidenta de Madrid es un personaje construido por expertos y funciona gracias al trabajo de esos expertos. Se sabe desde hace tiempo. Lo que cuenta es lo que dicen y lo que piensan esos expertos y todo el entramado de poder alternativo a la dirección oficial del PP que está detrás de ellos.

A menos de diez días de las elecciones, Ayuso y los suyos no han tenido rubor alguno en asegurar que Bildu puede ser ilegalizada justo cuando distintos exponentes del PP aseguraban, e insistían, en que sus asesores jurídicos no lo veían posible. Se dirá que esa es una discusión intrascendente porque cualquier iniciativa con la mira puesta en la ilegalización habría de partir de instancias muy alejadas del Partido Popular.

Pero que Ayuso se haya atrevido a contradecir tan abiertamente a quienes deberían ser sus superiores jerárquicos demuestra hasta qué punto, seguramente ya sin retorno, ha llegado la contradicción entre unos y otros. Si Feijóo no logra batir a la izquierda en alguno de los territorios considerados cruciales este 28 de mayo -la Comunidad Valenciana, Aragón o Castilla La Mancha- y si el PSOE saca más votos que el PP en el terreno municipal global, esa pelea no hará sino recrudecerse, aunque en las primeras semanas tras las elecciones pueda quedar un tanto apagada.

Porque la intención de Ayuso y de los suyos, y también la de Vox, es hacerse con el poder el PP si Núñez Feijóo no logra revertir el signo de las autonómicas y municipales y pierde las generales. En conversaciones privadas así lo confiesan exponentes de la derecha madrileña y también de Vox. Si sus planes tienen éxito, la derecha a la que tendría que enfrentarse la izquierda en el escenario político que se crearía dentro de un año sería una formación en la que los planteamientos de la ultraderecha, los de Ayuso y los de Vox, llevarían la voz cantante. Otra cosa es que su líder orgánico fuera Isabel Díaz Ayuso, que ahí podría haber sorpresas.

Que los sondeos le vayan tan bien a la presidenta madrileña cuando la política que ha venido aplicando es tan poco beneficiosa para la mayoría social de los madrileños, cuando es tan claro su sesgo ultraconservador, sólo puede indicar que la ideología revanchista y radicalmente contraria a la izquierda que ella defiende ha prendido entre muchos, que la radicalización derechista es mucho más amplia que la que se registra en los barrios “bien” de la capital. Y que seguramente también se da en buena parte de los territorios españoles. Los episodios, cada vez más frecuentes, de ultraderechismo militante entre jóvenes, particularmente en colegios e institutos, es una expresión más de esa corriente.

No hay que extrañarse. Procesos similares se están produciendo en Francia, en Italia y en otros cuantos países europeos, por no hablar de Estados Unidos. La ola de ultraderecha es consistente. Cuanto antes nos demos cuenta de ello, más posible será hacerle frente. Núñez Feijóo parece ya haberlo visto.

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