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Ligar en tiempos de coronavirus

Sergio W. Tenis

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Esta es una de las más serias preocupaciones para la población soltera y por algún –¿puritano?– motivo no está siendo debidamente abordada en diarios ni en noticieros. Una vida amorosa equilibrada también es salud, puede ayudar a aplacar los nervios crispados por esta situación insólita y crear una atmósfera social respirable. Hasta en la cárcel se contempla el vis a vis, pues el ser humano tolera el confinamiento, pero necesita un mínimo de contacto físico para querer seguir adelante. Incluso el gobierno holandés nos recomienda buscar pareja sexual para pasar mejor el aislamiento –también podría recomendarnos comprar una mansión frente al mar– aunque no nos brinda las herramientas para materializar tal objetivo.

En el futuro cercano, la gente guapa –qué subjetivo y, al mismo tiempo, qué preciso y aborrecible es el término– como siempre, no tendrá problemas. Pondrán sus perfiles en las aplicaciones móviles y pronto tendrán una cola de personas dispuestas a arriesgar la salud con tal de compartir una noche con los dueños de esas fotografías enmarcadas por playas balinesas.

¿Pero qué será de los que tenemos cara con personalidad, una belleza atípica, menos encuadrada en el rígido molde impuesto por la moda? Sabemos, por experiencia, que publicitarnos en tales redes carnales no nos sirve para nada. Nos deslizan hacia la izquierda, no atrapamos ningún mensaje y lo único que conseguimos es sentirnos todavía más solos.

En la “antigua normalidad” contábamos con una serie de factores favorables que sólo se pueden encontrar en bares abarrotados. Podíamos cautivar a quien se acodara en la barra a nuestro lado con una frase acertada en el momento adecuado. Poniendo nuestro corazón en la conversación, nos abocaríamos a entender todos sus problemas, a caerle un poco bien. Esa conexión, potenciada por la felicidad etílica y el alboroto, nos daba la oportunidad de sembrar una semilla de interés. Y –esto también lo sabemos por experiencia– si nutrimos esa semilla con cariño y con paciencia podemos conseguir que florezca el amor.

No obstante, en las próximas fases deberemos mantener la distancia y saludar tocándonos los codos, ¡¿cómo demonios haremos para conocer a alguien de esta forma?!

Incluso si un golpe de suerte nos ayuda a ablandarle el corazón a otra persona a lo lejos, gesticulando y haciendo muecas con nuestras feas caras a dos reglamentarios metros de distancia, ¿cómo procederemos con las condiciones higiénicas que se nos aconsejan si queremos aunque sólo sea besarnos? Será necesario escudarse bajo protecciones absurdas. Surgirán empresas fabricantes de mascarillas profilácticas, de condones linguales y de tapones nasales de látex cuyo éxito podrá favorecer a la economía, pero no al erotismo.

No nos engañemos, el pronóstico es funesto. No quedará más remedio –ante tantos ardores amorosos, ante tanta tormenta íntima suprimida– que meternos bajo cubierta, como Ariadna en altamar ante los desaires de Teseo, o aferrarnos al palo mayor, como Odiseo ante las esquivas sirenas, hasta capear el temporal y que todo este remolino pasional quede atrás, desvaneciéndose entre las efervescencias del ponto.

Serán meses duros, pero resistiremos.

Finalmente, con los genitales marchitos por el nulo contacto con el de otros congéneres, sin que exista adrenalina para ovarios ni desfibrilador testicular capaz de resucitarlos, por fin estaremos completamente en calma. Y gracias a este nuevo sosiego, una vez llegada la “nueva normalidad” podremos sacarnos tranquilamente los zapatos en casa junto a la estufa eléctrica, escuchar un buen disco, beber amontillado, rebelarnos contra las incandescencias biológicas mirando la foto de nuestros lejanísimos amores pasados hasta pulverizarnos los ojos.

Resistiremos olvidando los bares y el sexo. Y –¡ánimos!–, cuando creamos que las circunstancias nos han doblegado del todo y que el mundo se oscurece, veremos la luz al final del túnel. Seguramente será un tren que viene de frente para darnos la bendita paz.

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