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Política, nuestro Netflix “low-cost”

Netflix y Univisión coproducirán cinco nuevas series

Ismael González

Enhorabuena. Lo han conseguido. Ascensos para los ideólogos. Premios para los publicistas. Primas para los comerciales. ¡Que corra el champán! El número de suscriptores ha crecido. Quintuplicado. Parecía que no había interés pero estábamos equivocados. Han seducido a hombres y mujeres. A grandes y pequeños. A intelectuales y a mentecatos. A expertos y a legos.

Quizá fallaba el envoltorio, el contenido... quién sabe. Es baladí, ya no importa, se ha dado con la tecla. Eso es lo importante. Compramos. Y es verdad que hay ofertas mejores, reconozcámoslo sin pudor. Pero lo han conseguido. Supeditamos nuestro horario, nuestras costumbres a su antojo. Dejamos conversaciones en el aire, apuramos nuestras comidas para no faltar a la cita. No conviene perderse ningún capítulo, ninguno. ¿De qué vamos hablar si no?

Es un tema recurrente, fácil, que nunca desentona; ya sea en el ascensor, en el vestuario del gimnasio, en una cena... Nos hace parecer estar a la última, estar implicados, ser cool. No vaya a pensar nadie que somos un muermo, que no nos interesa nada, que somos raros.

Si se analiza fríamente el contenido, no es difícil llegar a la conclusión de que las tramas son flojas, repetitivas, monótonas, que casi siempre ganan los mismos (dicen que los buenos guionistas se han pasado a la poesía). Que las historias están carentes de audacia, de contenido, con forzados giros de guión, con situaciones cómicas fuera de lugar... temporadas que se alargan en demasía. Personajes mal dibujados, sin fuerza, carentes de atractivo. Los actores, a decir verdad, son malos, sin vocación, meros títeres, con cuestionable dicción en algunos casos. En ocasiones se les olvidan los diálogos y cuando articulan alguna frase suena manida, gastada, vacua, como oída un millón de veces.

Las bandas sonoras no se quedan atrás. Machaconas, redundantes, una mezcla de marcha militar y pasodoble rancio que remite a otros tiempos y que sin embargo uno se sorprende así mismo silbándolas en el baño. En conjunto, son productos pobres, burdos, de baja factura. Dan la sensación de realizados con desgana, por completar metraje. Aún así nos enganchamos, a la hora en punto allí estamos. Yo el primero. Es de alabar. De nuevo, enhorabuena. A todos.

Si no han visto ninguna, aquí les dejo algunas. Prueben. Los títulos son bastante chuscos, es lo que hay. Empiezo por aquellas que son éxito de crítica y público: Más vale en sobre que no que falte, La chaqueta de pana, Corruptus ininterruptus y La cartera del bolchevique. La turba estorba que triunfa, sorprendentemente, entre todos los públicos. También pueden encontrar, si son fanáticos de los interminables culebrones sudamericanos A los duros y a los maduros. Con cierto glamour y basadas en hechos reales: Amnesia Real y El balonmano agranda la mano. Ésta última es de mis favoritas, va sobre la ambición y el deporte. Espero expectante la última temporada. Otra buena es La flaqueza del campechano. Va de menos a más, las últimas temporadas son la mejores. Y hay también algún remake al que están dando bastante publicidad como “El turismo es un gran invento”. Pero se resume en más dinero y más efectos pero es bastante más floja que la original. En fin, la lista es larga, la oferta es amplia. Es un entretenimiento lícito, ligero, que ayuda a evadirse de los problemas cotidianos. Y es gratis. Creo. Y sin contrato de permanencia ¿Quién da más?

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