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Asalto al Capitolio y testosterona: una respuesta

Seguidores de Donald Trump irrumpen en el Capitolio de los Estados Unidos durante unas protestas hoy, en Washington (Estados Unidos). EFE/ JIM LO SCALZO

Judith Astelarra

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El artículo “Intoxicación por testosterona en el Capitolio” del 14 de enero proponía una explicación sobre los acontecimientos de la ocupación del Capitolio de Estados Unidos, calificado ampliamente como la acción más grave en los más de dos siglos de democracia americana. Comienzo por decir que tengo un gran respeto por sus autoras, con la mayoría de las cuales he compartido muchos años de actividad, tanto por su trabajo profesional como por su compromiso feminista. Pero, quizá por ello el artículo me sorprendió primero y después me llevó a la conclusión de que no lo podía compartir y de allí esta respuesta.

El artículo propone desde su título en adelante, una tesis central: el factor causal principal de la ocupación del Capitolio es la intoxicación por testosterona. Lo que se aplica también a los movimientos de supremacismo blanco que participaron y al trumpismo que lo alentó. Intentaré brevemente desarrollar porqué no comparto esta explicación.

Lo que indica hasta ahora la investigación del FBI es que hubo planificación detrás del asalto. La televisión mostró a los personajes más estrambóticos como los de QAnon. Pero entre ellos estaban ocultos, más discretos, los que lo habían planificado, que tenían mapas del Capitolio, datos sobre los despachos que había que utilizar; que llevaban esposas para los congresistas e incluso igual pensaban colgar a alguno. Es posible que desde fuera estuvieran involucrados militares y miembros de la Guardia Nacional, lo que produjo esa declaración pública del Estado Mayor conjunto de las Fuerzas Armadas en defensa de la Constitución, algo que tampoco se produce frecuentemente.

Todo esto, ¿también es consecuencia de la intoxicación por testosterona?

Pero, vayamos un poco más allá. La ocupación del Capitolio se puede analizar también como parte de procesos previos. Se trata del crecimiento del conservadurismo político americano, en sus vertientes más radicales desde hace algunas décadas. Coinciden en él muchos movimientos: el tea party, la involucración política de los evangelistas y, recientemente, el empobrecimiento de sectores de la población por la globalización y el populismo que ha producido. El historiador David Blight señala paralelismos con el tiempo previo y posterior a la Guerra Civil. Le da mucha importancia a la ideología del “lost cause”, surgido después de la Guerra Civil que ha perdurado hasta hoy, y es diferente al supremacismo blanco. Central en esta transformación hacia el conservadurismo radical, ha sido la reconversión del Partido Republicano en un partido sólo conservador, eliminando sus sectores moderados. Trump ha sido, de momento, la culminación de este proceso. No era ni un ideólogo ni un activista durante esos años, aunque se incorporó a él para llegar a la presidencia. En Europa conocemos mucho a Steve Bannon y la ideología populista de extrema derecha. Pero igual de importante en el trumpismo fue Roger Stone, un republicano con décadas de trabajo para derechizar al partido, que llevaba años intentando que Trump fuera candidato hasta que le convenció, le dirigió su campaña y, contra todo pronóstico, le hizo ganar.

Volvamos al artículo y a la explicación que propone para estos hechos que tienen una gran complejidad. La pregunta de fondo que me surge es: ¿es posible explicarlos haciendo referencia a la posesión de una hormona y a la posibilidad de que produjera una intoxicación? Porque la propuesta analítica que se nos hace, es utilizar a la biología para explicar conductas políticas y sociales. Y se hace desde una perspectiva feminista.

Comienzo por decir que en el feminismo siempre han existido distintas corrientes, que he sido una gran convencida del pluralismo y, por tanto, no sólo respeto sino que me interesan sus diferentes aportaciones. Ahora bien, el feminismo siempre cuestionó que la biología determinara la actividad social de las mujeres. Pero, con el desarrollo de la biología ha habido un cambio de perspectiva en el sentido de analizar la interrelación que existe entre el cuerpo y la cultura. Pero, confieso francamente, que no me ha convencido la utilización que se hace aquí. En primer lugar, se utiliza como fuente de la intoxicación por testosterona a Alan Alda en su artículo para Ms de 1975. Pero ese artículo Alda lo escribió, entre otras cosas, como una parodia de la escritura de autoayuda. Con toda humildad, no me parece un buen punto de partida científico. En segundo lugar, creo que una cosa es ver como la cultura afecta al desarrollo del cuerpo y otra diferente es decir que el comportamiento social es causado por la biología. Este es un terreno en el que me parece que hay que tener mucho cuidado porque se puede pasar de la explicación a la justificación de comportamientos y a la creación de ideologías. Y creo que hay que ser especialmente prudentes desde el progresismo, porque la utilización política de la biología como determinante social, ha sido casi siempre hecha por la derecha autoritaria. Precisamente, el supremacismo blanco es un buen ejemplo: a partir de un hecho biológico, el color de la piel, se construye la ideología de la superioridad de la raza blanca y de su derecho a ocupar en exclusiva el espacio político.

Termino por decir lo que me hubiera gustado desde mi rinconcito feminista. Sabemos mucho de los horrores de los cuatro años de Trump y el trumpismo. Pero conocemos menos las movilizaciones sociales concretas que se han hecho en muchos terrenos como respuesta. Y las mujeres han sido muy importantes en ellas. Es lo que ha permitido registrar electores, movilizarlos para ir a votar y un largo etcétera que ha permitido no sólo a Biden ganar sino, lo que me llenó de más satisfacción, los dos senadores demócratas de Georgia. Y no me imagino a nadie mejor que Jo Freeman para que nos cuente todo ello.

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