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Yo, Capitán. La ley del mar

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Si hay alguna película que debería ser proyectada en escuelas, institutos, Universidades, Centros sociales de los barrios…esa es “Yo, Capitán” del director italiano Matteo Garrone y que, estos días, continúa su proyección en las salas de cines comerciales, con una buena aceptación por parte del público.

Narra el drama, la odisea, la tragedia que los desheredados del continente africano corren en su anhelado deseo de llegar a la Europa rica. Europa rica que sólo les llega a través de las pantallas de sus móviles. Único artilugio desde el que pueden soñar con un mundo mejor. Han oído hablar de todos aquellos que lo intentaron, pero cuyos sueños murieron en el desierto, en el mar o en manos de las mafias. Pero nada de ello los detiene. El anhelo, el ansia, junto con la tenacidad y el tesón que se alían con la portentosa capacidad física de la que se han dotado para sentirse capaces de emprender la odisea. Saben que tienen que atravesar 5/6 países, desiertos inimaginables, negociar con las mafias, atravesar el Mediterráneo (sin saber siquiera nadar).

Todo esto lo sabemos desde Europa, pero el valor que aporta la película está en la habilidad que tiene su director para sumergir al espectador en el viaje junto a los dos protagonistas de la odisea y descubrir el valor humano de los mismos en el que, a pesar del drama, prevalece hasta el final, la solidaridad como el pegamento que mantiene unidos a todos los que comparten la misma ilusión y las consecuencias del drama

El film termina con la llegada de los supervivientes de la odisea a la “tierra prometida”. Sin saber cuál ha sido su destino final. Desconocen el otro drama que les espera en la Europa que ya no les quiere. En la Europa que se esconde detrás de la burocracia y de la falta de entendimiento de los 27 países que la componen y que no tienen una política unitaria sobre inmigración y donde crecen los partidos xenófobos.

El destino ha querido que, a la par que se proyectaba esta magnífica y comprometida película, TVE ha estrenado, “La Ley del mar”, que empieza precisamente donde acaba “Yo, capitán”, en el mar. La miniserie de TVE española con dos actores de lujo, Blanca Portillo y Luis Tosar, con un elenco de actores no profesionales, consiguen un relato creíble de lo que está por llegar a quienes consiguen llegar al “paraíso europeo”. Es el “vía crucis” de la burocracia europea, de los miserables intereses de cada país, que impiden tener una política común en torno a la inmigración. De la Europa que caído en las redes del discurso de la extrema derecha y de algunos miserables empresarios.

El penúltimo ejemplo lo ha protagonizado Macron, en Francia con una ley que ha sido aplaudida por Le Pen, en la que se endurece la política migratoria, impidiendo el acceso a los inmigrantes a la sanidad y a las ayudas sociales. Menos mal que el Consejo de Estado (Constitución) lo acaban de tumbar por considerar que es una ley anticonstitucional. No terminará así el bochorno francés, el bochorno de la otrora tierra de refugio y asilo, a nadie le extrañará que el siguiente paso sea reformar la Constitución para que “encaje” su xenófoba ley. Todo sea por quitarle un puñado de votos a la extrema derecha.

Por supuesto, todo esto lo desconocen Seydou y Moussa, los dos jóvenes que en su día salieron de Dakar (“Yo, capitán”) y también los pescadores de Santa Pola, para quienes la “Ley del mar” les obliga por razones humanitarias a rescatar a todo aquel que naufraga en el mar. Para ellos, la ley del mar está por encima de cualquier interés nacional, pero ésta empieza a ser un forúnculo en el culo para la Europa que cada vez es menos Europa.

Que los jóvenes españoles (y europeos) de hoy, pudieran visionar estas dos películas, ayudaría más que los debates estériles y discursos vacíos que encuentran en sus representantes políticos y, ante la devaluación que se ha producido de la solidaridad, apelar a la necesidad que tenemos para sobrevivir como españoles y europeos, de la mano de obra de los que naufragan y pierden la vida en el Mediterráneo, de su aportación al crecimiento vegetativo de una Europa envejecida, cuyo Estado de Bienestar morirá si cerramos las puertas a la inmigración.

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