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Chuletón al punto y crisis de gobierno, pasando por Ayuso

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Cualquier noticia que aguante más de doce horas en las portadas virtuales más visitadas está batiendo un récord, y cuando la del “chuletón al punto es imbatible” del jueves 8 seguía viva, su autor, siempre dispuesto a lo que haga falta para mantenerse arriba, ya tenía en marcha una reunión con Ayuso el viernes 9 y una crisis de gobierno para el sábado 10, no fuera a ser que los de la Sexta Noche no supieran de qué hablar cuando se encendieran los focos.

Así que allí estaban, cuatro a la izquierda defendiendo a un ministro Garzón que no será expulsado de La Moncloa por muchas verdades que diga a favor de la salud de todos, y cuatro a la derecha con ocurrencias baratas y anunciando la “muerte” de cientos de miles de puestos de trabajo durante la semana por culpa de un ministro comunista en una sociedad capitalista más que consolidada.

Lógicamente, esos cuatro no defenderían a Sánchez por mucho que les gusten, o no, los chuletones al punto.

Cerraremos la carnicería certificando, una vez más, la disposición de los políticos que gobiernan o pretenden gobernar el Reino de España para convertir en conflicto cada evento que les conceda la oportunidad de lanzar mensajes simplistas para los que siempre hay orejas. La cosa “tiene delito”, pues tanto Sánchez como Casado, y sus respectivos seguidores, saben que Garzón ganará esta batalla. Cómo en ocasiones anteriores, Europa terminará estableciendo cuotas y forzando reconversiones sectoriales. Entonces responderán con evasivas cuando los periodistas les pregunten sin tregua sobre las idioteces que dijeron en julio de 2021 y el tiempo de ventaja que concedieron a los desastres anunciados.

Aunque también puede ocurrir que nunca haya en el Reino de España suficientes periodistas de los que preguntan sin tregua a los políticos.

Hablando del gobierno, como en cualquier organización humana cuyos componentes son nombrados por un jefe, los cambios en sus nombres hay que interpretarlos empatizando con el jefe, es decir, poniéndonos en su lugar.

Marco Antonio Aguirre se ha quedado corto esta mañana de lunes 12 con su comentario en La SER, pues se ha limitado a criticar la impertinencia de Sánchez hacia los cesados, al destacar en su comparecencia que el nuevo Consejo tiene una edad media cinco años más joven que el anterior. Pero merece la pena abundar.

Pedro Sánchez tiene 49 y la edad media de los siete cesados era, y sigue siendo, de 60, once más que él. Por su parte, el más joven de esos siete tiene 52, mientras que la edad media de los nuevos es de 44, cinco menos que quien presidirá sus reuniones más importantes. Como para mirarlo mal desde cualquier lugar de la mesa.

Todo hace pensar que, antes de elegir a cada uno de los nuevos, Sánchez se ha interesado especialmente por sus fechas de nacimiento, tanto cómo por sus currículums, pues ya es casualidad que el más viejo de los nuevos tenga tres años menos que el más joven de los cesados.

Parece evidente que quienes mandan en el Reino de España no solo son capaces de aprovechar hasta un chuletón para crear conflictos que convierten la política en demagogia, sino que, además, necesitan que sus más cercanos no sientan ni la tentación de defender los matices.

Dos ejemplos. El de Sánchez que acaba de cesar a los ministros que se atrevían a sostenerle la mirada y el de Juan Carlos I cuatro décadas atrás, cuando intrigó sin parar hasta conseguir que Adolfo Suárez dimitiera. También el presidente era cinco años mayor que el rey que le había nombrado, pero, a pesar de la democracia, el jefe real del Reino, es decir, el que disponía de fuerza para amenazar de verdad, no había sido elegido en las urnas de 1977 ni en las de 1979.

¿Y ahora?

Pero no hay bien que por mal no venga y así encontramos que la gran crisis que estalló en 2008, y que tanta pobreza y desigualdad nos trajo, al menos consiguió que las urnas obligaran a los políticos a formar gobiernos de coalición en los que no todos los ministros dependen del mismo presidente.

Y, por último, le llega el turno a Isabel Díaz Ayuso.

El problema más importante del Reino de España se llama Catalunya y, por eso, la mayor aliada de Sánchez para no caer derrotado por una república catalana nueva y ufana es ella, en tanto que presidenta de una “Autonomía” que, en justicia, debería depender directamente de La Moncloa, o quizás del Congreso, para distribuir por toda la periferia los privilegios que disfruta en su condición de capitalidad. En tal caso no ocurriría, por ejemplo, que Ximo Puig fuera a Mallorca a reunirse con Francina Armengol para proclamar que “Madrid es una aspiradora de recursos”. Sucedió durante la misma semana pasada,

Pero no, y el mismo Sánchez que no soporta que los ministros de su PSOE puedan discutirle algo es capaz de aguantar durante más de una hora, y como invitada, a una Díaz Ayuso que solo habló de lo que a ella le dio la gana, es decir, Catalunya, porque sabe que no le queda más remedio que escucharla, en tanto que deudor de la mucha actividad, incluso con presencia física en territorio rebelde, que la madrileña ha desplegado contra el independentismo.

A cambio, Sánchez se consuela pensando que Ayuso debilita a Casado, su teórico adversario.

Con Sánchez solo nos queda la esperanza de que vuelva a sorprendernos. Una pista es lo que podría ocultar el aparente diálogo de sordos que eligieron Carlos E. Cué y Juan José Mateo, de “El País”, para poner título a la reunión entre ambos socios contra el derecho a decidir en Catalunya, a cualquier precio.

Ayuso le dice a Sánchez: “Vamos a un cambio de régimen”.

Y Sánchez le responde: “Somos el partido de la Constitución, no vamos a romper España”

¿Esconde Pedro Sánchez una estrategia hacia el cambio de “régimen”, a traducir por “otra forma de Estado”, para evitar que se rompa España?

El presidente sabe que la monarquía es ya, y para siempre, el factor que impedirá españolizar de nuevo la voluntad de los catalanes en las urnas.

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