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Crónica amarga de un país agotado
Escribir hoy en España no es llorar, es apretar los dientes. Asistimos a un esperpento donde la política ha dejado de ser gestión para convertirse en una reyerta de callejón. No hay altura, solo el estruendo de una demolición controlada por capataces ineptos.
Si miramos a la derecha, encontramos un páramo intelectual. El Partido Popular no propone, embiste. Su estrategia no es política, es cinegética: acoso y derribo a Pedro Sánchez a cualquier precio. Un partido que bloqueó la renovación del Consejo General del Poder Judicial cinco años, secuestrando la Constitución que dice defender, y que se presenta sin propuestas legislativas reales. No traen leyes, traen piedras. Su soledad es su condena; su incapacidad de negociación, su epitafio. Y hiela la sangre verles gritar “¡Corrupción!” con cinismo, arrastrando la sombra de la Gürtel y la “policía patriótica”. Acusan de mancharse de barro ajeno sin haberse limpiado el propio.
En el gobierno, la decepción es física. Al ejecutivo socialista le han brotado setas de corrupción en el salón. Ahí están los casos sangrantes de sus dos últimos secretarios de organización, con el “caso Koldo” como bandera de la desvergüenza. Y ahí siguen, con sonrisa de cemento, repitiendo que la economía va “como un tiro”. Sí, como un tiro en la nuca de la realidad. Sin Presupuestos de 2024 ni de 2025, gobiernan al día. Un país sin cuentas es un cuerpo sin sangre, pero prefieren el relato a la gestión y el titular a la solución.
A este gallinero se suma Vox, pescadores en río revuelto. No arreglan, incendian. Con demagogia miserable y patriotismo de hojalata, votan contra todo avance social usando la bandera para tapar su ambición de poder.
Pero el esperpento alcanza cotas de tragedia en los tribunales. El Poder Judicial se ha quitado la venda para apuntar. Jueces haciendo política con el mazo, convirtiendo la instrucción en debate parlamentario. Vemos magistrados admitiendo recortes de prensa e instrucciones prospectivas. No imparten justicia, sino ideología. Sus autos rezuman una inclinación obscena hacia el espectro más ultraderechista, convirtiendo los juzgados en trinchera reaccionaria.
Mientras, el país se desangra. No somos un país manufacturero; hemos renunciado a producir. Con una inversión en I+D ridícula, nos condenan a ser yonquis del ladrillo y camareros de Europa. El resultado es evidente: líderes europeos en paro juvenil, hipotecando el futuro de una generación sin asidero.
Un país avanzado se reconoce por tres pilares: Educación, Sanidad y Vivienda. Aquí, la política central decepciona, pero la autonómica —desmantelando lo público— es criminal. Listas de espera que matan, vivienda imposible y educación como negocio. No hay patriotismo en la bandera, sino en los servicios públicos, y los están dejando caer.
Sin embargo, queda una certeza luminosa: la España que madruga. La gente que levanta la persiana y paga impuestos. Queremos ser reconocidos por méritos, no por el ruido dirigente. Hay un país real que funciona a pesar de su clase política, un talento que resiste en hospitales, aulas y fábricas.
Ese es el verdadero patrimonio nacional, y no su silla. Señores políticos: estén a la altura o, por decencia, apártense.
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