Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

En este blog publicamos los artículos y cartas más interesantes y relevantes que nos envíen nuestros socios. Si eres socio/a puedes enviar tu opinión desde aquíConsulta nuestras normas y recomendaciones para participar.

Yo digo lo que me da la gana

En la imagen logo de Twitter. EFE/SASCHA STEINBACH/Archivo

Covadonga Suárez

0

Si los usuarios de las redes no necesitasen credibilidad #YoDigoLoQueMeDaLaGana sería tendencia.

Los adictos a Twitter saben lo que cuesta poner en lo más alto el sintagma mágico que acompaña al tweet. El hashtag se basa en una idea, una opinión o una información, fundada o no, y sirve para clasificar los comentarios por temas, martilleando al pasar las conciencias con un gancho sonoro. Pretende poner un sello de autenticidad a un comentario, para ofrecerle un sentido más duradero y de mayor impacto en un ecosistema voluble. Pero #YoDigoLoQueMeDaLaGana, que es quizás de lo más sincero que podríamos leer en la red del pajarito, es una verdad intangible que nunca podrá existir como hashtag. Y eso que en Twitter se dice de todo, pero para hacer triunfar esta idea no debe pronunciarse, sino llevarse a cabo.

Está claro que en Twitter todo el mundo dice lo que quiere, es una red nerviosa y efímera, tanto que no permite la corrección del texto y limita el número de caracteres en los enunciados. Esto obliga a pensar deprisa y no demasiado, forja un modus operandi, un carácter y una filosofía, donde la ética flaquea al contacto con la jungla que cambia de piel al filo de las horas.

Es una red de consumo rápido y compulsivo, de usar y tirar información, de usar y tirar cuentas, de organizarse como el que prepara un escrache, y medirse en justas arrabaleras con el verbo a flor de piel. Espontánea, reactiva, y muchas veces canalla, aspira a ganar batallas a cualquier precio, pues su mejor baza es que cualquiera puede decir lo que le dé la gana: los más ingeniosos, los más idiotas, los más reivindicativos, los más sinvergüenzas, los más frenéticos y los más conectados.

Todo esto permite a los medios y a los políticos de este país compartir todo tipo de afirmaciones rápidas y sintéticas sin explicaciones. Como un martillazo, que lleva la contundencia en su propia fuerza, supone la herramienta perfecta para quien dice lo que le da la gana y se queda tan ancho. Más allá, es un reflejo de la sociedad en todo su esplendor, pero no es su transformador: la responsabilidad comienza en la prensa.

En esta época de muros de pago, los titulares cobran una fuerza inusitada, las palabras que anuncian la información -planteadas en clave editorial en el mejor de los casos- se comparten rápidamente acompañadas de un comentario directivo, que en manos del usuario se puede reorientar desde ofendido hasta insultante. Y aquí el mal ya está hecho, la bilis a borbotones se extiende. En medio de la cadena de transmisión, el político da su toque, cuando no cocina la noticia con su propia salsa arrojándola a los perros sedientos de sangre. Nunca el odio fue algo tan banal y plural. Nunca tan políticamente correcto y en libre acceso. La ultrachulería, la ultraofensa, la ultrasalvación de la patria y la hipérbole interpretativa permiten al político inmoral caldear a las masas para asaltar cualquier capitolio o cualquier congreso de los diputados, en definitiva, para cuestionar sin ningún remordimiento la legitimidad de un gobierno elegido democráticamente.

La red mediática afín protegerá a los ambiciosos con blanqueamientos y propagandas. Y la genética política hará el resto. En el liderazgo propiciado por la estructura piramidal de los partidos de derechas, los líderes no disienten entre sí, no se critican, se protegen (sirva de pequeño ejemplo que alguien se atreva a calificar de gestión impecable lo que está pasando en Madrid). El bienestar de todo el bloque se apoya en el éxito de los líderes, que protegerán al resto, repartirán roles, se ramificarán, cerrarán acuerdos. Y girará la rueda.

La oposición al gobierno es actualmente cortoplacista y negligente, pero sus protectores y protegidos no le piden más. Ninguno de ellos duda en hacer pasar el libre arbitrio por libertad de expresión, cuando es sabido -y precisamente por ello- que lo primero tiene sus límites. «#YoDigoLoQueMeDaLaGana y no será este gobierno criminal el que me diga lo contrario» ..., para resumir.

Sobre este blog

En este blog publicamos los artículos y cartas más interesantes y relevantes que nos envíen nuestros socios. Si eres socio/a puedes enviar tu opinión desde aquíConsulta nuestras normas y recomendaciones para participar.

stats