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Frente al árbol color púrpura

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Por extrañas circunstancias me veo paseando por un cementerio, camino frente a muros de nichos por explanadas de cruces blancas, de hierro forjado, madera… algunas desgastadas por el tiempo, por el clima; sorteo panteones de varios tamaños algunos abandonados. Veo a simple vista gatos, liebres y conejos corretear entre las tumbas, mausoleos, arbustos y hierbas.

Recorro llanos, pasillos, manzanas de nichos buscando nombres que pueda relacionar o conocer, intentando entrar en la intimidad de desconocidos, no sé por qué, pero la mirada se desvía del peculiar paisaje hacia las inscripciones de las diferentes lápidas, las de las cruces quedan demasiado bajas hay que agacharse desisto de leerlas. Es verano, medio día, cae un sol de justicia, por donde deambulo hay árboles, pero no es bosque mas allá de las cruces o los rectos cipreses, los que hay delimitan espacios o adornan “monumentos” aunque a ratos algunos salpican el paisaje, parecen surgidos espontáneamente para avisar de algo o vigilantes en explanadas de hierba rodeadas de camas de descanso.

Estoy perdido, sudo, busco: manzana 110, fila 48, número 111, tras percatarme que he realizado el camino mas largo, llego al fin al lugar donde descansan un padre y un hijo. Parece como si el destino me hubiera exigido deambular para pensar o imaginar como mínimo unas palabras que dirigirles. Pero al arribar nada, miro alrededor mas paredes con celdillas, mas cenotafios, mas plazas de hierba verde, pero justo delante del sepulcro donde descansan el padre y el hijo surge un árbol de hoja caduca morada con el tronco algo torcido como si el viento lo hubiera inclinado pacientemente hacia el amanecer, ese cierzo de estas tierras, de mi tierra, de la del padre y del hijo.

Respiro, miro la hora, calculo los tiempos, me siento y con el calor inicio una serie de cábalas, dentro de la celdilla donde reposan el padre y el hijo me parece ver mis contradicciones, al padre lo “conocí” mucho y al hijo que falleció con 5 meses no, al contrario no he tenido ocasión de ver ni una triste foto suya.

Allí descansa un padre que intentó, como muchos de su tiempo, tras una guerra civil y durante una dictadura explicar a sus hijos un pasado a la medida de sus circunstancias y decisiones, que justificara su vida cotidiana o sus silencios o su pasividad o su actividad. En un tiempo donde en las casas se comentaba lo que interesaba y lo que pudiera proteger a la descendencia.

Allí descansa un hijo que se convirtió en un héroe a la medida de un hermano menor que desconfiaba de la realidad que le explicaban, de las normas incómodas y de las obligaciones.

Allí descansan el adoctrinamiento y la fantasía, un adoctrinamiento siempre dirigido desde el cariño, pero interesado como lo pueden ser muchos de los actuales, un adoctrinamiento que apropósito olvida partes de la historia o las cambia moldeándolas en función de las intenciones, cargándola de obligaciones con símbolos o creencias o sentimientos patrios, que para justificar sus motivos ahuyentan todo lo que pueda torcer un cierto futuro anhelado, un adiestramiento que no aceptaba ni acepta demasiadas variaciones de las tradiciones, encorsetándolas como si la introducción de elementos externos o foráneos fuera una aberración, como si esa cultura popular solo pudiera evolucionar en una dirección que continuará manteniendo las diferencias.

Allí descansan las fantasías de lo que podría ser alguien que no existió o lo hizo desde su inconsciencia de 150 días de vida, pero que a la vez unía, como todos al nacer, las cualidades para optar a algo diferente, en definitiva sobre esa yacija descansa un mundo de contradicciones enfrentado entre la nada imaginada, deseada y la realidad del amaestramiento en los valores, en los trozos que interesan, sean del color que sean, pero que justifiquen una diferencia cualitativa, insultando o ridiculizando las raíces o las ideas o los colores o las procedencias o las lenguas sobre las que se quiere hacer hincapié esa distinción, todo es casi válido o aceptable para la supervivencia y reproducción como grupo dentro de la especie. Nadie es o se siente supremacista por ello, nadie es consciente, pero el modelo competitivo comparativo sobre el que se sustenta sistema y que le es absolutamente imprescindible para mantenerse viene establecido desde la mas tierna infancia.

Este es el nicho de un padre y un hijo, en él descansan las verdades, las medias verdades, las mentiras y los secretos que algún día perderán su restricción por ser descubiertos o por caer en el olvido o por no existir ya en el imaginario de nadie.

Allá, frente al árbol de color púrpura, descansan las contradicciones entre quien ha vivido 5 meses y quien ha vivido 90 años.

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