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La insensatez de los sentidos
Un conocido hombre vinolento pero sereno llega al bar. “¿Tiene tinto Hideputa?”. El camarero lanza una pregunta retórica con gesto agrio: “¿Cómo ha dicho?”. Tras aclarar que se trata de una nueva marca de vino, el asunto no pasa a mayores. Sin entrar en el doble sentido, insultante o ponderativo, de la palabra, tampoco en la importancia de la coma, o la pausa, en castellano (no se detalla si uno dijo o el otro entendió “¿Tiene tinto, hideputa?”), la anécdota hace al caso por la denegación por parte de la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM) del registro de la marca de vino 'Hideputa', solicitado por la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan. La negativa se basa en que la denominación es “contraria a la Ley, al orden público o a las buenas costumbres, toda vez que el distintivo incorpora en su conjunto una calificación denigratoria, que cabe considerar de atentatoria a las buenas costumbres, incluso si está extendida en el lenguaje vulgar”.
En el capítulo XIII de la segunda parte del Quijote, en un momento de la conversación entre el Caballero del Bosque y Sancho Panza, aquel dice: “¿Veis ahí –dijo el del Bosque, en oyendo el hideputa de Sancho–, cómo habéis alabado este vino llamándole hideputa?”.
Lo que pretendía ser un homenaje vinatero a la genial novela ha quedado en un acto de censura. Antonio de Herrera, en 1604, da licencia para imprimirlo porque “no hallo en él cosa contra policía y buenas costumbres y lo firmé de mi nombre”. Más de 400 años después sí es contrario a ellas. Se ha debido colar por ahí un empleado con exceso de celo.
La malsonancia caprichosa, una especie de pudibundez auditiva, se puede tratar con terapia agresiva leyendo el Diccionario Secreto de Cela, verbigracia, o, de forma más suave, La interdicción lingüística (Mecanismos del eufemismo y disfemismo) de Miguel Casas Gómez. El autor cuenta que la palabra puta se convirtió hace siglos en sustituto biensonante de mujer pública. Todo es relativo.
En 1975, un cabo de la Policía Local de Cáceres observó que frente al escaparate de una librería, varios adolescentes miraban la imagen de una mujer desnuda. El cabo entró en el local y ordenó a la propietaria que la retirara sin demora. Poco le importó el argumento de que era la reproducción de La Maja Desnuda de Goya. Era indecente y había que retirarla. Desconozco si Goya, arrepentido, pintó después La Maja Vestida ante enojos similares del puritanismo oficial de entonces. Nada se sabe del tipo de celo que asaltó al agente cuando descubrió al grupo de jóvenes en celo.
En el lado contrario a los mirones se hallan los que se tapan los ojos para no mirar, como los monos de Gibraltar. Qué decir de la justicia española, de la que advertía Iñaki Gabilondo que no es ciega, sino tuerta, porque con el ojo derecho ve muy bien.
Es de agradecer que esa asociación siempre ofendida, de piel fina e hipersensibilidad táctil para lo suyo, los Abogados Cristianos de Polonia Castellanos, no haya llegado a tiempo de denunciar a los viticultores atrevidos, a Goya o a Cervantes. El Quijote habría sido quemado junto a su autor; Goya habría pintado La Maja Abrigada y deberíamos habernos conformado con un tinto La Sangre de Cristo. Amén.
Sin embargo, la pederastia dentro de la Iglesia ni tocarla, que los curas que manosean niños es porque los infantes son cada vez más provocadores. Contactos intactos.
El olfato, así en general, no anda fino. El hedor que aún emana de Génova 13 era debido a que Bárcenas guardaba papeles impregnados de inmundicia en el pasado, nada que ver con la actual limpieza realizada por Casado. Cospedal tenía el tafo en diferido y M. Rajoy ya padecía de anosmia antes de que el coronavirus la pusiera de moda. La pestilencia es incontrolable, a pesar de ciertos jueces políticos.
Solo faltaría que la venta del edificio, levantado sobre la parcela antaño ocupada por el huerto del convento de las monjas salesas, fuera gestionada por fondos buitre. Esta evolución de las escrituras de propiedad genovesa, de santas a diabólicas, no se la olía ni Dios.
La Iglesia, en cambio, tiene buena nariz para los negocios, la lleva entrenando más de dos milenios. Ahora, en España inmatricula a destajo por la gracia de Dios (me refiero a Aznar).
De gustibus non est disputandum. Gran mentira esta de que sobre gustos no se discute ni hay nada escrito. Quizá sea debido a mi falta de conocimientos legales, pero la condena al diputado Alberto Rodríguez por desórdenes públicos y una patada sin pruebas a un policía ocurrida hace 15 años, únicamente puede deberse a que a los magistrados no le gustan las rastas. Les trae por la calle de la amargura, como todo Podemos y Pedro Sánchez; además, es que esos pelos... El Demérito, que no pasará de presunto, no usa rastas ni se ha incorporado a su antiguo trabajo (mejor así), como el exdiputado (obrero industrial), sino que vive a cuerpo de rey en Abu Dabi, esa “democracia feminista”. El argumento que empleo puede parecer frívolo; el de los tribunales es peor, agrio o dulce, depende a quien se juzgue. La ley es igual para todos, ¿o no?
Algunos, en cambio, le cogen el gusto a chupar del bote y es un no parar. La empresa de Enrique Arnaldo, candidato del PP al Tribunal Constitucional, ha facturado trabajos para administraciones gobernadas por los populares por casi un millón de euros.
Un alto cargo y dos inspectores del Banco de España, academia intangible mediante, cobran en metálico, sin recibo, a los opositores que se preparan para plazas en el supervisor bancario. Del sabor amargo que provoca en tan alta institución la subida del salario mínimo interprofesional al dulzor del dinero negro solo hay un paso, como mucho dos.
A veces, los sentidos se hipertrofian o atrofian a propósito, toman distintas direcciones o, incluso, sentidos contrarios. Hasta se pasean por lo absurdo. Un sinsentido.
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