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Esto no va de banderas (o no solo de banderas)

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Tuve noticia del asunto de la bandera española en un colegio balear mientras trataba, infructuosamente, de encontrar alguna información esperanzadora sobre la economía española —o cualquier otro tema relacionado con la acción del gobierno— en la versión digital del diario ABC. No necesité leerla en otro medio para apreciar el sesgo ideológico que se le daba a la cuestión. El redactado contenía datos y apreciaciones cuya inexactitud, por no decir falsedad, resultaban evidentes.

Para empezar, el texto hablaba del instituto La Salle. Los institutos son públicos. A los centros privados (y los concertados lo son) se los llama colegios. La Salle es un colegio privado de orientación católica. La diferencia, conocida la aversión de la derecha por todo lo público, no es menor.

También se afirmaba que la dirección del colegio había expulsado a todo un curso de primero de bachillerato por colgar una bandera española en el aula. Semejante sanción es impensable. Las expulsiones, temporales o definitivas, son sanciones recogidas en la legislación sobre convivencia de cada comunidad autónoma. Y, sin conocer específicamente la balear, estoy seguro de que es, como todas las que sí conozco por haber sido docente durante 35 años, garantista. No se puede expulsar a todo un grupo por lo que, sin duda, sería responsabilidad de unos pocos. Pero, sobre todo, no se puede aplicar un correctivo tan grave sin la incoación previa de un expediente. Y la resolución de estos procedimientos lleva semanas. La realidad, como supimos después, es que se suspendió la actividad escolar durante las dos horas que quedaban de jornada. Nada que ver.

Pero no era esta la imprecisión más preocupante. Lo que hace de esta noticia un tema interesante desde el punto de vista del análisis político es la afirmación, difundida y amplificada por PP y VOX, de que los alumnos fueron castigados por poner una bandera. No conocemos la antipatía que podía tener la profesora hacia la enseña rojigualda. Antipatía que, por cierto, podría ser similar a la que sentimos muchos por la canción del verano: suele ser vulgar y está en todas partes. Pero no es ese el tema. Ninguna dirección de ningún centro escolar —menos aún uno privado— castigaría a nadie por poner una bandera española en ningún sitio. Si lo prohíben las normas se le pide que la quite y problema resuelto. Pasa lo mismo con otros asuntos como llevar la cabeza cubierta en el interior del centro, entrar en una zona privativa para profesores, o hablar en un examen. Si me encuentro en los pasillos a un alumno con la capucha de la sudadera puesta, le digo que se la quite, no lo envío dos semanas a casa.

¿Qué fue entonces lo que el centro sancionó? Pues lo que haría cualquier colegio, instituto o incluso padre sensato: la desobediencia. En el caso del alumno anterior —el de la capucha— si le pido que se la quite y, después de varios intentos por mi parte, no lo consigo, llega el momento de actuar disciplinariamente.

Y eso fue lo que sucedió según hemos llegado a saber. No se castigó a los alumnos por su acción inicial (contraria a las normas del centro) sino por su insubordinación al negarse a corregir una conducta que el colegio consideraba inadecuada.

Esta diferencia es importante. El padre que dio a conocer los hechos se equivocó de plano al hacerlo. No entendió, o no quiso entender, por qué se sancionó al grupo de su hijo. Si no lo entendió, no parece muy preparado para educar a un adolescente. Y si no lo quiso entender, no hay duda de su escasa valía como educador: Le vino a decir a su hijo que no pasa nada por incumplir las normas y que, si te castigan por ello, basta con darle publicidad en las redes sociales para que, finalmente, la razón te asista. Flaco favor le hizo. La lección que le dio es semejante a la de Aznar preguntándose quién es el gobierno para decirle a él lo que debe o no debe beber antes de sentarse al volante de un coche.

Pero es aún más preocupante que partidos que aspiran a gobernar el país yerren en su análisis de manera tan grosera. Y, como en el caso del padre, peor aún si no se trata de un error.

¿Cómo podemos dejar la educación de niños y adolescentes en manos de personas tan irresponsables?

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