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¡Sálvese quien pueda!
Me llama un amigo para contarme que la hermana pequeña de una amiga de su hija enfermera había estado de vacaciones con otras tres amigas (20 años aprox.) en un apartamento en la zona de Conil. Allí se habían empezado a sentir mal y sospechado que podían estar infectadas de Covid. Como echaban mucho de menos la madre patria decidieron finalizar sus vacaciones y abordaron el avión. En efecto, los correspondientes análisis, ya en la madre patria, confirmaron sus sospechas dando positivo en Covid. Por supuesto, las vacaciones en Conil y el viaje de retorno fueron silenciados.
Un chico joven se encuentra con un amigo en la calle, se saludan, charlan un rato de sus cosas (todo esto con mascarilla y a la distancia preceptiva), y se despiden. El amigo al día siguiente le comunica que ha dado positivo en Covid. La familia (chico joven, chica joven y dos hijos de 3 años y 3 meses respectivamente) empezando a vivir (piso pequeño 70 m², un baño) se pone inmediatamente en contacto con el servicio de Salud para preguntar que deben hacer. La respuesta es: el chico joven es declarado contacto estrecho y debe hacer cuarentena en su casa; el resto de la familia puede seguir haciendo vida normal. En la página 15 del documento “ESTRATEGIA DE DETECCIÓN PRECOZ, VIGILANCIA Y CONTROL DE COVID-19” actualizado a 5 de julio de 2021, del Instituto de Salud Carlos III, del ministerio de Sanidad del gobierno de España, en la línea 3 de la subsección 2.1.1.Cuarentena y vigilancia dice: “Si no se puede garantizar la cuarentena de los contactos de forma rigurosa, se recomienda realizarla en instalaciones de la comunidad preparadas para ello. ” Afortunadamente para la familia, el chico joven da negativo en dos pruebas PCR (una privada 100 € y la otra pública), y a los 10 días la familia retorna a la nueva normalidad.
El sábado hay una proyección en un museo de una película francesa. Es la primera vez que voy al cine desde el inicio de la pandemia. Por ello vamos pronto con mi medidor de CO₂ (IR). Es una sala pequeña y las butacas accesibles están perfectamente señaladas. Me siento en la 1ª butaca libre de la última fila, justo dando la espalda a las puertas de entrada, y enciendo el aparato. Cuando se estabiliza, da un valor de 463 ppm (partes por millón) -el valor medio de referencia a nivel mundial es de 416 ppm-. La sala está completa y todos los asistentes llevamos mascarilla. Mientras las puertas continúan abiertas, las cortinas se cierran. Dos personas se dirigen al público por un periodo de 13 minutos aprox. Las puertas se cierran, comienza la proyección y la concentración de CO₂ ha subido a 550 ppm. La concentración sigue subiendo, y me tranquilizo pensando que todavía no han encendido la ventilación. Continúa subiendo y cuando alcanza un valor de 874 ppm, tomo una foto de la pantalla del aparato medidor de CO2 y le indico a mi acompañante que debemos abandonar la sala -el prof. Jimenez de la Universidad de Colorado, una autoridad en el estudio de los aerosoles, recomienda mantener la concentración de CO₂ por debajo de 700 ppm para reducir la probabilidad de contagio-. A la salida, en recepción, pido hablar con un responsable y le explico todo lo anterior.
El domingo oigo en la radio que dos médicas de atención primaria de la comunidad de Madrid abandonan el servicio debido al cansancio y a la imposibilidad, según su criterio, de ofrecer un servicio en condiciones y de calidad a la ciudadanía.
Le envío a otro amigo el enlace al artículo: “Por qué todos los países deben perseguir una estrategia para eliminar el virus en lugar de contenerlo” aparecido en el periódico elDiario.es. Me contesta diciendo: “Me resulta un dilema inverosímil que un Estado pudiendo erradicar se conforme con contener y sus consecuencias de rebrotes”. Algunos días después le contesto con la primera frase del propio artículo: “Si algo nos ha enseñado este último año es que el comportamiento de los gobiernos, más que el del propio virus o el de los individuos, es la variable clave para determinar la experiencia de cada país en esta crisis. Hablar de olas pandémicas ha dado demasiado protagonismo al virus”.
Decido volver al cine comercial a ver el estreno de la película Patrulla Suicida 2. Voy a la sesión de las 20.30 horas, equipado con mi medidor de CO₂. Me siento en la última fila en la butaca más próxima a la puerta de entrada. Es una sala grande y somos pocas personas, no alcanzaremos la treintena. Tanto las puertas como las cortinas de la sala continúan abiertas durante bastante tiempo. La concentración de CO₂ aumenta muy lentamente. A las 22.09 la concentración es de 659 ppm. Decido continuar, somos pocos y no falta mucho para acabar. Al final de la película, a las 22.34, la concentración ha alcanzado 714 ppm. Le informo al encargado del cine.
¡Que el Señor nos pille confesados!
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