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El sanchismo y el 15M

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Hay una muy sutil estrategia de lavado de cerebro colectivo en marcha desde hace ya años, y que en los próximos meses puede alcanzar su punto de no retorno.

Me refiero al uso del término “sanchismo” como mecanismo para tratar de eliminar los avances políticos surgidos a raíz del movimiento 15-M, que transformó la política española hace ya casi tres lustros (que se dice pronto) y que, con sus luces y sus sombras, en general ha supuesto la evolución más notable de la política española desde la Transición política.

Una de las consecuencias que tuvo la aparición del 15-M fue una renovación general de la oferta política. En un primer tiempo, dada la incapacidad manifiesta de los partidos tradicionales para vehicular esa demanda ciudadana, aparecieron nuevas formaciones (primero Podemos, luego, como reacción conservadora, Ciudadanos).

En un segundo momento, se produjo un realineamiento de los partidos tradicionales, que pasaron de un rechazo frontal a trabajar con esos nuevos partidos a establecer alianzas.

Parte de lo que se denomina “sanchismo” es, como todos los -ismos que hemos visto en política, efectivamente, una forma de entender la actividad del partido dirigido por Pedro Sánchez, cristalizada en torno a la propia figura de Pedro Sánchez. En eso, no se diferencia del felipismo, del aznarismo y demás.

Pero otra parte (y aquí entramos en materia) no es “sanchismo” tal cual, sino el realineamiento estratégico que llevó a cabo el PSOE, que ya fue anticipado de forma más limitada por Zapatero (limitado debido a la escasa representación que tenían los partidos a la izquierda del PSOE antes del 15-M), y por el cual el PSOE dejó de priorizar pactos con partidos de centroderecha, para asociarse también con partidos a su izquierda. También hubo una derivada nacionalista, que sería largo de explorar, pero que dejo al lector como ejercicio.

Esto, lógicamente, alarmó a sectores conservadores de la sociedad, que de hecho lograron dar un golpe de mano interno en el PSOE con ayuda de los sectores moderados que acabó con la dimisión de Pedro Sánchez como secretario general.

Pedro Sánchez, en un alarde de visión política, logró (también gracias a la democracia interna del PSOE, las primarias) reconducir el golpe, para consternación de estos sectores conservadores, y consolidó el realineamiento estratégico.

Desde entonces, y potenciado por su llegada al gobierno, los sectores conservadores no paran de repetir lo del “sanchismo”, confundiendo deliberadamente el estilo personal de Pedro Sánchez con esta evolución estratégica (y de consenso general, no individualista) del PSOE.

El PP intentó una opción diferente, absorbiendo a Ciudadanos, pero tuvo como consecuencia la aparición de Vox, como órdago contra el legado del 15-M, tanto en su variedad estatal como en la variedad nacionalista.

Lo que quieren estos sectores conservadores que pase, cuando el tiempo de Pedro Sánchez acabe, es que el PSOE vuelva a ser un partido socialdemócrata que, como mucho, alcance el poder con su ala moderada a los mandos del partido (García Page, Felipe González y compañía) o a ser posible pactando con partidos de centro (típicamente PNV), pero que no tenga tratos con nada a su izquierda. Lograr revertir todo lo que quede del 15-M, si es necesario, con la colaboración con los locos de Vox, a los que en realidad les gustaría revertir incluso muchas de las cosas que se avanzaron en la Transición.

Porque, no nos equivoquemos, el 15-M en realidad es la evolución lógica del país que nos legaron en la Transición. Fue la forma de trasladar el pensamiento de la Transición, del último cuarto del siglo XX, a los retos del primer cuarto del siglo XXI.

Por eso se trata de destruir ese legado estratégico, tildándolo de “sanchismo”. Porque para el sector conservador la Transición no fue la apertura de un nuevo tiempo, de una nueva forma de entender la política en democracia. Fue la máxima cesión que tenían que hacer para poder seguir haciendo negocios en una Europa democrática. No estaban dispuestos a ceder ni un milímetro más (y por eso esa resistencia denodada a cambiar una sola coma de la Constitución), y ahora, aprovechando que la democracia tiene viento en contra, incluso a volver un poco hacia atrás (ahí está Vox jugando su papel).

Esto no creo que lo sepan muchos ciudadanos. No creo que ni se lo planteen. Pero esta es la gran partida que se jugará en los próximos dos años. Si avanzamos, o si volvemos atrás unos cuantos, o puede que bastantes años.

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