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El septiembre que no acaba

Juan Fuertes Guillén

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La prensa no para de decir que este es un septiembre muy largo para Feijóo, pero nadie dice lo largo que se nos está haciendo a los españoles. Día a día tenemos que ser testigos de cómo el tiempo se arrastra mientras Feijóo se derrumba a cámara lenta y las izquierdas tenemos el corazón en un puño porque la próxima legislatura del gobierno de coalición está destinada a fracasar en el corto o medio plazo. Los mimbres tejidos con un socio tan poco fiable y tan dañino como Junts no van a aguantar para hacer unos Presupuestos Generales.

La calificación de dañino es para Junts, no para el independentismo. El resto de los partidos independentistas tienen un sentido de Estado y un sentido de protección de su nación del que Junts carece por completo. El camino al independentismo es uno largo, mucho más que el de este septiembre que no acaba nunca. ERC, EHBildu y PNV tienen la vista puesta en un referéndum que tarde o temprano está escrito que ocurrirá, ojalá que sea más temprano que tarde. Sin embargo, Puigdemont es un digno representante de su partido; San Para Mí, que los Santos no Comen, decía mi madre. El amigo Puigdemont no tuvo el valor de inmolarse como hizo Junqueras, dejó Cataluña en la peor crisis de la historia, hizo las maletas y no paró hasta hacerse con un puesto en el Parlamento Europeo que le reporta todavía más ingresos que la presidencia de la Generalitat. Me parece a mí que el amigo Carles no tiene ningún deseo de ser amnistiado. El rey en el exilio (no el rey delincuente, sino el catalán más listo que el hambre) tiene una relevancia política ocupando el trono victimista de su escaño en Bruselas y una capacidad de malograr las aspiraciones del independentismo con exigencias inasumibles por el gobierno que jamás lograría si volviera al terruño, por mucho que tuviera agarrado firmemente por los testículos al presidente en funciones los quince primeros días de su retorno.

Volvamos al protagonista del otoño de patriarca galego. El pobriño no sabe por dónde parar los ataques. Ayuso nada glotona en círculos a su alrededor. Isabel se comió la mariscada arropada por los que quieren un Madrid de ricos en el que no haya nada público, excepto su puesto y el de sus camaradas. Esos que corearon ¡Ayuso, Ayuso! y dejaron a Feijóo con cara de feijoada lista para degustar como plato de resistencia.

Vox, como de costumbre, está y no está. Está porque quiere su trozo del pastel si es que la Virgen de la Alegría, Generalísima investida con el fajín de Blas Piñar, logra un gobierno fascista por un desplante de Junts y las deseadas segundas elecciones. No está porque tampoco quiere que se note mucho que no tiene más programa que sus delirios cinegéticos, sus alegrías taurinas igualmente sangrientas o las procesiones presididas por Don Pelayo y la cabra de la legión. Para hacer esa distinción y que quede bien claro que los menores migrantes no merecen mejor destino que la calle, no solo lanza ayes por España por la intervención íntegramente en galego de un diputado del PSOE desde la tribuna del Congreso, sino que sale del hemiciclo al ritmo de sacudidas indignadas de la melena de sus féminas y los diputados tiran con desprecio el pinganillo al escaño del presidente en funciones, cosa que no afectó en lo más mínimo, ya que el peso moral de los dispositivos no partió España en dos como si fuera el pinganillo que desborda el vaso.

Feijóo aguantó el sonrojo de tener que escuchar la lengua de su Galicia inaugurar la afrenta al colonialismo lingüístico que tanto ha unido en armonía catalanes y vascos a nuestra querida patria.

El líder del PP acariciaba, como apuntado previamente, la idea de unas segundas elecciones en las que sería ganador de verdad. Por goleada, como Ayuso en ese Madrid que dios confunda, pero el CIS ofrece una piedra de afilar a la lideresa madrileña en forma de resultado de las estimaciones de intención de voto: PSOE haciéndo el sorpasso al PP y Sumar a Vox.

¿Quién coño inventó la tortilla? Pregunta MAR sumergido en una nube de deliciosos chupitos que le estabilizan el pulso. ¡Hay que imponer el puto cocido, que a ese no se le da la vuelta!

Después del exabrupto, rápidamente se da cuenta de que le queda el camino expedito para desarrollar la campaña que llevará a Isabel a la Moncloa, porque las mujeres tienen tantas oportunidades como los hombres en el mundo de la extrema derecha.

¡Por las barbas del chavismo bolivariano, que acabe ya este suplicio!

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