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Dos más dos siguen siendo cuatro

David Fernández Pastor

Profesor de filosofía en un instituto de educación pública —

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En la era pre-internet, en los albores de la humanidad, ya existían los bulos. Su difusión era mediante el boca a boca y las revistas del corazón. Los más famosos que recuerdo estaban siempre relacionados con la muerte de estrellas de la música (el morbo también existía entonces). Pero la madre de todos los bulos patrios fue la famosa historia que implicaba al programa Sorpresa, sorpresa, Ricky Martin, un perro y un tarro de mermelada. Si no la conocen, tal vez nacieron después de los noventa, o tal vez en otra galaxia. No se priven de preguntar a sus allegados porque seguro que les arregla la tarde. Lo cierto es que tal suceso no llegó a producirse jamás, pero se propagó como un reguero de pólvora, superando incluso las fronteras nacionales, a pesar de que el propio programa lo desmintió (papelón de Concha Velasco en directo) y nunca jamás se han publicado imágenes relacionadas con dicho asunto.

Diez años después, en plena etapa universitaria, dos amigos se propusieron reavivar dicho bulo en su campus. La estrategia era simple. Repetirían hasta la saciedad que habían visto el video del bueno de Ricky, jurarían y perjurarían sin pestañear hasta hacerlo creer a quien les escuchara. Y vaya si lo consiguieron. En pocas semanas, todo el campus había recuperado el 'mermeladagate', elevándolo al nivel de verdad consumada.

Cada vez que recuerdo esta historia, no puedo evitar que una sonrisa se dibuje en mi rostro. Pero también aparece una preocupación que en estos días se ve agigantada ante el esperpento mediático que sufrimos de manera constante. La misma estrategia de difamación que mis amigos utilizaron a modo de broma, es exactamente la llevada a cabo por esta suerte de 'Ministerio de la Verdad' orwelliano en la sombra, con medios y organización infinitamente superiores a los de los dos bromistas. La diferencia es que aquí se incluye la llamada a los más bajos y agresivos instintos del ser humano o la repetición constante de una mentira, con un enemigo al que culpar de hechos atroces sin aportar prueba alguna (o aportando pruebas falsas a sabiendas), todo ello aderezado con el condimento del odio visceral.

No son tontos estos buleros profesionales, con una legión de bots, militantes desocupados y pseudoperiodistas entregados a la causa de la derecha más extrema e intransigente. Saben bien qué teclas pulsar para despertar los peores sentimientos de los seres humanos. Tal vez porque son los únicos que ellos poseen. Así, vemos de manera incesante en redes, día tras día, cómo aparecen montajes difamatorios, acusaciones sin pruebas, noticias manipuladas, todo ello elevado a la quinta potencia del lenguaje bélico y tremendista. No se olvidan tampoco de enarbolar la bandera de la rebelión ante el totalitarismo y el enemigo invisible de una conspiración mundial, mientras exhiben discursos y argumentaciones plenamente totalitarias. Se erigen en Espartacos de la libertad informativa para encubrir que, en realidad, no son más que un desdibujado, burdo y caricaturizado Craso. Estos cruzados de la mentira tienen un objetivo claro: ir a la caza del descontento.

A lo largo de la historia, ha sido un rasgo característico de los totalitarismos el aprovechar situaciones de crisis para mostrar al pobre, ignorante y manipulado pueblo, el camino único de la verdad, la salvación y la grandeza. Dicho camino está plagado de mentiras y falsedades. Pero, por desgracia, la historia también nos ha enseñado que esta estrategia cala, y mucho, en la población. Y el objetivo es el de siempre: llegar al poder como sea.

El aluvión de bulos que recibimos de manera diaria son solo comparables a los lanzados por la oposición en el Congreso. Esa gran representación teatral de los líderes de la derecha española, supone la joya de la corona de toda esta maquinaria, pero sus mentiras llegan a todos los estratos.

Esos bulos, como este maldito virus que tanto dolor está trayendo, se extienden e infectan todo cuanto tocan. Desde los grupos de amigos hasta las familias, todo queda impregnado por la pestilencia de la mentira, la vil falacia que solo pretende conseguir llevar al rebaño al precipicio y hacer que salte agradecido. Este virus nos ha privado a todos de la libertad. A muchos, de su salud, e incluso, de su vida. No permitamos que el virus de la sinrazón, la mentira y el odio, también nos prive de nuestra capacidad crítica, nuestro raciocinio ni nuestros buenos sentimientos. Vacunémonos. Dos mas dos, no son cinco. Ni lo serán jamás.

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