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Solo nos piden que nos quedemos en casa
La comodidad en la que nos hemos establecido forma parte de ese terror a que te falte algún elemento de esa comodidad. ¿Por qué la gente mayor lo toma con estoicismo? Lo han pasado muy muy mal, con carencias y sacrificios de todo tipo. Sin ir más lejos, mi madre, nacida en el 37, tuvo (teníamos) que lavar en pleno invierno gallego debajo de un puente al lado de casa o enfrente en una cuneta, donde había arroyuelos. Y en el verano, como los arroyos se secaban, allá íbamos con la tinaja sobre la cabeza al río que había a medio kilómetro. Mi madre aún sueña hoy que llega el invierno y no tiene para comprar unos tristes zapatos para sus 5 hijos. Mi abuela haciendo mil y una artimañas para preparar la comida, con una creatividad inmensa y unos recursos escasísimos. De ella aprendí a valorar la comida hasta la última migaja. Lo reciclaba todo: si sobraban patatas al mediodía, buñuelos de patata para la noche; si sobraban restos de verduras, ropa vieja... Además, una frase tenía en su boca para los más escrupulosos: “no seas soberbio”.
Ahora vemos que todos esos mayores que lo dieron todo de sol a sol por todos los que sobrevivimos, están abandonados, maltratados, humillados en cualquier rincón de una residencia donde los tratan como mercancía. Muchos ahora están cobrando una pensión contributiva ridícula o una pensión no contributiva mísera. Son, estas últimas, personas que no pudieron contribuir al pago de la seguridad social porque lo que tenían apenas les daba para comer y sacar adelante a su prole. En este aspecto, la gran mayoría son mujeres, esas viudas de vivos que decía Rosalía de Castro, que trabajaban en el campo y en el hogar. Pues sucede que no sólo les están dando una pensión mísera (trescientos y pico euros) sino que, para más indignación, hay una ley en que si alguien con nómina está residiendo en el mismo domicilio, se la quitan. ¿Resultado? Viven solos o se los recluye en una residencia. El porqué permiten esta ley es algo que se me escapa. Mi madre, a pesar de los pesares, puede estar orgullosa por haber contribuido sacrificadamente, pasando muchas penurias, a que sus hijos tengamos una formación. Ahora ella no entiende por qué hay que guardar las distancias; pero, al mismo tiempo, también recuerda cuando era joven a los tísicos (tuberculosis) de los que todos huían como si fuesen apestados y que se los llevaban a sanatorios aislados (en este caso, al hospital de Calde en Lugo) y no se volvía a saber más de ellos.Gracias a mi hermana pequeña, enfermera, por cuidarla.
Toda esta historia que cuento, es para que nos concienciemos de que hubo gente que lo pasó y está pasando muy mal; que la gran mayoría somos unos privilegiados; que nos hemos acostumbrado a una comodidad artificiosa que tampoco es eterna; que la soberbia, la indiferencia, el egoísmo, la avaricia... calaron en nuestras vidas; que no nos viene mal, como hacían los estoicos, hacer ayunos de comodidad de vez en cuando. Estar entrenado por haberlas pasado canutas o por haberlo hecho voluntariamente, es una gran ventaja. Como decía mi abuela: ¡Queixaste de soberbia! (Te quejas de soberbia). Gratitud inmensa hacia los que ahí fuera nos están cuidando, hay tres enfermeras en mi familia. ¡Quédate en casa!
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