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Sumar en Galicia
Los resultados de las elecciones gallegas para SUMAR son, en mi opinión, naturales. Quiero combatir la melancolía, con estas reflexiones sobre la izquierda a la izquierda.
En primer lugar, estamos viviendo el final de la civilización industrial, y de los imperios creados por ella, lo cual sitúa la acción política en escenarios incontrolables de probabilidad: guerras, crisis financieras, catástrofes climáticas, olas migratorias y avances tecnológicos muy disruptivos. Obliga a profundizar en la democratización de todas las instituciones, incluidas las económicas. La cogestión empresarial será crítica para modelar la sociedad que emerja de las nuevas tecnologías; implica un pulso a la cultura del dinero y su predominio distributivo, desde la cultura de la cooperación en el trabajo y la ciencia, cuyo paradigma de reparto se basa en las aportaciones de cada factor, capital y trabajo, al bienestar y la riqueza.
Todo actor político que quiera modificar las reglas del juego, con criterios igualitarios, debe saber que juega en tres ligas, la local-regional; el parlamento del estado nacional, y la Union europea. Tres niveles de acción diferenciados, con distintas correlaciones de fuerza y alianzas.
El poder de una organización democrática tiene sus cimientos en el nivel local y autonómico (nacionalidad), y ha de cooperar en él con posibles socios, que son muy sensibles a las problemáticas más pegadas al territorio. Sin ganárselos, no es posible acumular fuerza para penetrar democráticamente las instituciones, y alcanzar los recursos legislativos que permiten hacer política: el estado-nacional y la Unión europea. Esta última es, por su tamaño económico, demográfico y político, la institución capaz de blindar los propósitos progresistas contra las amenazas del imperialismo militarista, y del chantaje financiero de los capitales que transitan sin control. Pero, la U.E. es un proyecto inacabado que, para ser estratégicamente útil, necesita un Tesoro, con mecanismos fiscales para recabar recursos, e inspección bancaria para censar los capitales y documentar sus desplazamientos. Y debe culminar la confederación de estados con autonomía y legitimidad, antes de poner en pie una política de defensa común, eficaz y eficiente.
Los tres niveles de la acción política son percibidos, en nuestro país, desde una cultura cívica, formada en los años de franquismo, durante los cuales se produjo la transición a la sociedad industrial y urbana actual, y se crearon las corporaciones profesionales que sustentan las instituciones vigentes; especialmente, los juristas y expertos que negociaron con los demócratas el pacto constitucional. La transición a la democracia estuvo asediada por los militares y el terrorismo. Cómo ETA continuó después de 1978, el corporativismo de los cuerpos judicial y policial se encapsuló a la defensiva, cuando ambas instituciones tenían que asimilar los valores constitucionales y acatar la soberanía popular. La lucha contra el terrorismo sedimentó el españolismo franquista en la derecha política y en parte de la socialdemocracia, y avivó los recelos xenófobos de los duros años de la emigración, tanto en las periferias ricas, como en las regiones origen de los emigrantes. Además, en 1986, se celebró el referéndum sobre la permanencia en la OTAN, cuyo resultado no podía ser más revelador: la segmentación entre el SI y el NO ignoraba los límites de la izquierda y la derecha, para situarse entre el nacionalismo español y los nacionalismos periféricos, mostrando un problema territorial no resuelto por el pacto constitucional.
Las culturas políticas españolas están penetradas por todas esas divisiones, obligando a SUMAR y a sus socios a un largo aprendizaje que, inevitablemente, tendrá que beber de la experiencia, que aún no tienen. Solo con la prueba y el error podremos madurar una cultura común, para todos los que deseamos un mundo económica, social y culturalmente más igual, diverso y pacífico. Resumiendo, la estrategia tiene que madurar en muchos frentes, social, sindical y político. Social, porque la responsabilidad social debe acordarse con la sociedad civil; sindical, porque los sindicatos caen, a veces, en el corporativismo, y política, porque necesita leyes que la legitimen.
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