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Correr riesgos, perder privilegios
Participar en la política supone asumir riesgos. Si formas parte de la política tradicional puedes verte envuelto en una trama de corrupción; si perteneces a una Casa Real puedes tener un accidente mientras matas elefantes; si eres activista contra los desahucios de viviendas, puede pegarte la policía; si eres lesbiana pueden matarte y, es más, lo hacen. Quizá no en el Estado español, donde sólo somos víctimas del 17% de los delitos de odio que se denuncian y agredidas a la salida del instituto; pero sí en Abya Yala. Así es como el pueblo Kuna se refería a América Latina hasta que el colonialismo les robó la palabra. Igual que la tierra, el agua, que sus costumbres, organización social, lengua, cultura.
Las lesbianas feministas de aquellos territorios llevan organizándose, cada dos años, desde 1987. La primera cita fue en México. La última, a principios de octubre, en Colombia. La situación ha cambiado mucho desde la primera vez que se dieron las primeras jornadas, pero lo cierto es que los Encuentros Lésbico Feministas de Abya Yala siguen siendo un escenario indispensable para la articulación de un discurso lesbofeminista que pretende, ni más ni menos, cambiar el mundo. Discurso que tiene que llegar también a esta parte, que nosotras también necesitamos para la construcción de las bases de la sociedad a la que aspiramos.
Dicen que el descolonialismo ya se dio, a principios del XIX, pero ni nos hemos ido de allí, ni hemos dejado de ir. Por eso, ahora, nuestras compañeras están trabajando duro por lo que han llamado decolonialidad, que se trata de una apuesta teórica y política por hacer desaparecer de allí todo indicio del colonizador, por descolonizar sus cuerpos y sus pensamientos, por recuperar sus vidas, sus cosmovisiones, sus territorios. No sólo eso, irremediablemente entrelazado con la colonialidad, están las políticas neoliberales, el racismo y el militarismo. Todo ello está atravesando los cuerpos de quienes son víctimas de ello y de quienes somos cómplices de su terrible éxito.
Ellas ya están haciendo ese trabajo. Me pregunto qué trabajo estamos haciendo aquí. El movimiento lesbofeminista del Estado español menosprecia, al no interesarse por ello, la situación de nuestras compañeras al otro lado del mundo. No revisamos nuestros privilegios de clase y raza porque las renuncias a las que nos enfrentamos después tienen un precio demasiado alto. Seguimos colonizando el pensamiento en América Latina creyendo que la situación económica de esta península nos sitúa en una situación parecida a la suya, que nos permite, además, viajar –que no migrar- a sus territorios en busca de una nueva oportunidad. Un nuevo mundo, tal vez.
Me vuelvo de allí con un miedo atroz a reconocerme colonizadora, racista, privilegiada. Yo, que me quejo a diario de la situación de precariedad e inestabilidad en la que ya me muevo como pez por el agua. Yo, que alguna vez he ido a las manifestaciones que ha convocado SOS Racismo en mi ciudad. Yo, que hasta me paro a charlar con mis vecinos argelinos. Yo, que siento que vivo en una situación de vulnerabilidad por ser lesbiana. Yo, que sufro violencia machista en las calles porque soy mujer. ¿Cómo se asume alguien opresora? ¿Cómo se renuncia a los privilegios? ¿Es posible hacerlo? ¿Puedo hacerlo yo? ¿Y tú? ¿Puedes tú?
Al menos ahora sé, que mis palabras están atravesadas por mi color de piel, que mi manera de expresar lo que no me gusta está atravesada por el vuestro. Qué negro viene el cielo, decimos, y qué peligrosos son los puntos negros de nuestra ciudad. Sé también que vivo, y sobrevivo, sobre unos privilegios de clase, que no he elegido, pero que me sientan muy bien. Sé que la militarización está demasiado presente en vuestras vidas para asegurar una tranquilidad a la mía. Sé que, inevitablemente, estas palabras contendrán elementos que me identifican con el colonialismo, que vuelven a reconocerme como racista, clasista, privilegiada. Me cuesta verlas. Lo siento.
No sé cómo voy a poder dirigir todas las lecciones que me habéis dado, compañeras. De verdad que no lo sé. Me queda mucho camino, pero voy en la misma dirección. Acepto vuestros tirones de oreja.
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