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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

El desborde era esto

Jornadas feministas de Euskal Herria, en noviembre de 2019.

Andrea Liba

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Hace dos años lo petamos. Pocas feministas habrá en el Estado español que no guarden en su memoria el recuerdo del 8M de 2018 como un hito, como un punto de inflexión en la capacidad de convocatoria de los movimientos feministas. 

Huelgas de entre dos y 24 horas y alrededor de seis millones de personas, cientos de colectivos, salieron a las calles por los derechos de las mujeres -sí, de las trans también-, contra las diferentes formas y ámbitos de violencias machistas, contra la ley de extranjería, en defensa de la diversidad sexual y de género. En fin, que allí estábamos todes. Bueno, casi. Faltaban las asesinadas, las presas, las internas, y muchas mujeres racializadas y migradas que se desmarcaron de la huelga haciéndonos ver a las blanquitas europeas que igual teníamos que darnos un puntito en la boca. Fue un antes y un después en varios sentidos. De repente, comentan algunas veteranas del movimiento feminista, pasamos de estar las cuatro de siempre a ser miles. Sí, fue emocionante. Y la tensión duró hasta el año pasado, que también hubo huelga de las grandes. ¿Quién podría pensar que este año 2020 no iba a haber huelga? Si ahora ya todas, todes y todos somos feministas, lo tenemos clarísimo y hasta las instituciones tienen pedigrí feminista. 

Pues no. Este año no hay huelga. Con excepciones, claro. Cataluña sí sigue apostando por esta herramienta, Asturias propone hacerla de cuidados, mientras que en Murcia CGT respalda legalmente una huelga de dos días: 8 y 9 de marzo, ya que el 8 es domingo. En Madrid, 'revuelta feminista': un mes entero, desde el 8 de febrero, de actividades y acciones en la comunidad. 

Ya el año pasado, en Madrid se preguntaban si una huelga general seguía siendo útil para el movimiento feminista. Decidieron que sí, que “servía para seguir generando músculo feminista y seguir interpelando a muchas mujeres”. Este año en casi todo el Estado la apuesta clara es por la descentralización. 

En Euskal Herria tocaba descansar. En octubre del año pasado se celebraron unas jornadas feministas históricas. Hacía una década desde las últimas. Durante tres días, más de 3.000 mujeres debatieron y pusieron nuevas necesidades sobre la mesa y empezaron a trazar los siguientes pasos del movimiento feminista vasco. El lema era Salda Badago (Hay Caldo, en castellano). Fijaos si había caldo, que los grupos motores que organizaron el encuentro acabaron agotadas. Amaia Zufia, de Bilgune Feminista, un colectivo feminista de Euskal Herria, cuenta que ellas tenían claro entonces que no harían huelga, primero, por cansancio: “El cansancio también es político y todas los personas, colectivos y movimientos necesitan ciclos. Ciclos de mucha intensidad y ciclos de distender, de relajar un poco por salud”. 

De aquellas jornadas evidentemente no pudo salir una hoja de ruta detallada para los próximos años, pero sí una necesidad palpable: “Reformular los grupos motores que en los pueblos y barrios tiran del carro. En los últimos años, aunque el feminismo ha cogido mucha fuerza, a nivel organizativo estamos un poco débiles”, añade Zufia. Cuando llevas dos años con un nivel tan alto de intensidad “es muy difícil cuidar los procesos (como la acogida de nuevas compañeras) porque al final estás a responder a la coyuntura, a lo que viene de fuera” y, ahora que el feminismo se ha hecho tan masivo, cuenta Amaia Zufia, “necesitamos un tiempo de repliegue para recolocarnos, fortalecer las redes descentralizadas y repensar, como movimiento, a qué vamos”. Explicaba El Salto que en las jornadas “se llegó al acuerdo de dejar de lado la huelga laboral, en parte para apoyar con más fuerza la huelga general convocada para [el pasado] 30 de enero en las comunidades autónomas del País Vasco y Navarra bajo la consigna 'pensiones, salarios y vida digna”. Itziar Gandarias, integrante de la Marcha Mundial de las Mujeres, decía también para este medio que la huelga feminista ha dado herramientas a otras huelgas como la del 30 de enero.

El movimiento feminista de Euskal Herria concluyó hace unos días en un comunicado que este 8 de marzo no habrá huelga como los anteriores, pero sí se volverán a ocupar las calles “para decir alto y claro que este modelo social es invivible para la mayoría de las personas, sobre todo mujeres y disidentes de género, e insostenible para el planeta”. La huelga no es un fin en sí misma, sino una herramienta para la denuncia, y las feministas de Euskal Herria no quieren “solo igualdad formal, ni igualdad para consumir sin límite”, no quieren “recetas neoliberales que profundizan la explotación de muchas mujeres en otros lugares del mundo y en nuestro entorno”.

Para eso, claro, hay que bajar un par de marchas y trabajar el barrio. De poco sirve congregar a seis millones de mujeres en la calle si luego en los centros sociales, en las comunidades de vecinas, en los colectivos feministas faltan manos, están a medio gas. Gandarias recordaba que las jornadas feministas de octubre dieron otras claves como que el movimiento feminista debía ser anticapitalista y antirracista, y concluía que el tejido feminista que ha dado lugar dos huelgas exitosas es lo que va a permitir destinar ahora la energía para trabajar de forma descentralizada. “El desborde era esto”, decía para El Salto.

Ahora que ya no da vergüenza la palabra feminismo, ahora que está de moda, que Zara hace camisetas maravillosas con consignas proigualdad, que partidos políticos e instituciones se cuelgan una banderita morada en sus balcones cada 8 de marzo y cada 25 de noviembre, que tenemos “feministra” y gobierno “guay” de izquierdas… Y antes de que el 8M se convierta en día de fiesta internacional como el 1 de mayo, antes de que el sistema consiga instrumentalizar otra lucha de siglos y la neutralice, toca, como decía Amaia Zufia, replegarse, encoger las alas para volver a saber cómo desplegarlas, construir la vida digna en el barrio para poder hacer mundo. Esto suena muy entre Ganhdi y Mr. Wonderful, pero es la pura verdad. La vida, y la lucha, está en la calle y no en el Parlamento. Ya sabemos que podemos desbordar las calles, ahora toca desbordar las asambleas ciudadanas.

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