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La maldición de los sillones asesinos en la política española

Iglesias y Sánchez discuten en la reunión que tuvieron en marzo de 2016.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Hay una forma de descubrir las trampas en las partidas que se juegan en la mesa de negociación de un Gobierno: un obstáculo que se presenta como grave y casi infranqueable se convierte de repente en algo de poca importancia cuando parece haberse resuelto. En ese momento, surgen nuevos obstáculos que adquieren la misma gravedad que tenía aquel que pasa a ser convenientemente olvidado.

En el momento en que decidió dar una razón de peso para explicar su veto a la participación de Podemos en un Gobierno de coalición, Pedro Sánchez explicó que en el conflicto catalán las posiciones de los partidos están muy separadas y se refirió a “la defensa de Unidos Podemos del derecho de autodeterminación”. Eso sería un problema grave cuando se conozca la sentencia del juicio del procés en el Tribunal Supremo.

Podemos respondió que en ese caso serían “leales” al Gobierno, porque el liderazgo corresponde al PSOE en un tema tan sensible. Y nada de continuar proponiendo un referéndum en Catalunya, una opción que rechazan los socialistas.

En la rueda del prensa del martes, preguntaron a la portavoz del grupo socialista, Adriana Lastra, sobre ese obstáculo aparentemente superado. Lastra lo desdeñó y dijo que esa respuesta era una “obviedad”. Como decir 'no me aburran con eso de los catalanes, estamos ya a otra cosa'. Daba igual que lo hubiera planteado el presidente en persona.

El martes tocaba hablar de... sillones. Como si se tratara de una rueda de prensa de Albert Rivera, Lastra se quejó de que los de Podemos sólo se interesan por los puestos del Consejo de Ministros: “A Pablo Iglesias le interesan más los nombres que las políticas”.

Esa obsesión por desdeñar a los adversarios como gente que sólo aspira a la poltrona se ha convertido en los últimos años en un cliché muy usado por los políticos, que exigen a los periodistas respeto a su trabajo mientras se ocupan de difamarlo con este tipo de declaraciones. Claro que importa qué políticos dirigen un ministerio de Economía, Trabajo o Educación. A qué partido pertenecen y qué programa electoral aplicarán en ese puesto.

Es legítimo que el PSOE opine que no le interesa tener a Iglesias en el Gobierno. No lo es tanto esa arrogancia de afirmar que los demás están en política para pillar cacho, mientras yo soy tan sacrificado como un monje medieval que ha hecho un voto de silencio y otro de castidad.

Además, si los socialistas apuestan por un Gobierno en solitario, y en minoría, la deducción es evidente. Por tanto, pretenden quedarse con todos los puestos (ejem, sillones) del Consejo de Ministros.

Si al menos la película que nos ofrecen los protagonistas de la política nacional tuviera un argumento original, podríamos llegar a la conclusión de que es mala, pero entretenida. Lo que tenemos delante se parece más a un 'remake' no muy ilusionante que ya sabemos cómo termina.

“Nadie se presenta a una investidura fallida. Nadie”, dijo Lastra a los periodistas con la intención de darles una lección. Vaya, debieron de pensar los que tienen buena memoria. Eso mismo fue lo que sostuvo Rajoy cuando rechazó el encargo del rey de formar Gobierno en 2016. Y el PSOE le tildó de irresponsable por ello.

Un 'déjà vu' de 2016 es lo peor que nos podía pasar.

Socios “preferentes” que no se fían del otro

Lo peor del fracaso de la reunión de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias fue lo que vino después. Ahora ya se acusan mutuamente de mentir tanto al referirse a sus propias posiciones como a las del rival. En Podemos, afirman que Sánchez dijo investidura en julio o nuevas elecciones (¡¡chicken game!!). Lastra respondió que eso es falso. Por otro lado, también comentó que la investidura se vota el 23 de julio y que no va a haber “segundas oportunidades”. Es decir, no es tan falso.

Al otro lado del cuadrilátero, Podemos distribuyó los argumentos de su jefe del área económica, Nacho Álvarez. ¿Así que estamos en esto por los sillones? Aquí están todos los acuerdos alcanzados por PSOE y Podemos en la negociación de los presupuestos –que no llegaron a ser aprobados– que misteriosamente no aparecen ahora en el documento presentado por los socialistas para estas conversaciones. “Volver a la casilla de salida para pretender llegar al mismo punto al que ya llegamos hace un año no es una forma honesta de negociar”, se quejó Álvarez.

Puede ocurrir que esos asuntos citados por Álvarez sean aquellos en los que Moncloa ha perdido interés cuando ha visto que Ciudadanos galopa hacia la derecha a toda velocidad, lo que deja amplios campos de terreno en el centro en los que pastar.

¿Quiere decir todo esto que no hay intereses personales en el deseo de Podemos de entrar en un Gobierno de coalición? No seamos tan inocentes. En 2016, Pedro Sánchez pensaba que llegar a Moncloa blindaría su posición como líder del PSOE y eliminaría la sombra amenazante de Susana Díaz. Fracasó en el intento en su investidura y el espectro se le vino encima.

Iglesias no está en Podemos en una posición tan acuciante como la de Sánchez entonces en su partido. Pero la caída en escaños en abril, que podía haber sido peor, y los malos resultados en las elecciones locales y autonómicas, con la humillación de verse superado en Madrid por Íñigo Errejón, le han dejado en una posición muy vulnerable.

Convertirse en vicepresidente del Gobierno o ministro de un departamento relevante reforzaría su posición. Él en Moncloa y Errejón, líder de la cuarta fuerza política de Madrid. Ya se sabe. Las guerras civiles de la izquierda dejan heridas que raramente cicatrizan.

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