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Un Rajoy amoral nos avisa de que la política española no llega al nivel de Teresa de Calcuta

Mariano Rajoy responde a la moción de censura del PSOE.

Iñigo Sáenz de Ugarte

Mariano Rajoy llegó al pleno de la moción de censura contra él con siete minutos de retraso. Algunos que habían estado especulando sin base sobre una posible dimisión del presidente del Gobierno pudieron quedar intrigados. Pero con la misma seguridad de esos rumores de las últimas 24 horas se podría pensar que Rajoy había apurado los tiempos en el coche para hacer una última consulta a la jueza de vigilancia penitenciaria de Lugo que está siendo investigada por el CGPJ porque se sospecha que hace horas extra como echadora de cartas de tarot. ¿Sabe usted algo del PNV que me pueda contar?

En estos tiempos de judicialización extrema de la vida política, nada más coherente que una jueza explorando las dimensiones más desconocidas. Ya no es suficiente con llevarse aprendido el Código Penal o el Civil o pasar un par de tardes con la Constitución. O que un político con tanta experiencia como Rajoy pida una segunda opinión (espiritual). La legislatura en la que la oposición iba a “freír” al Gobierno, en expresión de Madina, y que terminó convirtiéndose en una sucesión de proposiciones no de ley para mayor gloria del boletín de la Cámara e iniciativas de impacto inexistente en el mundo real, parece estar tocando a su fin o dando un giro completo con la elección de Pedro Sánchez como nuevo presidente.

Una legislatura de mucho humo y ruido controlada por el PP en la que casi no ha pasado nada implosiona poco después de que el Gobierno consiguiera el apoyo del Congreso a los presupuestos. Misterios de la democracia y de la facilidad con la que el PNV se mueve en los huecos que dejan las instituciones a los partidos pequeños. Otros no caben en ellos, porque aspiran a más. El PNV aprovecha cada rendija. Por eso, cuando entró Aitor Esteban en el Congreso y la melé de cámaras estaba ocupada con Pedro Sánchez, que no hizo declaraciones, el portavoz del PNV se coló con facilidad en el hemiciclo. Donde otros ven obstáculos, el PNV ve oportunidades.

El horror, para Ciudadanos. Albert Rivera entró en la Cámara como si el presidente que podía perder el puesto en el Gobierno fuera su propio hijo. “Este es un día terrible para España”. Después de echar un vistazo a las portadas de la prensa de Madrid, seguro que se le pasaron las ganas de llamar a la jueza vidente de Lugo. ¿Para qué? ¿Para pasarlo mal?

Desde el escaño y tal que niña de El exorcista en una de sus noches malas, Girauta llamaba en Twitter “moción de basura” al inicio del debate. Los diputados de Ciudadanos tenían pinta de necesitar un buen trago de encuestas de Metroscopia.

Esta moción no hubiera existido sin la sentencia de la Gürtel y fue el eje de la presentación hecha por José Luis Ábalos, que asumía el rol del poli malo en el duelo con Rajoy empleando como arma el veredicto del tribunal sobre la caja B del PP: “Lo dice la justicia”.

La respuesta del presidente del Gobierno fue la que se le ha escuchado en ocasiones: encogerse de hombros, abrir los brazos y poner en marcha el ventilador. No acepta lecciones en ese tema porque ningún partido puede dar lecciones (“¿Acaso el partido socialista está limpio?”). No asume responsabilidades políticas porque el PSOE está en la misma situación (“Señor Ábalos, cuando llegue la sentencia de los ERES se van a poner una moción de censura?”). No acepta que nadie le diga lo que debe hacer porque nadie está en una posición superior a la suya (“¿Son ustedes acaso Teresa de Calcuta?”).

En definitiva, esto es lo que hay y no nos pongamos estupendos con eso de la limpieza democrática: “Corrupción, la hay en todas partes”, dijo. La inmundicia nos iguala a todos. Rajoy no tiene mucha confianza en el ser humano o en la democracia en general.

Claro que no todos los partidos tenían una caja B, se beneficiaron del dinero de una organización criminal y tienen encarcelado a uno de sus tesoreros.

Como preludio de su posible llegada a La Moncloa, las intervenciones de Pedro Sánchez no tuvieron mucho tono épico ni dramático, ni siquiera en la denuncia de la corrupción. Rajoy quiso entrar en el cuerpo a cuerpo para ponerle nervioso, pero el líder del PSOE se atuvo al plan que no era otro que decir lo necesario para recibir el apoyo del PNV: mantener los presupuestos del Estado que pactaron PP, Ciudadanos y PNV, y una promesa vaga de buscar el consenso para convocar nuevas elecciones. Es decir, el PNV puede estar tranquilo, y no hay prisa para ir a las urnas y que Ciudadanos sea el mayor beneficiado.

Sánchez sólo se permitió un detalle de cierta chulería política. Le propuso a Rajoy que dimita para poner fin a su agonía. Varias veces. Le reclamó que pidiera perdón con la probable intención de humillarlo. Rajoy le respondió, ahora que los medios estamos todos los días sacudiendo con la hemeroteca, recordándole lo que decían los barones socialistas sobre la posibilidad de pactos con los nacionalistas catalanes. Y luego lo que decía Sánchez de algunos políticos que votarán a favor de la moción. Eso daba para que los diputados del PP se rieran un poco, lo que no es poco porque se les notaba con mal cuerpo. 

Pero fue un debate menos áspero de lo que podía esperarse, sobre todo si este termina siendo el fin de Rajoy. 

Sánchez quiso reforzar el ambiente de despedida forzosa del hombre que es presidente del Gobierno desde 2011. “Le deseo lo mejor”, dijo el socialista en lo que también parecía un gesto algo condescendiente. Rajoy prefirió no tomárselo a mal, no considerarlo un aviso de que estás jubilado y aquí tienes la tarjeta de descuento del transporte público.

Poco después, Aitor Esteban, portavoz del PNV, salía de la Cámara a la carrera. Probablemente iba a recargar el móvil con el que había estado en contacto con la dirección de su partido en Bilbao. Esteban no necesitaba a ninguna jueza vidente de Lugo. 

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