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Ayuso y el PP se suben a la ola de Txapote

Una mujer sujeta un cartel frente a la sede del PP en la noche electoral.

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Antes de comer en el día de las elecciones, los 'jarraitxus' del PP de Madrid estaban con ganas de dejar su sello. Lo hicieron con un vídeo de la llegada de Pedro Sánchez al colegio electoral, cuando varias personas le gritaron: “¡Que te vote Txapote!”. Txapote es el etarra que fue condenado por los asesinatos de Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez y Fernando Múgica. La cuenta de Twitter de Nuevas Generaciones en Madrid escribió la frase sin comillas y en mayúsculas. Su presidente, Ignacio Dancausa, se apresuró a retuitear el mensaje. Quizá fue él mismo quien lo había escrito inicialmente.

No se puede achacar el exceso al ímpetu juvenil. El estilo venía de arriba. Isabel Díaz Ayuso pronunció esas palabras en un pleno de la Asamblea de Madrid en febrero. Fue Vox quien empezó a emplearlas unos meses antes, pero fue la presidenta de Madrid la que las impulsó a los titulares. Ella es una 'influencer' de primer nivel de la política de la derecha. Tampoco fue un exabrupto al calor de un debate crispado, sino una decisión calibrada. Por si acaso alguien se había despistado, la repitió el vienes en el último mitin de la campaña con un leve giro contra Sánchez para que sonara más humillante: “Ya no le vota ni Txapote”.

El electorado compró ese mensaje el domingo. Sería una simplificación ridícula creer que eso fue lo que concedió la victoria a la derecha. Lo que es indudable es que la sobreactuación basada en recordar la falsa existencia de ETA o anunciar un fraude electoral a escala nacional no hizo ningún daño al Partido Popular. Ya formaba parte del paisaje político tradicional. Sin la posibilidad de recurrir a un hundimiento de la economía española que no llegó a producirse, el partido se limitó a centrarse en prometer el fin de Pedro Sánchez. Y le fue suficiente con eso.

Sánchez escuchó esos gritos y comentó a los periodistas sin que le preguntaran por ellos: “Tenemos a los intolerantes, la descalificación, el ruido, la crispación y el insulto”. Aunque sea así, es obvio que todos ellos llenaron de votos las urnas. Más que elevar al PP, muchos de ellos lo que querían era deshacerse de Sánchez.

La Comunidad Valenciana parecía antes de la campaña el espejo en que habría que mirarse para dilucidar el elemento esencial de los resultados. No fue así. La derrota de la izquierda fue general y rotunda, con la excepción de Navarra, Asturias y Castilla La Mancha. La victoria de la derecha estuvo incluso por encima de las expectativas del propio PP, que veía difícil conseguir Extremadura.

El hundimiento municipal socialista fue terrible en Andalucía, donde quedó barrido en las alcaldías de las grandes ciudades, incluida Sevilla. Comenzó hace tiempo, fue evidente en las elecciones autonómicas y ahora ha concluido de forma catastrófica en las municipales. Tiene todo el aspecto de ser una caída estructural de la que no puede recuperarse en unos meses. Por el número de diputados que aporta esa comunidad, tendrá consecuencias que se prolongarán en el tiempo. Entre otras cosas, porque los partidos a la izquierda del PSOE no se benefician en nada de ese descenso.

Los que habían sido más críticos con el PSOE desde la izquierda lo pasaron incluso peor. Podemos quedó fuera de la Asamblea de Madrid y del Ayuntamiento de la capital, además de los parlamentos valenciano y canario. La idea de colocar una lona gigante de aire provocador en uno de los baluartes de la derecha, el barrio de Salamanca, terminó pareciendo una ocurrencia de esas que sólo valen para ganar retuits en Twitter, pero ningún voto en el mundo real. Desdeñar a “la izquierda cuqui”, como hizo Ione Belarra con su definición de Más Madrid, y presumir de ser la izquierda “valiente” recibió una sonora patada del electorado.

Podemos partía de una posición débil en esa comunidad, por lo que es difícil de entender por qué decidió dar la batalla contra Más Madrid. Ahora tiene que sacar conclusiones sobre el tipo de izquierda que quiere el electorado. Si da un mensaje negativo sobre los logros del Gobierno de coalición o pesimista sobre las relaciones futuras con el PSOE, no puede sorprenderse de que sus votantes se desmovilicen.

Más Madrid mantuvo la segunda posición en el Ayuntamiento y la Comunidad, con 15.000 votos de ventaja sobre el PSOE en esta última. Sería una victoria bastante triste si la vendieran como tal. Perdió siete concejales en el Ayuntamiento ante un alcalde, José Luis Martínez Almeida, que desde luego no tiene el carisma en la derecha con el que cuenta Díaz Ayuso.

Los socios favoritos de Yolanda Díaz también mordieron el polvo. Ada Colau en Barcelona, adonde Díaz regresó a hacer campaña una y otra vez. Joan Ribó en Valencia. No hubo efecto Yolanda. La confluencia de todas las izquierdas posibles se convierte en una necesidad ineludible para todos esos partidos, pero su futuro no es muy brillante si continúa estando alimentada por los resentimientos y las viejas querellas internas. Ese mal rollo contribuye a desanimar a los votantes propios. Eso tendría que saberlo hasta un estudiante de primero de Ciencia Política.

Hubo algunas explicaciones que sólo reflejaban impotencia o incluso la confesión de una negligencia. “Ha habido una gran tendencia en la que no hemos sido capaces a sobreponernos a estas grandes tendencias que seguramente nos han impuesto desde Madrid”, se excusó Joan Ribó, alcalde saliente de Valencia.

“Ha sido una campaña en la que no se ha hablado de los problemas de la gente, de los problemas cotidianos de la ciudadanía. Una campaña en la que en Madrid se ha hablado mucho más de ETA que de los precios de la vivienda”, explicó Alejandra Jacinto, de Podemos.

Cuando los políticos admiten que no son capaces de que los ciudadanos les escuchen –en el caso de que ese sea el motivo del fracaso–, sólo tienen la derrota como horizonte cercano.

El balcón de la sede de Génova llevaba un eslogan que pretendía ser premonitorio: “El primer paso”. Alberto Núñez Feijóo celebró la victoria con una idea difícil de conciliar con todos esos aullidos relacionados con ETA y el pucherazo: “Ha ganado el respeto frente a las descalificaciones”. Txapote no lo habría explicado mejor.

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