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Bailar sobre el calendario

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

José Luis Sastre

Lo que tiene ir donde la bandera más grande es que luego las convocatorias te pueden quedar pequeñas, como le ocurrió a la derecha y a la ultraderecha, que fueron a buscar el plano general de la multitud y acabaron desayunando los planos cortos, para que se distinguieran las caras de Albert Rivera y de Pablo Casado en la misma estampa que Santiago Abascal. PP y Ciudadanos fueron a empezar la semana y la campaña en esa foto, en ese manifiesto de mentiras “con gran parte de veracidad”, y ahora que van los carteles electorales camino de la imprenta andan reclamándose como los partidos “de la moderación”.

En la mañana de lunes, con la derecha abrazada, y sin tener él ya interlocución con los independentistas, Pedro Sánchez bailó sobre las hojas del calendario: le recordaron las distintas opciones para las elecciones, sus ventajas e inconvenientes, y dejó que su entorno jugara a las quinielas. A todos los presidentes les gusta notarse en el centro del foco, tropezando con los micrófonos mientras van diciendo buenos días, buenas tardes, buenas noches. Eso ha hecho Sánchez esta semana, sonreír entre tuit y tuit, sin dar explicaciones. Había tomado la decisión, pero bailaba. A Sánchez le agradaba combinar los silencios con el tiempo, como si Mariano Rajoy le hubiera dejado el manual durante el traspaso de poderes.

El martes, exhaustos de tanto día histórico, llegó al fin el juicio al procés. El momento televisivo, con Vox como acusación: a la izquierda de las pantallas, el Supremo; a la derecha, el debate presupuestario en el Congreso. La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, asumió en la Cámara el peso del Ejecutivo y desplegó lo que traía aprendido de la escuela del socialismo andaluz: un debate ideológico dirigido contra las derechas. Eje derecha-izquierda, a la que el PSOE necesita movilizar. Si tú no vas, ellos vuelven. A caballo. 

“Se ha intentado, pero María Jesús (Montero) se había hecho a la idea”, admitió un negociador de Podemos con los presupuestos recién tumbados. El mismo martes, los diputados socialistas -tan desinformados en su mayoría como los demás- presagiaban ya que las cuentas serían devueltas: “Hasta aquí hemos llegado”, suspiró una de ellas, sorprendida de que hubieran durado tanto. Luego se esfumó con frases que parecían de Rulfo: no se puede contra lo que no se puede, murmuró.

De noche, Pablo Iglesias todavía haría un último intento al teléfono para tratar de revivir la mayoría de la moción de censura que él había dado por muerta. Conversó con Puigdemont o con Tardà, con la posibilidad de una mesa de partidos in extremis y con los esfuerzos del PNV, pero no había nada que hacer. Quim Torra insistía en la autodeterminación al salir del juicio que evidenció en su primera hora y sólo con una imagen la fractura en el independentismo. También es campaña para ERC y la Crida o el PDCAT o Junts o lo que sea.

Para el miércoles, todo estaba roto y cuando el presidente del Gobierno apareció de nuevo en las Cortes no podría decirse si venía de la Moncloa o del restaurante en el que se refugió Rajoy la noche en que lo echaron. Aquel momento clave de la legislatura enlazaba ahora con este: de la moción de censura a los presupuestos caídos. Quizá en el silencio al presidente le ha dado por entender a Rajoy cuando se quejaba de que gobernar no fuera fácil o, dicho de otra manera, fuera muy difícil. 

En un instante despachó el Congreso a Rajoy y en un instante despachaba las cuentas de Pedro Sánchez, justo cuando preparaba el lanzamiento de su Manual de resistencia. Hubo un aplauso tímido en las bancadas del PP y un silencio incómodo entre Esquerra y el PDeCAT. “Algunas derrotas son victorias”, dijo una ministra en voz baja, en la creencia de que Sánchez, tan fotogénico, crecerá gracias a dos fotos en las que no sale: las derechas de la Plaza de Colón y esas mismas derechas tumbando las cuentas junto a los independentistas.

¿Bastará con eso?, se preguntan en el PSOE mientras oyen voces que anticipan, incluso, una repetición electoral. Rivera niega futuras alianzas con Sánchez -ha negado muchas veces muchas cosas- y Podemos hace saber que vetaría de nuevo un acuerdo entre socialistas y Ciudadanos. Casado se prepara para un mal resultado que le abra las puertas del poder abrazado a Vox, que compaginará los mítines con el juicio del Supremo.

El jueves había más ministros que anuncios en las radios. Ahora que están de salida, los estrategas han diseñado una política de comunicación que consiste en multiplicarlos para que cubran los vacíos de Sánchez. Fue entonces cuando Dolores Delgado acuñó la etiqueta de “la derecha trifálica”, para que cale. La idea del 28 de abril quedó instalada mientras se iluminaba otra vez la parte izquierda de las pantallas. Allí estaba Oriol Junqueras, en un momento inédito y crucial: “Soy un preso político”. La semana ha resultado electrizante para la legislatura, pero también para la época. 

El viernes, en el primer día de descanso en el juicio y con el rey de vuelta de Marruecos, el presidente del Gobierno detuvo el baile sobre el calendario. La historia es conocida: confirmó la fecha del 28 en mitad de un mitin. Después de eso, todo era campaña, encuestas y ruido. Y alusiones de Sánchez a la plaza de Colón, donde la semana empieza y acaba.

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