¿A quién beneficia la crispación?
Si se evaporaron las respuestas, extraño será que acertemos con las preguntas. Pero hay una de ellas que se presenta cada mañana y que a poco que uno atienda a los debates parlamentarios alcanza a tocarla incluso, con todos sus interrogantes: ¿a quién beneficia la crispación? Se ha vuelto todo tan volátil e impredecible que no existe una conclusión cierta, pero a alguien tiene que ser para que haya cundido tanto.
En el cálculo partidista -¿hay otro?-, puede que la crispación beneficie al PP y a Ciudadanos y a Vox, que necesitan la tensión de un escenario polarizado. Puede, en cambio, que saque ganancias el PSOE si logra instalar la idea de que otros atacan las propuestas que ellos envuelven en corazones y rosas. No está claro eso de a quién beneficia la crispación; está más claro quién resulta perjudicado si se agría el debate, que es el debate mismo, porque toman por crispación la marrullería y el golpe bajo y confunden la ocurrencia con la originalidad. Lo que sufre es aquello que se conoce como el nivel, que cuanto más cae más agrava la brecha entre el común de la gente y la gente que se dedica a la política y a contarla. ¿A quién beneficia entonces que se nieguen unos a otros?
Observen la última sesión de control, la penúltima de la legislatura, donde fueron a hablar de chaquetas y chaqueteros, de mentiras e ignorantes. Miren el dedo acusador de Rafael Hernando en la segunda fila del hemiciclo, guardando la espalda de Teodoro García Egea, revuelto a su vez en su asiento cuando habla el presidente al que ellos llaman ilegítimo y cosas aun peores. Oigan de fondo a una diputada, también del PP, que le grita a Pedro Sánchez: “El colchón, el colchón” igual que antes le gritaban “Zapatero”. Se desprecian con nombres corrientes, comunes o propios, como si a los insultos ya los hubieran vaciado de significados.
El colchón, le dicen a Sánchez, y hasta Pablo Casado le restregó la cama allí mismo, delante de España entera, para que Sánchez le reprochara lo del nivel. “Qué nivel, señor Casado”, se quejó el presidente antes de ir a preparar la presentación de su ‘Manual de resistencia’, donde se harían chascarrillos sobre las relaciones de políticos y le preguntarían por lo que refiere en el libro, que son asuntos como el futuro de la socialdemocracia o las inconveniencias de ser un guapo o el momento en que quitó el Marca para poner el Finantial Times en la mesa de la Moncloa. El nivel.
La crispación la ha negado Rafa Hernando, lo que supone una manera de confirmarla. El fenómeno trae consigo la rebaja del debate, reducido al eslogan y a los símbolos. Ahora, después de banalizar la política, sólo cabía crisparla.
Además del juicio en el Supremo y la frase que soltó el rey en mitad de las declaraciones de los acusados, todo lo que hemos visto en los últimos días ya eran campaña y promesas, empezando por esa de Ciudadanos de renegar del PSOE con la misma fuerza con la que antes renegó de Mariano Rajoy. Más que propuestas hay vetos y, a estas alturas, salen más partidos dispuestos a pactar con Vox que con el PSOE. “La crispación nos puede beneficiar”, se oyó decir a un asesor socialista esta semana, dedicado a contar los escaños de las circunscripciones pequeñas con más atención de la que dedican a las proyecciones de las provincias grandes. La campaña estará en un cuadro de excel.
Así estamos, en fin. Inundados de ocurrencias que compiten por llevarse el retuit, de frases hechas y de símbolos. La España barroca, adornada además con algunas banderas en los balcones y corazones por doquier. Pronto podrá visitarse la política como se visitan las exposiciones: miren a la izquierda cómo se pelean, miren a la derecha las cosas que se dicen.
Igual apenas quedan políticas ni alianzas, pero qué más dará si sobra con las vísceras, si llenarán las trincheras de vetos y desprecios en los que no hará falta escuchar lo que diga el rival porque ni siquiera lo reconocen. Uno no sabría decir -estudios habrá que lleguen a sus conclusiones científicas, contradictorias por supuesto- a quién beneficia la crispación que ha traído la campaña aunque no sea culpa de la campaña. Uno sólo sabría decir que ve crispación en todas las sedes, lo cual no deja de ser una visión crispada.