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El emperador de Japón, un símbolo del Estado con un papel político casi nulo

El emperador de Japón, un símbolo del Estado con un papel político casi nulo

EFE

Tokio —

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La figura del emperador de Japón se ha venido forjando hace siglos, a partir del origen divino de antaño, pero en la historia más reciente ha reafirmado su carácter de símbolo y de unidad del Estado, con funciones políticas casi nulas.

Tan es así que, por ejemplo, cuando el Gobierno de Japón eligió recientemente el nuevo nombre para la era que dará comienzo este 1 de mayo con la asunción del trono del emperador Naruhito, éste no tuvo ni voz ni voto, y sólo prestó oídos.

“Entendido”, dijo el príncipe heredero cuando un representante del Gobierno le informó de que el nombre oficial de su era, muy usado en Japón, será “Reiwa” (bella armonía). Ese nombre marcará la época de Naruhito hasta que sea sucedido en el Trono del Crisantemo.

Y es que, de acuerdo con la Constitución de Japón, promulgada el 3 de noviembre de 1946, el emperador es sólo “el símbolo del Estado y de la unidad del pueblo”. Representa al Estado, pero no tiene “otras facultades de gobierno”, según la Constitución.

Esa carta magna surgió de la derrota de Japón en la II Guerra Mundial y ha marcado el nuevo papel del emperador, que históricamente llegó a ser de inspiración divina, una idea que ha perdido vigencia para los japoneses de hoy en día.

Como en otros marcos constitucionales, en Japón el emperador nombra al primer ministro según lo que decida el Parlamento o Dieta; designa al presidente de la Corte Suprema que elija el Gobierno, y pone su sello a las leyes y órdenes emitidos por las autoridades.

De hecho, la Agencia de la Casa Imperial, a cargo de la actividad y la agenda imperial, es un cuerpo del Gobierno, aunque su lealtad está al servicio del emperador. Eso no implica que, como ha sucedido, hayan surgido algunos roces por esa dualidad.

“Según la Constitución, el emperador japonés es un símbolo, pero creo que este emperador ha transformado el símbolo en un ser humano”, sostiene Makoto Inoue, que lleva década y media cubriendo la agenda imperial para el diario Nikkei.

“Akihito no ha querido ser tratado como un dios o un robot, sino estar más cerca del pueblo”, agregó Inoue en una reciente charla en el Centro de Prensa Extranjera de Japón.

Según dijo a Efe otro veterano periodista conocedor de los entresijos imperiales y que prefirió mantenerse en el anonimato, el papel del emperador nipón se asemeja al sistema que rige en el Reino Unido, y en el comportamiento de Akihito han tenido mucha influencia las familias reales de otras naciones, especialmente las de Europa.

Pero también aclara que, aunque el emperador de Japón no goza de inmunidad, “se entiende que no puede ser acusado penal y civilmente” ante los tribunales. Entre otras razones porque algunos de sus propios derechos fundamentales están limitados por la Constitución.

Akihito, el primer emperador que abdica en Japón en más de 200 años, dejará a su hijo Naruhito una alta aceptación popular, tanto de su persona como del papel que ostenta.

Según una encuesta difundida en marzo por el diario Mainichi, el 87 % de los japoneses considera que Akihito ha cumplido su papel como símbolo del Estado, muy por encima de las cuotas de popularidad de sus predecesores recientes.

Aunque el emperador nipón no tiene funciones políticas, Akihito ha querido cumplir con el limitado papel que ha tenido en ese aspecto.

Entre sus funciones se encuentra la apertura del período parlamentario, y Akihito lo ha hecho casi siempre desde que llegó al trono, en febrero de 1989. Sólo falló en 2003 cuando fue hospitalizado para ser operado de próstata.

En la ocasión más reciente, las breves palabras de Akihito sólo destacaron su “firme esperanza” de que la Dieta cumpla cabalmente con sus funciones.

La relación con el Gobierno no ha estado exenta de roces.

Los expertos recuerdan que en 2013 Akihito declinó una invitación del Gobierno para participar en un acto oficial de recuerdo de la fecha en la que Japón recuperó su soberanía tras la ocupación estadounidense, en 1952.

En principio, el emperador se negó a asistir porque consideraba que el archipiélago de Okinawa, en el extremo sur país, sólo fue recuperada totalmente en 1962, pero, por presiones de la Agencia de la Casa Imperial, finalmente acudió.

De hecho, Akihito, de 85 años, formalmente no informó en 2016 de su decisión de abdicar, sencillamente porque la Constitución limita al mínimo sus funciones políticas y la ley de la Casa Imperial entonces no recogía esa posibilidad.

Akihito lo expresó en términos simples, amparándose en su edad y la salud: “Estoy preocupado de que pueda ser difícil para mí llevar a cabo mis obligaciones como símbolo del Estado, como lo he venido haciendo hasta ahora con todas mis energías”.

Agustín de Gracia

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