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Koldo, la vacuna soñada del PP contra el 'Manual de Resistencia' de Pedro Sánchez

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, en el Congreso.

Aitor Riveiro

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El Partido Popular ha dado por amortizado a Pedro Sánchez casi desde que asumió la Secretaría General del PSOE, hace ahora una década. En 2014 pocos pensaban que aquel joven e inexperto político, aupado por la misma nomenklatura socialista contra la que luego se revolvió, llegaría a donde llegó. Incluso cuando puso un pie en la Moncloa la derecha política y mediática dio por hecho que duraría un suspiro. Un lustro después, Sánchez sigue como presidente. Pero la oposición cree que, ahora sí, el ‘caso Koldo’ supondrá su caída, como antes lo pensó con otras crisis que pusieron en duda su capacidad de resistencia.

“Pedro Sánchez llegó al Gobierno de España abanderando el Gobierno de la dignidad. Se ha convertido en el Gobierno de la indignidad”. Así se despachó este viernes el portavoz del PP contra el líder socialista en una rueda de prensa en la sede nacional del partido en la que insistió en reclamar la dimisión de la presidenta del Congreso, Francina Armengol, por haber comprado material a la trama.

Borja Sémper se refería a la moción de censura que llevó a Sánchez al Gobierno en 2018. Porque el primero que pensó que el hoy presidente no le duraría mucho fue su predecesor en la Moncloa, Mariano Rajoy. De hecho, en octubre de 2016 vio cumplida su premonición cuando un golpe del poder interno del PSOE terminó con el primer mandato de Sánchez como secretario general mientras el entonces líder del PP retenía el poder gracias a la abstención de la mayoría de los diputados socialistas.

Pero Sánchez volvió y puso en marcha su ‘Manual de Resistencia’. A bordo de un Peugeot recorrió España y, de la mano de José Luis Ábalos, recuperó el control del PSOE en unas primarias que derrotaron a Susana Díaz. Aquel coche lo conducía un tal Koldo García. Hoy, García y Ábalos se han convertido en dos apestados al estar, el primero de ellos, en el centro de la trama corrupta que investiga la Audiencia Nacional. Uno por acción, el otro, de momento, por haber elegido como asesor al primero.

Sánchez volvió y el PP naufragaba. Un año después de las primarias del PSOE, la Audiencia Nacional condenó al partido de Rajoy por la Gürtel. La moción de censura aupó al líder socialista a la Moncloa de la mano de una incierta mayoría plurinacional de difícil gestión.

Esa fue la segunda prueba que el PP pensó que Sánchez nunca superaría. A principios de 2019 ERC tumbó el proyecto de Presupuestos Generales y la derecha reunió a decenas de miles de personas en la Plaza de Colón contra las negociaciones entre el PSOE y los independentistas para las cuentas públicas.

“Este es el final de una legislatura agotada”, dijo Albert Rivera, entonces líder de Ciudadanos y hoy fuera de la política tras hundir a su partido. Junto a él compartieron escenario Pablo Casado (líder del PP) y Santiago Abascal (Vox). En Colón nació el ‘trifachito’. Y en Moncloa vieron la oportunidad. Rivera acertó, la legislatura estaba muerta. Pero las elecciones de abril del 2019 no supusieron el final de Pedro Sánchez, sino que depararon un triunfo del PSOE.

El PP cosechó su peor resultado: 66 diputados. Ciudadanos estuvo cerca (50) y Vox entró al Congreso con una veintena de escaños. 

La llegada de Pablo Casado al liderazgo del PP tras la marcha de Rajoy supuso una completa renovación del partido. Casado perdió las primarias frente a Soraya Sáenz de Santamaría, pero se impuso en la segunda vuelta gracias al apoyo de María Dolores de Cospedal. Su primera cita electoral fue un tremendo fiasco. La segunda no fue mucho mejor. 

La falta de acuerdo en el verano de 2019 entre el PSOE y Unidas Podemos provocó una repetición de los comicios que la derecha no supo aprovechar. Fue la tercera vez que en el PP se frotaron las manos esperando la caída de Pedro Sánchez.

No ocurrió. El PSOE y Unidas Podemos perdieron apoyos en los comicios de noviembre de 2019, pero mantuvieron números para un Gobierno de coalición. El primero desde la restauración de la democracia y sustentado en una compleja mayoría parlamentaria tan débil que Pedro Sánchez superó su investidura en segunda votación y por los pelos. Algunos rezaron por un nuevo ‘tamayazo’.

En el PP le dieron pocos meses de vida al “Gobierno más radical de la historia”, según las palabras de Pablo Casado en la investidura de Sánchez. El líder de la derecha se había dejado barba y se preparaba para una oposición “dura” y sin cuartel, convencido de que la alianza de socialistas y postcomunistas con la izquierda y la derecha nacionalista sería inviable.

El PP consideró desde el inicio “ilegítimo” al Gobierno de Sánchez. Y la pandemia no solo no hizo que aflojara la oposición, sino que la redobló. Porque la derecha vio en la crisis sanitaria, social y económica provocada por el coronavirus otra nueva oportunidad de hacer caer al Ejecutivo de coalición. Se intentó tumbar a Sánchez hasta en los tribunales con artimañas que fracasaron.

Casado se enfrentó hasta con sus socios europeos, con Ursula Von der Leyen a la cabeza, para intentar poner en apuros al Gobierno y su creciente relevancia en Europa. El PP se opuso a todo lo que pudo: pactos de Estado, declaraciones de estado de alarma y a la gestión de los fondos comunitarios. También a la reforma laboral, a todos los presupuestos, mantuvo bloqueado el Poder Judicial (salvo cuando pudo controlarlo “por la puerta de atrás”).

Por supuesto, el PP rechazó los indultos a los líderes independentistas encarcelados. Y volvió a sacar a la calle a decenas de miles de españoles que se oponían a la medida de gracia en una nueva ‘foto de Colón’. Pero mientras la presión política subía el Gobierno de coalición consolidaba su mayoría parlamentaria, que en algunas partidas alcanzó los 190 votos a favor.

El PP de Casado convirtió la oposición en un “no a todo”. Y, al final, el “no” lo recibió él, y de su propia gente. En febrero de 2022 un golpe de mano de los barones autonómicos acabó con Casado fuera de la política. La justificación: una dura guerra con Isabel Díaz Ayuso por el control del PP de Madrid que se recrudeció a cuenta de las comisiones que el hermano cobró por la importación de material sanitario durante la pandemia.

Dos años después, ya no está Pablo Casado al frente del PP, sino Alberto Núñez Feijóo. Y se ha dado la vuelta a la tortilla porque ahora es el Gobierno quien afronta un escándalo de corrupción relacionado con comisiones durante la pandemia.

Pero hasta llegar a esta situación Feijóo ha pasado por situaciones similares a las de Casado. En muchos casos, análogas. La llegada del expresidente de la Xunta a Madrid vino acompañada de un subidón del PP en las encuestas. Las mismas que habían hecho creer al equipo de Casado que su llegada a la Moncloa era una cuestión de tiempo: Sánchez iba a caer como fruta madura. 

Pero no sucedió. Feijóo no ha logrado en dos años desbancar a Sánchez de la Moncloa. Ni con los indultos ya aprobados, la crisis de inflación provocada por la guerra de Ucrania, la bronca entre Sumar y Podemos que limitó sus opciones electorales, y sin cuyo concurso el PSOE no puede aspirar a gobernar. Tampoco sin el resto del arco parlamentario que no ocupa la derecha española. 

Feijóo lo ha intentado todo. Como su predecesor, ha desacreditado al Gobierno de su país ante las instituciones europeas, que no han cedido en su apoyo a Sánchez. Boicoteó la renovación del Poder Judicial cuando el Ejecutivo cerraba con ERC la reforma de la malversación y la derogación de la sedición. Y ha mantenido su “no a todo” como estrategia de oposición.

El líder gallego creía tenerlo en sus manos. Lo tuvo, de hecho. Tras el triunfo del PP en las municipales y autonómicas de mayo de 2023, Sánchez convocó elecciones de forma inmediata. Todas las encuestas le daban a la derecha una amplia mayoría que permitiría a Feijóo gobernar, seguramente con el apoyo de Vox. 

Pero no ocurrió. Sánchez resistió. Y ató el apoyo de Junts que Feijóo no logró, aunque sopesó la amnistía y se plantea un indulto a futuro como forma de “reconciliación” en Catalunya. 

El presidente del Gobierno logró su tercer mandato en otoño de 2023. Pocos meses después, la legislatura pende de un hilo. Las negociaciones para la amnistía están encalladas, los Presupuestos de 2024 no están ni presentados. Por no tener, el Ejecutivo de coalición no tiene aprobada aún la preceptiva senda de estabilidad. 

En el momento quizá más delicado para el líder socialista desde que accedió a la Moncloa, a Sánchez le ha estallado un caso de corrupción que le salpica porque se produjo en el ministerio de quien fuera su mano derecha en el partido y uno de sus principales hombres en el Gobierno hasta que lo destituyó de manera fulminante en julio de 2021. Aquel cese está sin explicar, y en el PP creen que tiene que ver con el escándalo de las mascarillas.

En el edificio que se levanta en el número 13 de la calle de Génova, en Madrid, dan otra vez por muerto a Sánchez. Lo dicen en privado, pero también en público. Tras el pase de Ábalos al Grupo Mixto, el PP ha puesto la proa a la presidenta del Congreso, Francina Armengol, cuyo Gobierno autonómico compró mascarillas a la trama ahora destapada. Y confían en acorralar al presidente en la comisión de investigación del Senado hasta hacerle imposible resistir.

El PP cree que las posibles ramificaciones que puedan tocar a su partido no serán determinantes. Dan el caso del hermano de Ayuso por amortizado. Y confían en que la comisión de investigación planteada por el PSOE en el Congreso no servirá de nada porque los aliados nacionalistas no querrán que el Estado se meta en cómo gestionaron sus gobiernos aquellos meses de 2020. Ahora está por ver si el manual de resistencia de Pedro Sánchez sigue vigente.

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