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La niña que dijo “no quiero”

Kakenya compartiendo la comida de viernes con niñas de su escuela / © Kakenya's Dream

Maribel Hernández

En su país, Kenia, el 25% de las niñas menores de 15 años están casadas. Entre su pueblo, los Maasai, nueve de cada diez se convierten en esposas en cuanto alcanzan la pubertad. Pero Kakenya Ntaiya dijo “no quiero”. Ella tenía un sueño que cumplir. Prometida cuando tan solo contaba con cinco años de edad, tras su primera menstruación, la tradición dictaba que Kakenya fuera mutilada genitalmente para posteriormente casarse y abandonar la escuela. “Le dije a mi padre que sólo pasaría por la mutilación si me dejaba seguir estudiando”.

Fue por la mañana, sin anestesia, a los 14 años. A cambio, ella prometió que sería la mejor estudiante y que la educación que recibiría contribuiría en el futuro de algún modo al bien de Enoosaen, su comunidad. Aquella niña era incapaz entonces de imaginar la vida que vendría y el grado en que, años después, cumpliría con su promesa.

Kakenya Ktaiya, que creció en un lugar sin agua corriente ni electricidad, tiene hoy 36 años, un doctorado en Educación en la Universidad de Pittsburg y dirige Kakenya’s Dream (el Sueño de Kakenya), la primera escuela para niñas de Enoosaen que, en realidad, es mucho más que un colegio. Desde allí, en una conversación por Skype, esta mujer cuyo compromiso y trabajo ha sido reconocido y premiado en múltiples ocasiones, cuenta por primera vez a un medio de comunicación español su historia y su trabajo por la educación y el empoderamiento de las niñas.

“Donde yo nací lo que se espera de las chicas es que se casen justo tras la mutilación genital y que tengan hijos. La vida para las niñas es generalmente difícil porque son ellas las que se hacen cargo de todo, cocinar, ordeñar las vacas, limpiar la casa, traer el agua desde el río, cuidar a los familiares, lavar la ropa… no tienen mucho tiempo para leer y estudiar por eso suele ser habitual que no les vayan bien los estudios y suspendan. Entonces, los padres tienen tendencia a pensar que las niñas son menos inteligentes y que no tienen por qué ir a la escuela. En cuanto tienen su primera menstruación, a los 13, 14 o incluso 10 años las casan y siguen haciendo las mismas tareas pero, además, con hijos, los tienen casi de manera ininterrumpida, cada dos años uno”, explica. “Yo tenía muy claro que no quería esa vida”.

A Kakenya le gustaba estudiar y convenció a su padre y a los mayores de su comunidad para continuar su formación tras la primaria, incluso consiguió que hicieran una colecta en el pueblo para ayudarla con los costes. “Mi madre no tuvo una vida fácil, siempre me decía que a ella le hubiera gustado estudiar pero no se lo permitieron. Yo deseaba una vida mejor a la que ella tuvo, marcar la diferencia, cambiar”, recuerda.

Gracias una beca pudo marcharse a los Estados Unidos, convirtiéndose así en la primera universitaria de Enoosaen. El cambio, reconoce, “fue un auténtico shock, todo era muy diferente”, pero tenía claro su objetivo. “Estaba teniendo una oportunidad que muchos querrían así que no había tiempo para pensar en el frío del clima, o en si no entendía muy bien el inglés, me concentré en los estudios”, relata. Las relaciones internacionales, la ciencia política, el desarrollo, los derechos humanos… “me absorbieron, descubrí cuál era mi pasión, lo que mi corazón quería hacer”.

Siendo todavía una estudiante, a los 24 años, fue nombrada la primera Joven Consejera del Fondo de las Naciones Unidas para la Población (UNFPA) y trabajó con ellos por todo el mundo llamando la atención sobre la importancia de la educación y de poner fin a prácticas como el matrimonio infantil forzado o la mutilación genital femenina. “Aquella experiencia me abrió verdaderamente los ojos, me convertí en una activista”. Y el sueño comenzó a gestarse.

En 2009, estando todavía en Estados Unidos y gracias a la ayuda de un equipo de colaboradores que había ido formando y para el que solo tiene palabras de gratitud, abrió su escuela para niñas, el Centro de Excelencia Kakenya. “No sabíamos qué iba a pasar pero la experiencia está siendo muy positiva”, confirma Kakenya quien, desde 2011 y una vez finalizado su doctorado, regresó definitivamente a Kenia para impulsar este centro que hoy cuenta con 155 niñas. Todas ellas son agentes de un cambio que, poco a poco, va calando en el entorno más inmediato.

“La educación es una herramienta muy poderosa porque a través de ella le das a la gente información, y facilitas a las personas que puedan tomar decisiones correctas cuando tienen acceso a esa información. Eso es lo que estamos haciendo nosotros. Las niñas aprenden, sus padres aprenden, la comunidad entera aprende”, afirma. En el centro no solo se estudian los contenidos formales clásicos, sino que hay espacio también para temas de salud sexual y reproductiva, derechos humanos, habilidades para la vida, etc. “Cuando los padres de verdad comprenden que el matrimonio infantil o la mutilación genital son prácticas dañinas lo normal es que se abandonen. Estas niñas ya no se están casando a los 12 años, no son mutiladas genitalmente, las cosas están cambiando”, destaca la principal impulsora de esta pequeña y particular revolución llena de entusiasmo y consciente de la pequeñez de su impacto, en términos cuantitativos, así como de la necesidad de expandirlo. El sueño sigue creciendo.

“Queremos lograr un modelo aplicable, que pueda implementarse en otros lugares. Para ello es fundamental encontrar fórmulas para trabajar con los gobiernos y en conexión con otras organizaciones y plataformas, y con la comunidad internacional”, proyecta esta keniana. “Además, queremos abrir nuevas escuelas y que las niñas comiencen antes. Ahora entran en nuestro centro a los ocho años pero es importante que empecemos cuando son más pequeñas”, puntualiza.

Tal vez, esté un poco más cerca de lograrlo. Kakenya Ntaiya ha sido seleccionada como una de las diez finalistas en los premios CNN Heroes, una iniciativa de esta cadena norteamericana que reconoce y apoya económicamente proyectos particulares para el cambio social. Éste es solo el último de un larga lista de reconocimientos, como el Vital Voices Leadership Award en 2008, su nombramiento por parte de National Geographic como Emerging Explorer en 2010, su inclusión en la lista de “150 mujeres que agitan el mundo” de la revista Newsweek en 2011, entre otros. “Me siento realmente bendecida por todo esto, pero los premios no cambian en nada quien soy, lo que hago. Los agradezco porque me ayudan a tener un mayor impacto en lo que realmente me importa, las niñas, sirven para respaldar nuestro trabajo, la idea de que el matrimonio infantil o la mutilación genital no deberían suceder, lo realmente importante es la causa”, sostiene con convicción.

“Es mi trabajo, las niñas, lo que me hace levantarme cada mañana”, asegura. Y recuerda especialmente a una de ellas. Una niña que participó en uno de los campamentos de verano sobre Salud y Liderazgo que organiza su escuela y que al finalizar se acercó a darle las gracias. “Me dijo que nunca en su vida había aprendido tanto como lo había hecho esa semana y que iba a difundirlo, que se lo contaría a sus hermanas, a sus compañeras del colegio, a cualquier persona con quien se encontrara. Esa niña me tocó el corazón porque nosotros no les pedimos que hagan eso, pero saber que niñas como ella van a tener impacto en otras niñas es lo que me hace seguir. Ellas son mi inspiración”. El sueño de Kakenya es ahora también el sueño de Angie, de Nasieku, Naanyu, Shura, Nampayio, Juliet, Yiamat, Sikukuu, Tasmi

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