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La ministra Pilar Alegría asume un perfil más político y se implica junto a Bolaños en la confrontación con el PP

La ministra de Educación, Pilar Alegría, durante la sesión de control al Gobierno.

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Mucho más que las palabras que piden ser cinceladas en mármol, mucho más que el ruido habitual, mucho más que las llamadas al orden… A veces, en el Congreso son más reveladoras las sesiones de control en las que aparentemente no pasa nada o pasa lo esperado que aquellas en las que tiemblan los escaños y el eco de los insultos traspasa las paredes del hemiciclo. 

Basta con fijar la mirada, escudriñar la jugada y escuchar atentamente para descubrir los ángulos ciegos de la sesión, lo que esconde cada intervención y lo que asoma tras cada puesta en escena. No siempre es fácil porque, como decía Camba, el oficio de los diputados, como el de los loros, es el de hablar mucho y hablar siempre, y eso no ayuda a descifrar lo que dicen, cómo lo dicen y por qué lo dicen.

La sesión de control de este miércoles discurrió, tal y como se preveía, con Sánchez tratando de situar a Casado frente al espejo de su incómoda realidad —“Tiene que decidir si gobierna con la ultraderecha o no”, le dijo el presidente al líder de la oposición— y con Casado echando mano de su comodín habitual —ETA— para soslayar sus propios problemas internos. Pero el detalle o el giro de guion no llegó con las primeras preguntas, ni en los primeros minutos, ni con los primeros espadas.

Casado-Sánchez; Abascal-Sánchez; Rufián-Sánchez; Errejón-Ribera; Esteban-Ribera; Ruiz de Pinedo-Ribera; Gamarra-Calviño; Espinosa-Calviño; García Egea-Díaz; Nogueras-Albares; Mateu-Marlaska; Gil Lázaro-Marlaska; Lorite-Sánchez…. Y, de repente, la sustancia inesperada llegaba con la respuesta de la ministra de Educación, Pilar Alegría, a la popular Sandra Moneo, pasadas las 10.20 de la mañana.

Alegría, que fue cocinera antes que “fraila”, no acostumbra en el Congreso de los Diputados desde que fue nombrada ministra a salirse de su ámbito competencial, pero esta vez traspasó los límites de la educación y de la pregunta sobre la ejecución de la sentencia que exige un 25% de castellano en las escuelas catalanas para fajarse en el cuerpo a cuerpo con un PP al que interpeló por su relación con Vox y acusó con extrema dureza de copiar sus argumentos. Todo para acabar emplazando a la bancada popular, como antes había hecho el presidente del Gobierno con Casado, a que dijera “si la extrema derecha es un peligro”. 

Hace tiempo que la ministra de Educación viene haciendo de apagafuegos al más puro estilo de Félix Bolaños. Que la derecha carga contra la coalición por unas declaraciones manipuladas del ministro de Consumo, allá va un dúplex de Alegría en los matinales de televisión; que las radios piden una voz que opine sobre la última boutade de Ayuso, pues se ofrece a la titular de Educación; que hace falta reforzar el mensaje político de la semana, pues que salga la que fuera delegada del Gobierno en Aragón.  

Nada de ello es fruto de la casualidad, sino de una estrategia meditada en La Moncloa por el mismísimo presidente del Gobierno con su equipo más directo. Tras prescindir el pasado julio con la última remodelación de su gabinete de los perfiles más políticos como el de Carmen Calvo o el de José Luis Ábalos, Sánchez ha llegado ahora a la conclusión de que hay que exhibir músculo desde algunos ministerios y pasar a la ofensiva contra la derecha.

Alegría será, junto a Bolaños, la encargada de la confrontación directa con el PP, aunque en los últimos meses también se ha podido ver en ese registro a la vicepresidenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, con apariciones en las que ha exhibido un perfil y un discurso mucho más duros de los que hasta el momento se le conocían.

A dos años de las generales y con el ministro de Presidencia dedicado a achicar agua en toda polémica que salpica al Gobierno, Alegría será para la Secretaría de Estado de Comunicación una pieza clave en la estrategia informativa. No en vano la ex delegada del Gobierno en Aragón llega al Consejo de Ministros curtida en la política municipal y autonómica, además de haber sido consejera de Innovación, Investigación y Universidad del Gobierno de Javier Lambán. 

La aplicación de la LOMLOE, la octava reforma educativa desde la restauración de la democracia, seguirá siendo su principal reto, si bien La Moncloa pretende desde ahora darle mayor proyección política y mediática. Su dilatada experiencia parlamentaria —diputada por Zaragoza en el Congreso entre 2008 y 2015— y también orgánica —fue vocal de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE entre 2008 y 2012— la convierte en la compañera perfecta de un Bolaños que ha ido ganando peso en el Gobierno y en el PSOE desde que dejó de ser fontanero de La Moncloa para convertirse en 'superministro' de todo y en desatascador de problemas. Ambos están en el Consejo de Ministros, ambos pertenecen a la Ejecutiva federal del PSOE y en ambos tiene absoluta confianza Sánchez, lo que ha provocado ya no pocos recelos entre algunos socialistas de los que orbitan solo en lo orgánico y en el proceloso mundo de lo partidista. Pero esa es otra historia. De momento, quédense con el nuevo papel a desempeñar por la ministra de Educación.

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