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La moción de Tamames en mercados y bares: “Es absurdo, una ridiculez, pura propaganda”

Varias personas esperan su turno en una carnicería del Mercado de Maravillas, en Madrid, en una fotografía de archivo.

Víctor Honorato

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Un “absurdo”, una “ridiculez”, un “cachondeo”, pero también “una bomba de humo”. Estas son las palabras que se escucharon este martes en mercados y bares de Madrid ante la moción de censura de Vox que arrancó en el Congreso de los Diputados. En el Mercado de Maravillas de Madrid, en el barrio de Tetuán, se respiraba la desafección política de los ciudadanos, entre quienes renegaban del parlamentarismo, quienes no tuvieron tiempo en su día ni para enterarse de las noticias y quienes bufaban malhumorados cuando se les preguntó qué opinaban de la operación de la extrema derecha, que ha situado al economista Ramón Tamames como su candidato.

El pescadero José Romero lleva limpiando escamas desde los 12 años “para no tener ni jubilación” ahora que, con 61, se acerca a la edad de retirarse. “Nos levantamos a las 05.00 horas y nos acostamos a las 22.00”, explica de su día a día. Después cede la palabra a Francisco Gómez, de 56 años, también pescadero desde la pubertad. “Se va a quedar todo como está, esto es un cachondeo”, explica, enfadado. Él cree que los diputados “comen y beben gratis” en el Congreso y por eso no les importa enfrascarse en debates que no tendrán resultados prácticos.

Gómez ha votado al PP “toda la vida”, Romero reconoce que apostó por Sánchez en 2019, pero le decepcionó porque “se lió con los etarras”. A la izquierda del mostrador está Dorgival da Silva, brasileño de Recife, que dice que, para corrupción, la que hay en su país, de arriba abajo, interclase. “Madre de mi vida”, exclama al respecto. Él confía en que con Lula da Silva la situación mejore en su país, porque “con el otro” [en alusión al ultraderechista Jaïr Bolsonaro] estaba fatal. De lo que sucede en la Carrera de San Jerónimo reconoce que no está muy al día.

Tampoco se acaba de enterar de la actualidad parlamentaria Richard, de 42 años, carnicero originario de Bolivia, que ha pasado media vida en España. “En política, religión y fútbol me abstengo”, bromea. La economía sí le preocupa. Señala el precio de la aguja de cerdo, que está a 5,19 euros el kilo y sube casi por momentos, cuando históricamente nunca pasaba de cuatro euros. “Vivo el día a día”, cuenta.

En la frutería Soledad espera turno Víctor, de 60 años, que forma parte de una especie en declive, la de los votantes de Ciudadanos. Hoy le cae mejor el alcalde de Madrid que la presidenta de la Comunidad, que es “una prepotente”, y aunque votó al PSOE en el pasado, ahora está indeciso. La moción de censura le provoca hilaridad. “Me parece increíble lo de Vox con Tamames. ¿Pero qué narices hace con esos de Fuerza Nueva?”, se pregunta. “Es un cachondeo”, coincide con el pescadero.

Lo escucha atentamente una compañera que prefiere no decir su nombre –ambos son funcionarios de la Comunidad de Madrid y han venido al mercado en una pausa laboral–. Ella apunta que Tamames, al borde de los 90 años, “está muy mayor” para la política. “El PP no va a tener mayoría absoluta, pero la gente está harta de Sánchez”, cavila Víctor. Replica la mujer: “Yo estoy harta del ministro de la Seguridad Social [en alusión a José Luis Escrivá]. Sube las cotizaciones y luego subvenciones para todo quisqui”, censura, sin mayores precisiones.

“Tengo opinión, pero no te la voy a dar”, despeja en la cola de una charcutería un señor de bigote. Es inútil preguntarle al hombre. También prefiere reservarse su opinión una madre de un bebé en otra frutería. “Hay mucha gente chupando; el presidente, el ayudante…”, empieza y no termina Antonio López, de 73 años, que fue camionero y hoy cobra su pensión y prefiere borrarse de los debates de política general.

Rodolfo y Elvia, de 36 años, viven en Marbella, pero están en Madrid por “papeleo”. Tras seis años en España (son originarios de Venezuela), tienen una opinión bien formada sobre los eventos parlamentarios capitalinos. “[La moción] tiene un sentido comunicacional”, pero no político, considera Rodolfo. Es, en realidad, “una bomba de humo” hecha a la “medida” del PSOE, porque la censura no tiene visos de prosperar y le permite “alargar el proceso” hasta agotar la legislatura, mientras que para Vox “representa un espacio para hacer publicidad”. Rodolfo opina que la política financiera global es mucho más importante que los prosaicos debates de la periferia de la zona euro. “Los bancos se prestan dinero entre ellos, no a nosotros y el BCE va a tener que meter dinero”, al tiempo que las pensiones habrán de bajar. El candidato de la moción, Tamames, es una “leyenda”, pero el debate es, considera, “una distracción”.

El sentido del humor se acrecenta fuera del mercado, a medida que la mañana avanza y se acerca la hora del aperitivo. La calle Ponzano, nodo de la restauración festiva de la tarde-noche para un cierto sector de la clase media-alta madrileña, está desierta a estas horas, salvo por algún local que sirve desayunos tardíos. En una vía aledaña están tomando pan con aceite y tomate cuatro mujeres, que coinciden con los comerciantes de antes. “Es absurdo, una ridiculez, pura propaganda. ¡No va a salir!”, despacha Lourdes, de 53 años. Ante la comparación con la moción de Felipe González contra Adolfo Suárez de 1980, en la que el candidato censor tampoco tenía apoyos parlamentarios suficientes, pero obtuvo una clara victoria dialéctica, Lourdes, de 64 años, se cuadra: “Era otro nivel”.

“¿Qué es una moción de censura?”

El histórico bar Sidi de Malasaña volvió a abrir sus puertas en 2021 tras un paréntesis por la jubilación de los dueños originales. Hoy el barrio es entre semana y en horario laboral un ecosistema para turistas y los parroquianos tienen otro perfil. Sentado en la barra, tomando un pincho mientras juega con sus dos perros, está Adrián Rojas, de 37 años, que llegó de Argentina hace más de una década, se fue una temporada a Guinea y regresó a Madrid para poner también él un bar. “Ah, sí, era comunista, ¿no?”, pregunta sobre Tamames. Más que con el trabajo de los diputados, Rojas se molesta con “la pasividad social”, con la que “las eléctricas y la banca anuncien ganancias históricas” y el pueblo no reaccione. “No es que quiera provocar una revuelta”, advierte. Luego pregunta al camarero, que se llama Willy, tiene 33 años y es de República Dominicana, aunque Rojas lo llama “haitiano” para tomarle el pelo:

- Willy, ¿qué opinas de la moción de censura?

- ¿Qué es una moción de censura?

Rojas se enfada porque Willy opina que todos los políticos “son iguales”. “Igual que para un analfabeto todos los libros son iguales”, le reprocha. Se intercambian pullas, al final Jorge recoge las correas, dice “viva Perón” y empieza a cantar un himno de las juventudes peronistas. Willy y el otro camarero, Augusto, de 52 años, se miran de reojo. Al final se despiden, el enfado no era tal, Rojas volverá mañana. Si hubiese televisión en el bar, se podría escuchar en esos momentos a Tamames. No la hay, y Willy y Augusto vuelven a lavar vasos.

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