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CRÓNICA

¡Mujeres de España! Tamames tiene un modelo para vosotras: Isabel la Católica

Tamames con los papeles de su intervención en la segunda jornada de la moción de censura.

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Ramón Tamames estuvo sesteando en la tarde del martes mientras los portavoces parlamentarios se pronunciaban sobre su moción de censura. No intervino ni dio señales de vida, aunque todo el mundo daba por hecho que seguía viviendo. Tras una noche de sueño reparador, afrontó la segunda jornada con más energías. Quizá Santiago Abascal le convenció de que tenía que decir algo, lo que fuera, en respuesta a las críticas recibidas.

Después de que los medios de comunicación y todos los grupos menos Vox mostraran el poco respeto que sentían por las dos intervenciones de Tamames del martes por distintas razones, el candidato se puso al día en cuanto al espíritu de esta legislatura. Un poco de 'usted no sabe con quién está hablando'.

El protagonista del espectáculo tragicómico –al que podríamos conceder el título de bombero torero del parlamentarismo– estaba indignado con el ambiente de la Cámara. “No me esperaba un mitin como este en la patria de la soberanía nacional”. Ahí en mitad de la frase levantó la voz por primera y última vez en esta moción. Y llegó a reprochar a Meritxell Batet que permitiera tal estado de cosas. ¡Yo no aguanto este sindiós!, como decía Sazatornil en 'Amanece que no es poco'.

Así que el excomunista, exIU, exCDS y extertuliano del Sindicato del Crimen parecía creer que toda esa zafiedad electoralista y ruidosa no estaba a su altura. Lo decía el candidato que se había presentado con un discurso que incluía bulos ya muy gastados (la denuncia de que la ley electoral beneficia a los partidos nacionalistas), falsedades (afirmar que los inmigrantes consiguen rápidamente un empleo) e ideas estrambóticas (convencer a “urbanitas” para que hagan de bomberos forestales).

Fuera por deseo de Vox o porque no toleraba que varias diputadas criticaran su discurso, a él, un político que había creído estar llamado a alcanzar las más altas cotas de la Transición, Tamames reaccionó como el macho dañado en su (menguado) prestigio al mostrar sus (menguados) atributos. Pero lo hizo de una forma tan anacrónica que confirmó que viene de una época que conviene olvidar.

Acusó al Gobierno, o quizá a la izquierda en general, de utilizar “a las mujeres como si fueran una moneda de cambio”. Él contaba con un modelo más atractivo que ese feminismo que le produce rechazo.

“Para mujeres, tenemos ahí una, Isabel la Católica (cuya estatua preside el Congreso junto a la de Fernando de Aragón), que ya en el siglo XVI tenía más poder que el propio rey”. Quizá porque Isabel era reina de Castilla y su marido, sólo rey consorte, además de monarca del Reino de Aragón.

De inmediato, vino el golpe bajo que revela su opinión sobre el papel que asigna a las mujeres en la sociedad: “Hoy tenemos más violaciones que antes de esa oleada feminista”. Quizá quería plantear una causa-efecto o quizá la cabeza ya no le daba más de sí.

Después de tanta especulación a cuenta de sus diferencias con Vox, Tamames al final se quitó la careta y casi hasta los pantalones. Sólo tiene quinientos años de retraso y ya es un poco tarde como para que reduzca la diferencia.

El miércoles era el día en que el Partido Popular ya no podía seguir callado. Cuca Gamarra debía intervenir en nombre del partido y fijar posición. Dijo que no votaban en contra “por respeto” a la figura de Tamames, lo que bien podría catalogarse como una mentira piadosa. La moción de censura era “un inexplicable error en favor del Gobierno”. Es lógico que el PP, y en especial su líder, no quisieran tener nada que ver con esta historia.

Pedro Sánchez cargó contra la “indecente abstención” del PP. En realidad, era el desenlace inevitable para ese partido si tenía que cuidar sus intereses.

Gamarra utilizó casi todo su tiempo para cargar contra el Gobierno. Hubo un momento de resonancias freudianas. “No tiene derecho a hacer esto con nuestro Estado”, dijo tras criticar las reformas legales sobre sedición y malversación. Lo de “nuestro Estado” quedó un tanto patrimonial.

Su intervención contrastó con la de Pablo Casado en la primera moción de censura de Vox. Era previsible. Incluso si Casado hubiera seguido como líder del PP, no habría repetido ahora ese discurso bronco y áspero que hizo entonces contra Santiago Abascal. No a dos meses de las elecciones de mayo y a once de las generales. El palentino era un tipo temerario y poco dado a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos, aunque no tan estúpido como para poner en peligro el apoyo de Vox en un año electoral.

Sánchez dijo que ese ataque personal de Casado a Abascal fue un “arranque de lucidez y decoro”. No es extraño que dijera eso. El discurso fue mejor recibido entre los votantes de izquierda, con la bolsa de palomitas tamaño familiar en la mano y los ojos bien abiertos, que entre los de derecha. La abstención del PP ante Tamames no era “miedosa”, como dijo el presidente, sino una inversión de cara al futuro poselectoral. Por la misma razón, Sánchez no prometerá en la campaña traer de las orejas a Puigdemont a España.

La moción de censura del PSOE contra Adolfo Suárez en 1980 se ha convertido con el paso del tiempo en el paradigma de la bomba política de efectos retardados, por mucho que estuviera condenada a la derrota. No salió adelante, pero fue útil para exhibir la debilidad política del Gobierno de UCD y sobre todo de su presidente.

Aquí ha ocurrido lo contrario. Incluso la prensa de derecha admite que la moción encabezada por Ramón Tamames sólo podía beneficiar al Gobierno. De hecho, lo decían incluso antes de que se celebrara, con lo que debían de tenerlo muy claro. A ojos de muchos votantes, lo malo no es que el PP pacte con Vox, sino que lo hará con un partido de aficionados que es capaz de elegir a un novato torpe y maleducado como el vicepresidente de Castilla y León o a una vieja gloria como Tamames, que fue mucho más lo primero que lo segundo.

También es posible que pronto todos se hayan olvidado de la moción. Tamames quedará como uno de esos personajes pícaros y con poca vergüenza que aparecen de vez en cuando en la política y desaparecen dejando atrás una ristra de momentos embarazosos. Un mal chiste que le sobrevino al PP en el momento menos indicado.

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