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Lo que pase en Madrid no se quedará en Madrid

Isabel Díaz Ayuso (2d), acompañada por Pablo Casado (d), José Luis Martínez-Almeida (c), Pio García Escudero (i) y Teodoro García Egea (2i), durante el acto de cierre de campaña.

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Cuando Isabel Díaz Ayuso despierte la mañana del miércoles, Pedro Sánchez, como el dinosaurio de Monterroso, seguirá ahí. En la Moncloa, en el Gobierno, con los mismos socios de coalición y con el BOE a su disposición. Pase lo que pase este 4M, será así. Otra cosa es que cuando se abran las urnas, el resultado de las elecciones permita al PP aprovechar el 'efecto Ayuso' para hablar de un cambio de ciclo, de un tiempo de descuento, de un punto de inflexión y de hasta del principio del fin de Pedro Sánchez. 

La candidata del PP planteó el anticipo electoral en clave nacional, el Gobierno entró en el marco y ahora se enfrenta a las consecuencias, pese a que en la última mitad de la campaña, cuando el debate se polarizó hasta la náusea, la Moncloa decidiese blindar al presidente y que no tuviera más presencia en la arena madrileña hasta el día del cierre. Demasiado tarde. Los mensajes, a izquierda y a derecha, se lanzaron desde el comienzo más en clave nacional que regional. Una mirada, sí, sobre Madrid pero con el rabillo del ojo apuntando a la política española porque, como ya ocurrió en otros tiempos, lo que ocurra en la noche de este martes puede proyectarse sobre España.

Madrid siempre tiene un efecto arrastre y lo que acontece dentro de sus límites geográficos acaba por tener un reflejo electoral sobre el resto del país. Pasó en los noventa cuando se hundió el CDS y la derecha arrebató al PSOE el gobierno de la Puerta del Sol. Y pasó también en la primera década de este siglo cuando Esperanza Aguirre hizo de su confrontación con José Luis Rodríguez Zapatero el eje de su estrategia política, obtuvo el mejor resultado de la historia del PP en Madrid y, un año más tarde, Mariano Rajoy ganó las elecciones generales. 

Hoy el marco es distinto porque en el tablero hay más jugadores que los del viejo bipartidismo y porque la extrema derecha era entonces un espacio marginal sin representación parlamentaria, pero Ayuso no ha inventado nada nuevo. De hecho ha seguido la estela de sus mayores y ha convertido a Sánchez en lo mismo que Esperanza Aguirre convirtió a Zapatero, en una especie de bestia negra que supuestamente desprecia a los madrileños porque la izquierda no ha gobernado en la región desde hace casi tres décadas. 

En la sede de los populares confían en que si la presidenta madrileña logra más del 40% de los votos y Ciudadanos queda fuera de la Asamblea regional, Casado puede rozar el 30% a partir del cual la demoscopia le otorgaría posibilidades de quedar por delante del PSOE a nivel nacional. Nadie duda de que las elecciones las ganará Ayuso, pese a haber llevado la identidad madrileña hasta el esperpento, y tampoco que ella será el espejo en el que se debe mirar Casado para aglutinar el disperso voto del centro-derecha. De hecho, la única incógnita ya es por cuánto será la victoria y si Vox exigirá o no entrar en el Gobierno. En Génova el viernes, antes del cierre de campaña, manejaban sondeos que le otorgaban un máximo de 65 escaños, a cuatro de la mayoría absoluta y con posibilidades de gobernar en minoría sin que los de Santiago Abascal entren por primera vez a formar parte de un Ejecutivo.

Sea cual sea el resultado, la única certeza es que todos los líderes nacionales se juegan mucho. De ahí que hayan sido dos semanas de una campaña sucia y embarrada, en la que además de balas y navajas en el sentido literal, se hayan cruzado órdagos a la grande —libertad o democracia—, se haya desvirtuado el contraste de propuestas y Ayuso haya escapado de la rendición de cuentas sobre la gestión de la pandemia. La duda es qué pasará en España, después de una campaña donde el “sujétame el cubata”, el “no pasarán” y el “nos jugamos la democracia”, han traspasado todos los límites de la polarización y la trinchera. 

No parece que después de la tempestad, vaya a llegar la calma ni tampoco que tras tanto exabrupto, el ruido vaya a bajar el nivel de los decibelios. Si hubiera que apostar, ganaría quien lo hiciera por una pantalla en la que la política de bloques se recrudezca, permanezca el bloqueo para la renovación de los órganos constitucionales y no haya espacio alguno para el consenso, a pesar de que la pandemia sigue, la economía precisa de reformas de calado y la desconfianza en los políticos roza porcentajes antes nunca vistos.

Una victoria de Ayuso sepultará el discurso con el que Pablo Casado despachó a Abascal en la moción de censura de Vox. ¿Recuerdan? “Hasta aquí hemos llegado”. “Son ustedes el partido de la ira, de la revancha, de la manipulación y de la involución”. “No somos como usted porque no queremos ser como usted. Así de sencillo”. El líder del PP tendrá complicado salirse del guión de la polarización que dijo rechazar tras un resultado con el que Ayuso se consolide como referente indiscutible del centroderecha y una parte no desdeñable de la ultraderecha de Vox. Y con esas lindes es difícil atisbar a un Casado moderado, de mano tendida y dispuesto al acuerdo. 

Las elecciones madrileñas podrían haber sido unas autonómicas más, pero Ayuso impuso el marco de que la batalla sólo era entre ella y Sánchez, y en el PSOE han reconocido que la campaña diseñada por el jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo, ha ayudado más al PP que a la izquierda y ha sepultado las posibilidades de un Ángel Gabilondo que no se ha mostrado cómodo ni auténtico con la estrategia marcada por el gurú monclovita, al margen del socialismo madrileño. Aun así, antes del cierre de campaña, el redondismo manejaba encuestas en las que los bloques estaban más igualados de lo que mostraban otros sondeos publicados días antes. Una horquilla entre 67-70 para la derecha frente a los 66-68 que sumaría la izquierda, con un Más Madrid que en los últimos días habría tocado techo y con Vox y Unidas Podemos peleando por la cuarta posición del tablero, lo que no es baladí para que un diputado caiga de uno u otro lado y pueda lograr el desempate. 

Los socialistas, eso sí, dan por descontado que el resultado de Gabilondo se le imputará a Sánchez, que en todo caso estará por debajo del de hace dos años —35 escaños en el mejor de los casos y, en el peor, entre 30-33— y que en Madrid, a diferencia de otros territorios, es muy probable que el presidente reste más que sume. La moral del socialismo está por los suelos pero se ha conjurado, eso sí, para defender que el resultado no afectará a la estabilidad del Gobierno de España ni precipitará en ningún caso las generales porque, avisan: “Madrid, salvo en la poesía, no es el rompeolas de todas las Españas ni servirá para que Casado sea catapultado a la Moncloa”.

Por si acaso, ya se trabaja en una estrategia con la que, más allá de los avances en la vacunación y la recuperación económica que llegará de la mano de los fondos europeos, Sánchez pueda recuperar la iniciativa política. Unos hablan de ajustes en su gabinete y otros de un impulso decidido a una agenda legislativa que quedó paralizada con la pandemia y con las elecciones madrileñas, pero en lo que todos coinciden es en que el argumento de que el PP es rehén de la ultraderecha y colaborador necesario del fascismo ya no será suficiente para parar un ascenso de la derecha que, en todo caso, se beneficiará de la más que segura defunción de Ciudadanos, aunque el flujo de votantes de Vox no sea tan contundente como parece que lo será en Madrid.

Por primera vez desde que Vox irrumpió en la escena nacional, la formación de Abascal llega a unas elecciones sin expectativas de mejorar los resultados, lo que para el PP es un claro síntoma de retroceso a nivel nacional y en el PSOE sólo atribuyen al nacional populismo que abandera Ayuso y que Casado no podrá enarbolar en el resto de España si quiere consolidarse como alternativa de Gobierno. 

Para quien sí ha empezado a sonar el tic-tac de un fin de etapa política es para Pablo Iglesias, cuyo salto a Madrid ha conjurado el peligro de que los morados quedasen fuera de la Asamblea, pero probablemente no ha logrado convertirse en el revulsivo que necesitaba la izquierda madrileña para imponerse a Ayuso. El líder de Unidas Podemos, que fio su palabra a que permanecerá en la Asamblea de Madrid dos años aunque la izquierda no gobierne, parece más centrado en pilotar el relevo de su liderazgo a nivel estatal y en ejercer el “periodismo crítico” que en la arena madrileña. Y eso que en la última semana ha logrado movilizar con su discurso del “no pasarán” a buena parte del desmotivado electorado del bloque, más que al de su propia coalición. 

En Podemos confían en una última gesta a modo de la que en 2019 situó a una coalición diezmada dentro del Consejo de Ministros después de haber perdido representación en todas las autonomías desde 2015. Entonces Iglesias competía en su mismo espectro ideológico con Iñigo Errejón y hoy lo hace con Mónica García, una candidata que ha infundido aire fresco a Más Madrid y que podría dar una segunda vida a nivel nacional al ex número dos de Iglesias, después de haber logrado recolocar su espacio político en el centro del tablero madrileño y de amenazar, según algunas encuestas, al del socialismo.

Inés Arrimadas es de todos los líderes la que más se juega en esta cita con las urnas y la que más difícil tendrá que los resultados no tengan una lectura nacional. Ciudadanos se juega, además de la desaparición de Madrid, su supervivencia a medio plazo. Pero si contra todo pronóstico Edmundo Bal logra representación en la Asamblea, la sucesora de Albert Rivera recibirá un balón de oxígeno que utilizará para poner en valor su papel de partido bisagra en el Congreso, tener en Madrid la llave de la gobernabilidad y enderezar el rumbo naranja. Si por el contrario fracasa, la estocada sería definitiva.

¿Alguna duda de que lo que pase en Madrid no se quedará en Madrid? Esto no es el Caripen, el legendario y canalla local que Lola Flores bautizó con el argot gitano para darle el significado de “buen rollo” y en el que a su entrada, frente al Palacio del Senado, aún hoy reza el archiconocido cartel: “Lo que pasa en el Caripen, se queda en el Caripen”. Por muy canalla y farandulera que haya sido esta campaña, su música no parece compuesta para que deje de sonar la noche del 4M, sino para que siga sonando más allá de las lindes madrileñas.

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