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Mientras pierden los demás

Gabriel Rufián, antes de ser expulsado del Congreso de los Diputados

José Luis Sastre

Cuando el prestigio del Poder Judicial estaba en los suelos, fueron a por el que le quedaba al Legislativo -¿será a propósito?- y si a Tezanos le diera hoy por preguntar lo que los españoles opinan de sus instituciones -salvo por la monarquía, que del tema no pregunta- puede que salieran las cotas más bajas de respeto. A lo mejor está ahí la explicación, en que no lo miden o lo miden poco y aquí sólo interesa lo que se cuantifica en encuestas y datos que puedan cocinarse al gusto. O sea, la intención de voto. El caso es que, al final de los días, aparece todo lleno de barro ahora que había dejado de llover.

Primero fue lo de Marchena, que se fue antes de haber llegado. Más breve que Màxim Huerta. En realidad, fue lo de Ignacio Cosidó, que pena por un mensaje que (parece que) no escribió aunque cargue con el muerto. Por decir lo que dicen en el PP, el muerto es él. Todo lo que tiene de incómodo el whatsApp de Cosidó es todo lo que tenía de sincero sobre la manera en que entienden la negociación, como un reparto. A Marchena, que al principio aceptó el nombramiento, no le quedó otra salida. Tampoco le queda mucha alternativa al todavía portavoz del PP en el Senado, atrapado entre su propio dedo con el teléfono y los fondos reservados que, cuando dirigía la policía, se destinaron supuestamente a robar papeles a Bárcenas.

Como nos acostumbraron a una tarifa plana de escándalos, existe el riesgo de que este parezca como los demás. No lo es: la Audiencia Nacional investiga si el Gobierno del PP recurrió a dinero público para obstaculizar la investigación de los jueces contra el PP. El partido intenta que no se hable del asunto y se ha puesto a maldecir del Gobierno. Antes de lamentar la crispación política, Javier Maroto llegó a hablar del asco que le produce el Ejecutivo y lo sucia que está la ministra Delgado, como si el mensaje de Cosidó no lo hubiera leído nadie. Hay tarifa plana también para la obscenidad.

El Congreso ha llamado a comparecer al chófer de Bárcenas y al exministro Fernández Díaz para días próximos, porque ahora atiende a otras urgencias. A lo que se ve, atiende a la prioridad de ir abriendo telediarios con sesiones de bochorno. Insistamos: igual es producto de ver tanta serie, pero en verdad parece que lo hagan aposta. Era imposible salir el miércoles del hemiciclo sin sacudirse el barro de la suela de los zapatos. Sin sacudirse la vergüenza. Vinieron al momento los debates sobre si la culpa fue de uno u otro o, por increíble que sea, sobre si hubo salivazo o no lo hubo. Para eso estaba Twitter. La política, en principio, era otra cosa, aunque en eso puede llegar a quedarse: en la pregunta espuria de quién sale ganando con todo esto o, a la velocidad a la que avanza la degradación, quién es el que menos pierde mientras todos pierden, que eso sí lo miden.

Hay esta frase de Joan Baldoví, del que dicen que es el más valorado: “La violencia verbal que se transmite en este parlamento tanto por parte de la derecha como por algunos miembros de la izquierda hacía tiempo que no la veía. Aconsejaría rebajar mucho el tono porque lo que estamos viendo aquí cada día probablemente no conduzca a nada nuevo y alimente la antipolítica”.

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