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La relación de Juan Carlos I y la cleptocracia de Kazajistán: cacerías y lujos a cambio de legitimidad internacional

Juan Carlos I y Nursultán Nazarbáyev se saludan durante una visita del presidente kazajo a España en 2013.

David López Canales

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Llevaba tan solo tres años en el poder como presidente cuando en 1994 Nursultán Nazarbáyev pensó que un nuevo país como el suyo, brotado del colapso de la URSS, la última república soviética que proclamó su independencia, necesitaba una nueva capital. Literalmente nueva. Y así fue como empezó a construirse la ciudad de Astaná y esta sustituyó a Almaty como centro político del país. Un año después, el presidente decidió que lo que había que cambiar era el Parlamento, convertido en un obstáculo y lastre para su política. Directamente, lo disolvió. En 2006 puso sus ojos, y manos, en el himno nacional. La letra, escrita medio siglo antes, necesitaba una actualización. Suya, por supuesto. “La fuerza, el poder de los héroes, el pueblo. La fuerza, el poder del pueblo. La unidad”, decía antes el estribillo. “Mi país, mi país. Como tu flor seré plantado. Como tu canción seré cantado. Mi país. Mi tierra natal. Mi Kazajistán”, dice hoy su versión. En 2017 le llegó el turno al alfabeto. Tras 80 años con un alfabeto cirílico, ordenó que a partir de entonces se escribiera con uno latino.

En marzo del año pasado, Nazarbáyev renunció a ser presidente. Lo había sido de forma ininterrumpida desde la independencia del país en 1991, siempre elegido por mayorías superiores al 90% de los votos y siempre sin rivales a la altura. La oposición, directamente, no existía. Tras su renuncia se dispuso que el nombre del eterno presidente, cuyo rostro abarrota el país en forma de retratos, bustos y estatuas, debía ser también el de la capital. Desde el año pasado, Astaná, la capital que él ordenó levantar, se llama Nur-sultan.

Durante estas tres décadas de gobierno, de omnipresencia y de megalomanía, organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han alertado de la deriva totalitaria del régimen de Nazarbáyev. Cuanto más crecía el culto a la personalidad del líder, más se deterioraban las libertades y derechos humanos en el país. Sus opositores, la mayoría hoy exiliados, le acusaban en paralelo de enriquecerse ilícitamente. Con la oposición silenciada, la prensa amordazada, Internet vigilado, las manifestaciones castigadas con penas hasta de cárcel y leyes que prohíben —incluso con condenas de prisión— cualquier alusión al presidente que vulnere su honor o dignidad, hizo y deshizo a su antojo el país entero: desde el himno a todas sus políticas. La ley, además, lo protegió siempre reconociéndole una inmunidad vitalicia. 

“Seguimos de cerca y valoramos los esfuerzos que, para avanzar y ahondar en el proceso democrático, realiza el gran país amigo que es Kazajistán. Sabemos que en una nación como Kazajistán, que engloba a más de 130 grupos culturalmente diferentes, el mantenimiento de la armonía social y de la tolerancia interétnica constituye un objetivo fundamental”, ensalzaba el rey Juan Carlos en un almuerzo celebrado en Madrid en 2000. A su lado sonreía el presidente Nazarbáyev, su invitado de honor. El mismo hombre al que acusan las organizaciones de derechos humanos. Aquella era su tercera visita oficial a España. Ya en la primera, en 1994, el monarca y el presidente kazajo habían sintonizado. Ambos comparten afición a la caza y durante años han presumido de su buena conexión. Tanto que hoy esa amistad figura incluso en los informes, oficiales y académicos, como una de las claves de las prósperas relaciones bilaterales entre España y Kazajistán.

Nazarbáyev visitó España en tres ocasiones más: 2006, 2008 y 2013. También en 2004, como invitado a la boda real entre los príncipes de Asturias. Fue uno de los 15 jefes de Estado que acudieron al enlace y fue invitado incluso a la mesa que presidió Juan Carlos en la cena de gala la víspera de la ceremonia. El rey tardó aún en devolverle la visita. Lo hizo, durante dos días y acompañado por la reina Sofía, en junio de 2007. “Al llegar, según descendía el avión hacia Astaná, he visto desde la altura muchos edificios nuevos que han sido construidos desde mi última visita. Es evidente que la ciudad y el país se están desarrollando rápidamente”, elogió el rey a su anfitrión en la residencia presidencial, según un comunicado oficial de Ejecutivo kazajo. Fruto de aquel viaje, según el comunicado que la Casa Real realizó del mismo, se establecieron “las bases de proyectos de participación de empresas españolas en los sectores de infraestructuras, industria agrícola, transporte, telecomunicaciones, energía y turismo”.

Pero el rey había viajado antes en tres ocasiones a Kazajistán. Todas de forma extraoficial, en viaje privado, invitado por el presidente. Y volvió a hacerlo ese mismo 2007, solo tres meses después de la visita oficial, de nuevo en solitario, sin la reina y sin que figurara en su agenda oficial. Viajes privados, cuyo objetivo y desarrollo se desconocen, de los que nunca informó la Casa Real y de los que hoy, como dicen sus portavoces, sigue sin informarse porque la política de la institución es que solo se comunica la agenda oficial. 

En uno de esos viajes privados, como desveló este miércoles elDiario.es, celebrado en octubre de 2002, Juan Carlos compartió cacería de cabras salvajes en las montañas del país, sauna y whisky con Nazarbáyev. Antes de despegar de regreso a España, dos testigos bien relacionados con el régimen cuentan que el presidente kazajo despidió al monarca con un regalo inesperado: cinco millones de dólares en sendos maletines que sus propios guardaespaldas introdujeron en el avión español. “Es el rey de un país y no tiene nada. Yo le ayudo como puedo”, lo justificó el presidente, como desveló a este periódico un testigo presencial.

“El rey Juan Carlos siempre ha dicho, y nos lo ha repetido muchas veces, que él no quiere que le suceda lo que le pasó a sus padres”, explica a elDiario.es un amigo personal del monarca, que confiesa haberle escuchado la misma frase en diferentes ocasiones. Una alusión directa a su infancia y a la época en la que sus padres vivían exiliados y financiados por los partidarios de la monarquía en España.

Las relaciones de España y Kazajistán, aunque en menor medida, no son patrimonio exclusivo de Juan Carlos I. También los presidentes del Gobierno han viajado a Astaná a encontrarse con el presidente kazajo. José Luis Rodríguez Zapatero lo hizo en 2011; Mariano Rajoy, en 2013. Estos viajes han continuado también con los años y con el cambio de monarca. El rey Felipe viajó en junio de 2017 al país para acudir a la inauguración de la Expo de Astaná. Un evento internacional que España apoyó que Kazajistán acogiera como sede.

También lo hizo para que el país presidiera la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en 2010 y el Consejo de Seguridad de la ONU durante el bienio 2017-2018, como presumían públicamente los dirigentes de Kazajistán como síntoma de las buenas relaciones entre ambos países y como gesto simbólico del apoyo español a un régimen y un dirigente cuestionados internacionalmente. En la reunión que Felipe VI mantuvo con Nazarbáyev el presidente le agradeció personalmente el “apoyo” que tanto España como su padre le habían dado a él y a su país desde su independencia. También que hubieran respaldado internacionalmente esa entrada de Kazajistán en el Consejo de Seguridad, según informó Efe.

Pero la clave del interés en Kazajistán no está en su superficie, en las montañas donde habitan las cabras salvajes que Juan Carlos I cazó en 2002, sino bajo ella. Con una extensión cinco veces superior a la de España, es uno de los países del mundo más ricos en recursos naturales. Posee petróleo, gas y numerosos minerales como el uranio, el volframio o el zinc. De ahí que sea, y no solo para España, porque sus relaciones bilaterales con Kazajistán se replican en otros países europeos, un codiciado socio estratégico. En Kazajistán operan empresas españolas desde hace dos décadas. Sobre todo, Talgo y Repsol. Los trenes de la primera circulan entre Almaty y Astaná desde 2001, una de las primeras operaciones internacionales de la compañía. Estas son las dos empresas por las que Juan Carlos I hacía lobby mientras compartía sauna y whisky de malta con Nazarbáyev tras su jornada de caza de 2002.

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