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Sánchez y Feijóo miden fuerzas en un primer asalto electoral que condicionará sus estrategias ante las generales

El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante sendos actos de campaña

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Hasta donde la memoria alcanza, no se recuerda una campaña más sucia que la que ha precedido a este 28M. No habría camiones de basura suficientes para retirar tanta bazofia. Pasará a la historia, seguro. Por el fango en el que chapotearon unos. Por el empeño baldío de otros en contrastar modelos. Por la lluvia de anuncios millonarios. Por los bulos. Por las teorías conspiranoicas. Por la presunta compra de votos.  Porque nunca como hasta ahora el trumpismo se había infiltrado en las derechas españolas como lo ha hecho en estos últimos quince días. Porque Feijóo se juega la consolidación del liderazgo interno en su partido. Porque están en juego los últimos “ayuntamientos del cambio” que la izquierda alternativa consiguió en 2015, tras el éxito del 15M. Y porque el futuro de Sánchez en La Moncloa depende en buena medida de que el PSOE mantenga el poder institucional que ostenta en los territorios.

El resultado –y sobre todo las alianzas posteriores– puede cambiar el signo político de Valencia, Aragón, Baleares, La Rioja, Castilla-La Mancha y Extremadura, aunque en menor medida en estas dos últimas. A cambio, el PSOE está en disposición de recuperar Barcelona, una de las plazas locales más simbólicas y consolidar la de Sevilla, un referente histórico para su parroquia.

El presidente del Gobierno y el líder de la oposición en todo caso se han tomado esta cita como la primera vuelta de las generales de diciembre. Y aunque en sus respectivos partidos decían que los datos no serán en ningún caso extrapolables, uno y otro se han implicado a fondo en la campaña más allá del apoyo a sus candidatos de tal forma que se ha instalado en la atmósfera política que quien gane este domingo, conquistará La Moncloa dentro de siete meses. Una tesis que para unos tiene base histórica y para otros carece de fundamento alguno. 

En la estadística se puede encontrar una cosa y la contraria. En 1995, 2003 y 2011 el partido que más votos sumó en municipales, ganó posteriormente las generales y forzó un cambio de Gobierno. Sin embargo, el mayor número de votos del PP en 2007 no anticipó una victoria de Rajoy en las legislativas meses después. Tampoco el ajustado resultado entre populares y socialistas de 1999 auguró la mayoría absoluta que luego logró José María Aznar.

Lo que sí ha ocurrido siempre es que del resultado global de unas municipales se han extraído siempre conclusiones en clave nacional y provocado corrientes de fondo que han terminado por condicionar las estrategias con la vista puesta en las generales. Esta vez no será diferente. Si Sánchez aguanta, hará de la presidencia española de la UE y de su perfil internacional, además de sus recetas sociales para la crisis, su principal baza electoral para diciembre. Y si tropieza, ya hay quien vislumbra un previsible distanciamiento del independentismo catalán y vasco que, según todos los cualitativos, ha sido su principal motivo de desgaste. Con Feijóo ocurrirá lo mismo. Si se impone, mantendrá la línea dura y dará las batallas culturales a las que le ha arrastrado la ultraderecha. Y si no, tratará de ser un émulo del andaluz Juanma Moreno y su transversalidad.

Los socialistas son quienes más se juegan

Los datos de este domingo se leerán en función del cómputo global de votos, sí, pero también según las plazas simbólicas perdidas o conquistadas. Y es en este segundo marco en el que el PSOE se juega, sin duda, mucho más que el PP, ya que gobierna en nueve comunidades mientras que los de Feijóo tan sólo en dos de las que se celebran elecciones autonómicas. Andalucía, Galicia, Euskadi, Catalunya y Castilla y León sólo están llamadas a las urnas para elegir las corporaciones locales.

Perder gobiernos supondría para Sánchez en buena medida perder también la tranquilidad orgánica con la que ha conducido el PSOE en los últimos seis años. Si la victoria es indiscutible, nunca hay fisuras pero cuando llegan las derrotas, la entropía es cuestión de días. Si por el contrario, los socialistas mantienen la Generalitat Valenciana,  principal objeto de deseo de los populares, el relato se volvería contra un Feijóo que busca en ese territorio convertirlo en palanca de cambio para las generales.

El líder del PP, que ha hecho saber por activa, pasiva y perifrástica que solo se concede una oportunidad para llegar a La Moncloa, también se juega mucho.  Y más si los resultados, al margen del cómputo global de votos, no le permiten exhibir como trofeo alguna de las autonomías o alcaldías más emblemáticas del PSOE. Si, además, Ayuso obtuviera la mayoría absoluta en Madrid que tanto desea, la Puerta del Sol emitirá señales nítidas sobre la necesidad de que el actual líder entre en tiempo de descuento. Alguna ya ha lanzado en esta campaña al salirse del guión establecido por la dirección nacional tanto en lo que respecta a la propuesta de Feijóo para dejar gobernar a la lista más votada como con la ilegalización de EH Bildu. Por si fuera poco, la baronesa de Sol ha dinamitado con una sola declaración el único puente que Génova mantenía abierto con el nacionalismo vasco al tildar de “racista” al PNV.  

Más claro: si los resultados son mediocres para el PP, más allá de la indiscutible posición hegemónica de Madrid, Murcia y últimamente Andalucía, habrá una nueva batalla interna por el liderazgo del partido y el proyecto nacional. Y con mucha más virulencia si, como todo indica, el fango por el que ha transitado la derecha en estos días para abonar la antipolítica, el desprestigio de las instituciones y la desmovilización de la izquierda acaba dando más votos a Vox que a los populares.

Las elecciones de este domingo servirán también como indicador de la capacidad de movilización de la llamada izquierda alternativa –a la izquierda del PSOE– y de la fortaleza o debilidad de Podemos. Si estos últimos logran superar el obligado 5% para obtener representación en los Parlamentos de Valencia y Madrid, estarán en mejor disposición para negociar su representación en el espacio Sumar que lidera la vicepresidenta Yolanda Díaz para las generales. Si por el contrario, fracasan en este empeño, los de Ione Belarra –y antes de Pablo Iglesias– tendrán que revisar su estrategia tanto dentro como fuera del gobierno de coalición, donde perderán seguro capacidad de influencia ante el rumbo de las políticas gubernamentales.

Más allá de todo ello, el PP planteó inicialmente estas elecciones desde la perspectiva de una gran ola antisanchista que, aún existiendo en algunos territorios, no parece que vayan a decantar con claridad, a tenor de los tracking de los partidos, el resultado final de este domingo. Los datos que manejan tanto en Ferraz como en Génova hablan de un reparto muy equilibrado entre ambas fuerzas política, y no de un hundimiento global del PSOE, como anunciaban los populares.

Los socialistas dicen haber tenido, más allá de los sobresaltos por la supuesta compra de votos en pequeñas localidades, buenas sensaciones durante toda la campaña y afrontan la cita confiados de que “el marco general confirmará la fortaleza” de su marca. Eso sí dan por descontado el avance del PP en el cómputo global respecto a 2019, cuando se quedó 1.500.000 votos por detrás del PSOE. Con la desaparición de Ciudadanos, que hace cuatro años sumó 1.800.000 votos, y el trasvase prácticamente total de estos sufragios a la marca de Feijóo, ya nadie duda de que el PP quedará por delante del PSOE. Eso sí, salvo en Madrid, donde Ayuso ha abrazado el discurso más ideológico de Vox, quedará también demostrado que Feijóo no añade un voto más que los que recuperan de los naranjas.

A nadie se le escapa tampoco que, a tenor de los últimos sondeos, el PP no arrebatará un solo gobierno autonómico al PSOE si no es con los votos de Vox. Algo que tendrá que gestionar Feijóo y que condicionará, sin duda, su tránsito hasta las generales. Una cosa es Castilla y León, cuyo gobierno de coalición con la ultraderecha puede decir que heredó de Casado, y otras son las alianzas que haya que tejer tras el 28M y que tendrán que contar con su bendición. ¿Imaginan una España con réplicas de García Gallardo en varias Comunidades? Pues eso es lo que está en juego también este domingo.

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