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Qué decían Unamuno, Ortega, Azaña... sobre Catalunya

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Aunque la llamada cuestión catalana pueda parecer un tema de estricta actualidad, desde el siglo XIX pensadores, escritores, periodistas y estadistas han analizado el problema del encaje de Catalunya dentro de España. Algunos de ellos hablan de un problema sin solución, otros destacan las diferencias entre “castellanos y catalanes” a la hora de mantener relaciones con el Estado y alguno señala la “rara sustancia” que representa el separatismo.  

El político, escritor y periodista, Manuel Azaña, destacó el “provincianismo fatuo” del independentismo y la ceguera de un Estado español “inerme” que, empeñado en que “las cuestiones catalanistas” habían “pasado a segundo plano”, deja que la Generalitat “secuestre” funciones y “asalte servicio”, “encaminándose a una separación de hecho”.

Un instinto de rapacidad egoísta se ha sublevado, agarrando lo que tenía a mano (...) en el fondo, provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en algunos casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición (...) Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en exaltar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho.

Aunque el político apuntó que España debía contar “con una Catalunya gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad”. Una voluntad que, aunque apunte a la independencia, debe permitirse “hasta que cicatrizada la herida” puedan establecerse “relaciones de buenos vecinos” entre Catalunya y España.

Con una Catalunya gobernada por las instituciones que quiera darse mediante la manifestación libre de su propia voluntad. Unión libre de iguales con el mismo rango, para así vivir en paz, dentro del mundo hispánico que nos es común y que no es menospreciable [...] Y he de deciros también que si algún día dominara en Cataluña otra voluntad y resolviera ella remar sola en su navío, sería justo el permitirlo y nuestro deber consistiría en dejaros en paz, con el menor perjuicio posible para unos y para otros, y desearos buena suerte, hasta que cicatrizada la herida pudiésemos establecer al menos relaciones de buenos vecinos.

Ortega y Gasset apuntó que “el problema catalán” era un problema que no podía resolverse. La única solución que veía el filósofo, autor de La rebelión de las masas, pasaba porque los catalanes y el resto de españoles aprendiesen a “conllevarse”.

Yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles.

Como no sabíamos “conllevarnos”, el escritor y filósofo vasco, Miguel de Unamuno, escribió que España merecía “perder Catalunya” por la labor que estaba haciendo “la prensa madrileña”. Una labor que el autor de Niebla compara con la que se hizo en la guerra que se desencadenó por la independencia de la isla de Cuba. 

Merecemos perder Catalunya. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba. No se entera. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la mollera).

Para el político español, Antonio Maura, la solución al conflicto catalán pasaba por un filtro sencillo: “cincuenta años de administración honrada”.

¿El problema catalán? Sólo es cuestión de cincuenta años de administración honrada.

El autor de A sangre y fuego, el periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, le dedicó unas líneas al separatismo catalán. Nogales escribió que el separatismo es una “rara sustancia” que Madrid y Catalunya utilizan en función de sus propios intereses. Como “reactivo del patriotismo” para unos y como “aglutinante de las clases conservadoras” para otros.

El separatismo es una rara sustancia que se utiliza en los laboratorios políticos de Madrid como reactivo del patriotismo, y en los de Catalunya como aglutinante de las clases conservadoras.

Azaña, una vez más, estableció una diferencia política entre “catalanes y castellano” basada en su percepción del Estado: los castellanos necesitan al Estado, mientras que los catalanes se alejan de su “presencia severa, abstracta e impersonal”.

La diferencia política más notable que yo encuentro entre catalanes y castellanos, está en que nosotros los castellanos lo vemos todo en el Estado y donde se nos acaba el Estado se nos acaba todo, en tanto que los catalanes, que son más sentimentales, o son sentimentales y nosotros no, ponen entre el Estado y su persona una porción de cosas blandas, amorosas, amables y exorables que les alejan un poco la presencia severa, abstracta e impersonal del Estado.

Sobre la lengua catalana, el poeta de la Generación del 27, Vicente Aleixandre, aseguró que él se posicionaría en contra de que toda la enseñanza en Catalunya se dé en catalán. Una decisión que podría llevar a la “desmembración lingüística” y que desplazaría el castellano.

Los catalanes no se contentarán con publicar sus libros en catalán, lo que es enteramente justo, sino que en una nueva etapa, cuando llegue, si es que llega, la democracia, querrán que toda la enseñanza en Catalunya se dé en catalán, y el castellano quede completamente desplazado, y se estudie solo como un idioma más, como el francés. A esa desmembración lingüística me opondré siempre, como se opusieron Unamuno y Ortega en el Parlamento de la República.

Sobre la cuestión lingüística se pronunció también el ministro y diplomático, Salvador de Madariaga, que se preguntaba quién oprimía a Catalunya al coartar su uso de la lengua catalana.

¿Qué entiende Cataluña por opresión? ¿Quién la oprime? ¿Un Estado extraño y antagónico? ¿O, como en las demás provincias españolas, un sistema de oligarquías ‘locales’ actuando a través del Estado central? Porque el problema de la lengua, con su absurdo acumulamiento de perjuicios, es cosa aparte y única. Dígase: 'Se nos coarta el uso de la lengua catalana', no se nos diga: 'Se nos oprime'.

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