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40 años del asesinato de Josefo en el Parque del Retiro: la historia de una víctima olvidada de la ultraderecha

Josefo y su hermana, Carmen Alcazo. Foto cedida por la familia.

Lucía Seral

Nadie conoce a Josefo. Nadie excepto su familia, sus amigos, sus compañeros de las numerosas actividades en las que estaba inmerso, los vecinos de su pequeño pueblo (Albero Bajo, Huesca) y poco más. Nadie recuerda que hace 40 años su nombre completo, José Luis Alcazo Alcazo, aparecía en prensa como víctima de un brutal homicidio en el Parque del Retiro de Madrid. Los autores, unos jóvenes ultraderechistas que salieron con bates a 'defender' su zona. Los medios de comunicación no quisieron dar excesivo pábulo a la noticia, para no caldear más el ambiente violento del año 79, que terminó con 127 asesinados por atentados políticos. Y tras el juicio en el año 83, el caso cayó en el olvido, y con él, los nombres de sus protagonistas.

Pero tras esta agresión aparentemente espontánea, se esconden las claves del terrorismo de ultraderecha en España y la puja entre dos maneras distintas de encarar el futuro de un país.

Aquel 13 de septiembre, la pandilla volvía a reunirse en el Retiro. Sandalias, pantalón campana, melena y barba poblada ellos. Varios finalizaban la carrera y el grupo se deshacía. Josefo regresaba a su pueblo tras terminar Historia en la Autónoma de Madrid. Había vuelto a la capital a buscar las notas y recoger su piso. Su familia le había acompañado para ayudarle con la mudanza.

Los habituales eran Josefo y Marisol de Mateo, Jesús Oyamburu, Luciano Sánchez y Mariela Quiñones. Ese día se sumó Luis Canicio, amigo de Mariela.

Estaba anocheciendo y el grupo de amigos tomó el Paseo de Fernán Núñez. De repente tras los setos se oyó un grito de “ahora, ya” y unos adolescentes salieron hacia ellos, armados con bates de béisbol y palos.

“Atacaron primero a Luis y a Jesús”, recuerda Mariela Quiñones. “Les dieron por la espalda, con lo cual no vieron a los agresores para defenderse. A Luis le abrieron la cabeza y quedó inconsciente en el suelo”. Fue entonces cuando José Luis se lanzó a defender a sus amigos. “Josefo se remangó, y cuando lo hizo se fueron a por él todos”, explica Quiñones. Intentó quitarle el bate a uno de ellos y luego echó a correr. Se topó con una valla metálica. Con ella tropezó y, ya en el suelo, la emprendieron con él. Hasta que, tras un golpe en el cráneo con un bate, dejó de moverse.

Los amigos huyeron de los agresores cómo y cuándo pudieron. Horas después, los que primero llegaron a casa comenzaron a llamar a los otros. Nadie sabía nada de Josefo. Alguien les dijo que estaba en La Paz. En el Hospital encontraron a sus padres desencajados. Acababan de identificar el cadáver de su hijo José Luis, de 25 años. Ya no regresaría a Huesca para ocuparse del patrimonio familiar, que era lo que él siempre había soñado, sino para ser enterrado.

Dos días después, no cabía un alfiler en la iglesia de Albero Bajo. Ni luego en el cementerio. No faltó su pandilla de Madrid. Jesús, con el brazo roto en el ataque, acudió también a darle el último adiós. La tristeza y la rabia no cabían entre los enormes cipreses del camposanto.

Los agresores

Ese 13 de septiembre, cerca del Retiro, también se había citado otra cuadrilla. Se autoproclamaban 'los bateadores' y querían defender la “zona Nacional” del centro de Madrid, donde ellos vivían. Por eso, se dedicaban a “limpiar el Retiro” de “gamberros, drogadictos, navajeros y homosexuales”, según declararon ante la Policía.

Fueron diez. Ocho de ellos superaban la edad penal de 16 años. José Miguel Fernández Marín, Emeterio Iglesias Sánchez, Miguel Cebrián Carbonell, Gabriel Rodríguez Medina, los hermanos Ángel Luis y José Antonio Nieto García, Fernando Pita da Veiga Corral (sobrino del ministro de la Marina que dimitió cuando Suárez legalizó el PCE) y Eduardo Limiñana San Juan, responsable intelectual y autor confeso del golpe letal. Los otros dos restantes eran menores: Pablo Calderón Fornos, de 14 años y el tercero de los hermanos Nieto García, de 15.

Eran hijos de militares de alto rango que vivían en las colonias del Ejército del entorno del Retiro. Se habían constituido como “Sección Especial” (S.E. grabaron en sus bates) y decidieron atacar a la pandilla de Josefo “por llevar pelo largo y barba”, según declararon.

Varios de ellos habían pertenecido a Fuerza Joven, rama juvenil del partido de extrema derecha Fuerza Nueva. FN, que acababa de entrar en el Congreso en las elecciones de aquella primavera, se apresuró a enviar un comunicado donde exigían que no se relacionara este crimen con ellos, ya que los sospechosos no llevaban ningún identificativo de Fuerza Joven. En la nota, Fuerza Nueva pide “a los Tribunales de Justicia” que “no deben tolerar las acusaciones de la prensa a agrupaciones políticas legalizadas y con representación parlamentaria”.

En opinión del periodista Mariano Sánchez Soler, que ha estudiado a fondo la violencia de los 70 y 80, los partidos ultraderechistas consiguieron despolitizar estos asesinatos que en realidad “eran absolutamente políticos”. Su “triquiñuela era desvincularse del suceso, aislarlo como si la responsabilidad fuera exclusivamente de los autores de los hechos y no se investiga más allá, si hay un partido, una ideología o un sistema que les sustenta”, añade el periodista.

Los autores fueron detenidos pocos días después de los hechos. Cuando los amigos de José Luis fueron citados para una rueda de reconocimiento en la Dirección General de Seguridad, al pasar a la sala donde los presuntos criminales no pueden ver a quienes les están identificando, Mariela Quiñones recuerda que el propio policía les dijo “que quedaba claro quiénes eran los autores antes de que les señaláramos, porque nos hacían la peineta, cortes de mangas y miradas con odio”.

El juicio

En el Caso Josefo se enfrentaron las 'dos Españas' que en el 79 todavía mantenían un fuerte pulso para encarar un futuro en democracia. Y esa bipolaridad también se hizo patente en el juicio. El 17 de noviembre del 83, la Audiencia Provincial de Madrid abrió la vista ante una abarrotadísima sala. El público se agolpaba incluso en los pasillos.

En la acusación particular, Pablo Castellano, destacado abogado y en ese momento diputado socialista en el Congreso, donde presidía la Comisión de Justicia; Gonzalo Rodríguez Mourullo, Catedrático de Derecho Penal de la Universidad Autónoma donde estudiaban Alcazo y varios de los compañeros heridos; y Mª Paz Arenas, abogada que representaba a Luis Canicio, amigo personal suyo. “Fue mi primer caso” recuerda Arenas. “Me colegié para apoyar a Luis” en un sumario que recuerda “con mucha tristeza” al considerar que los acusados “obtuvieron excesivas garantías procesales”. “Mis compañeros de la acusación particular quisieron garantizar los derechos de los acusados hasta tal punto que les permitió obtener unas penas reducidas” indica la letrada. Ella misma recibió amenazas por querer investigar a los detenidos en su posible participación en otros ataques, como en una agresión en el Retiro el día anterior del crimen a varios jóvenes (uno de ellos de raza negra) o uno de los asaltos a la Facultad de Derecho de la Complutense.

Entre los abogados defensores, un jovencísimo Marcos García Montes para los dos hermanos García Nieto. Y sobre todo, Gerardo Quintana y Ángel López-Montero, cofundador del partido de extrema derecha Solidaridad Española. Ambos eran conocidos por haber defendido a Antonio Tejero en el juicio por su intento de golpe de Estado. Gerardo Quintana alabó el valor de los agresores en su acción violenta, alegando que “estaban realizando una acción altruista que llevaba en sí un grave riesgo, incluso físico, para los procesados”.

En este sentido, el periodista Mariano Sánchez Soler contextualiza que Quintana y López Montero eran “abogados políticos de Fuerza Nueva”. “Eran quienes defendían a todos los ultras en la Audiencia Nacional y luego se hicieron famosos por defender a Tejero. Pero ellos eran los abogados de la organización”, puntualiza.

El tener menos de 18 años rebajó considerablemente las penas impuestas. No se consideraron agravantes como la nocturnidad, “o la coautoría que aunque uno dirigía, todos cumplían un papel dentro de una misma misión previamente acordada”, recuerda la abogada Arenas. Las acusaciones recurrieron y el Supremo aumentó algunas de las penas.

Finalmente de los 10 agresores, sólo fueron encausados 8, los que superaban la edad penal. Los dos menores, Pablo Calderón Fornos y el pequeño de los tres hermanos Nieto García implicados, José María, pasaron simplemente unos meses en un centro de menores y no fueron enjuiciados. De los ocho que sí, sólo tres recibieron unas penas que iban más allá del periodo de prisión preventiva y que les obligaron a regresar a prisión tras el juicio: Eduardo Limiñana con algo más de 11 años, Gabriel Rodríguez con más de 10 años y Ángel Luis García Nieto, por ser el más mayor, con más de 14 años de privación de libertad.

Tras el juicio, los defensores revocaron el auto de inmediato encarcelamiento. Retrasaron así la entrada en prisión hasta después de aquellas navidades. Su destino fue la cárcel de Zamora, donde el Gobierno había reunido a todos los ultraderechistas con delitos de sangre. Salieron antes de completar sus penas, por buen comportamiento.

El silencio

Desde el primer momento la familia Alcazo recibió presiones sobre qué decir en cuanto a la causa de la muerte. Por eso, en la esquela de José Luis Alcazo en el periódico local se lee “Víctima de accidente”.

Fueron habituales las mentiras sobre las víctimas, vinculándolas con partidos de extrema izquierda. En pleno centro de Huesca apareció una pintada donde se decía que era un delincuente. Hubo otra similar, como “Josefo violador” en la puerta de la facultad de Filosofía y Letras que su pareja, Marisol, borró en un ataque de rabia.

Un diario de tirada nacional comenzaba la información sobre el crimen del Retiro inscribiéndolo “en el ambiente de absoluto desorden en que se encuentra sumida esta zona del popular parque madrileño, actualmente feudo de pandillas de drogadictos, traficantes y de delincuentes y gamberros de todas las calañas”.

La familia y amigos respondieron en una nota de prensa que les resultaba “penoso e incomprensible la falta de información objetiva sobre los hechos y sobre su significación que algunos medios de información han dado sobre este suceso”.

Mariano Sánchez recuerda también el papel que jugaron los medios de comunicación en este tipo de casos. “La política informativa era frenar cualquier posible situación de violencia que pudieran levantar actos como el asesinato de José Luis Alcazo”, apunta Sánchez Soler.

Pasado el juicio, el caso Josefo cayó en el olvido. Pero su familia siguió luchando hasta que fue considerado víctima del terrorismo por el Estado en 2001.

El homicidio de Alcazo no puede verse como un hecho aislado. “La violencia de extrema derecha son núcleos atomizados porque no hay una organización clara detrás”, explica Xavier Casals, catedrático de Historia de la Universidad Autónoma de Barcelona, aunque sí se dan varios ingredientes comunes como “una juventud radicalizada”. Señala Casals también a los partidos políticos de esa tendencia, que aunque contenían sus mensajes para pedir el voto, “lanzaba soflamas llamando a la movilización a esos sectores radicalizados”. Su táctica violenta es el “espontaneísmo”, muy difícil de prever. Con él pretenden sembrar un clima de terror, de miedo entre la población o algún sector social concreto.

40 años después

El fin de semana, Albero Bajo cambia el movimiento de sus tractores por el de los preparativos de una cena comunal. La sede, la de siempre: el 'club Josefo'. Abierto desde 1981 en un solar donado al pueblo por la familia Alcazo, su padre quiso cumplir el sueño de José Luis: crear un lugar de reunión. Un arquitecto amigo suyo regaló el proyecto. Los vecinos pusieron la mano de obra. Los materiales fueron financiados mediante donaciones de los socios del club. Un kilómetro más allá, el nicho de José Luis recuerda que perdió la vida con 25 años.

Aquel día cambió la vida de quienes rodeaban a Josefo. Mariela Quiñones regresó a su Cádiz natal y prosiguió sus estudios en Sevilla. “Me quedé tan mal y aborreciendo Madrid que tuve que quitarme de en medio”, explica Mariela con tristeza, “porque fue una acción arbitraria, sin una pelea, una ataque de niñatos con esa furia”. La amistad se ha mantenido entre ellos durante estos años. Pero no habían vuelto a hablar del tema. Hace unos meses varios de ellos se reunieron alrededor de una mesa para recordar a su amigo. Pero por mucho que pase el tiempo, la herida sigue abierta. Y todavía es peor si el olvido echa más paletadas de arena sobre su recuerdo.

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