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Los recientes brotes de la desescalada ponen a prueba los sistemas de detección con un 70% de la población ya en fase 2

Varias personas disfrutan en la terraza de un bar de Barcelona durante el segundo día de la reapertura al público de las terrazas al aire libre de los establecimientos de hostelería y restauración limitándose al 50% de las mesas

Marta Borraz

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Lo que en un principio pudo parecer solo teoría para una 'desescalada perfecta' ya está comprobándose en la práctica. Los recientes brotes de COVID-19 registrados en lugares como Lleida, Ceuta o Totana (Murcia) ponen de manifiesto la necesidad de contar con las capacidades sanitarias de las que tanto advirtieron la OMS y los expertos: los sistemas de detección y rastreo deben ser robustos y no desinflarse. La desescalada avanza y ya este lunes el 70% de la población está en fase 2 y varias islas en fase 3; un progresivo alivio de las restricciones a las que se unirán focos de contagios que sin la agilidad en el diagnóstico y la vigilancia meticulosa pueden volverse explosivos o acabar precipitando la temida marcha atrás de la que ya ha dado un aviso Ceuta.

La ciudad autónoma amagó con volver a la fase 0, según dijo su consejero de Sanidad, tras registrar un “repunte inusual” con 22 confirmados y 271 personas aisladas por haber estado en contacto con ellos. El rastro del virus también tuvo que seguirlo Lleida, que ha frenado su avance a la fase 2. En Badajoz, una fiesta de cumpleaños con más aforo del permitido ha acabado con un contagiado y 18 en observación; y en Cáceres dos positivos con gran movilidad han provocado 15 cuarentenas. La Policía Nacional investiga las circunstancias en las que el pasado martes se celebró una reunión de una treintena de personas en una vivienda particular de Córdoba, después de que el príncipe Joaquín de Bélgica se confirmase como el positivo por COVID-19.

Este lunes Totana (Murcia) también pasará de fase tras controlar un rebrote que mantiene a unas 60 personas en cuarentena, cinco jornaleros y un chófer de autobús dieron positivo por coronavirus durante la primera semana de mayo. Los profesionales contagiados trabajaban para tres empresas agrícolas diferentes y viajaron en una furgoneta con cinco personas y en un autobús “con 45”. Este último desplazamiento no estaría contemplado en la normativa elaborada por las autoridades sanitarias, ya que cuando se detectó el primer positivo solo se podía ocupar un tercio de la capacidad del vehículo, una reducción que únicamente permitiría haber albergado a dos decenas de trabajadores.

El proceso es claro: diagnosticar en 24 horas y, si es positivo, identificar a todos los contactos estrechos (a menos de dos metros y durante más de 15 minutos) y éstos aislarse, según se estableció en la reciente estrategia de detección precoz aprobada por Sanidad. El objetivo es romper con las cadenas de transmisión, pero la práctica es más complicada. El rastreo es una labor casi 'quirúrgica' que requiere de sistemas con músculo a los que cada comunidad ha ido llegando a distinto ritmo. Lo importante, explican los expertos, es que no bajen la guardia. “Sabemos que hay brotes porque los sistemas están funcionando”, lo que evidencia lo “imprescindibles que son”, ilustra Fernando Rodríguez Artalejo, epidemiólogo y director de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid. 

Según explicaron Salvador Illa, ministro de Sanidad, y Fernando Simón, director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, todos estos focos –a excepción del de Extremadura, que no se había producido– están controlados; precisamente “porque la detección precoz ha funcionado”, por lo que hay que seguir “manteniendo una vigilancia muy estricta”, advirtió el epidemiólogo. Sin estos mecanismos, las personas que no desarrollan síntomas o los experimentan leves podrían seguir expandiendo el virus en casos como estos. Por eso los llamados 'rastreadores', a medio camino entre los servicios de Salud Pública y Atención Primaria de las comunidades, deben hacer una especie de reconstrucción de la vida del contagiado desde 48 horas antes del inicio de los síntomas y llamar uno a uno a todos sus contactos estrechos para que sigan sus indicaciones y hagan cuarentena.

“Si uno de estos repuntes no se controla y hay un supercontagiador, por ejemplo, que empiece a establecer una cadena de transmisión que no se detecta podría dar lugar a un brote muy importante que incluso podría llevar a confinar un territorio o zona”, señala Artalejo, que pone el foco sobre el papel actualmente en investigación de las personas que tienen la capacidad de contagiar más que el resto. Un reciente estudio de la Universidad de Santiago de Compostela –un preprint no revisado– ha encontrado evidencias de su existencia y calcula un vínculo con hasta la mitad de los casos de coronavirus. 

Junto a ello, la incidencia de los brotes que los expertos dan por hecho dependerá también de otros elementos: por ejemplo, el nivel de movilidad o densidad de población de los territorios. Barcelona y Madrid son, en este sentido, los dos más susceptibles debido a que son escenario de enormes flujos de desplazamientos –15,8 millones diarios en la Comunidad de Madrid (7,7 en la ciudad) y cerca de 10,5 millones en la extensa corona metropolitana barcelonesa–.

Más allá de la desescalada

A medida que avanza la desescalada, el mapa de contactos se amplía porque cada vez se permite más interacción social y es fácil que cada persona pase a estar progresivamente en más lugares y con más grupos. Y aún “tenemos una bolsa de población susceptible de contagiarse muy grande”, esgrime Pedro Gullón, experto en Salud Pública y portavoz de la Sociedad Española de Epidemiología. En concreto, un 95%, según el estudio de seroprevalencia del Ministerio de Sanidad. Este es “el verdadero reto”: “mantener los sistemas de vigilancia” ante lo que queda por venir.

Según Artalejo, hasta que no se logre la ansiada inmunidad de grupo que llegará con una vacuna eficaz, se requerirán capacidades sanitarias reforzadas porque “aunque pudiera parecer que sí, todo lo que estamos hablando no es solo para la desescalada”; también para la llamada 'nueva normalidad', en la que también “deberemos tener los sistemas a punto”. “Tenemos que ser capaces de no repetir el error”, añade Gullón, para no regresar a un escenario de transmisión comunitaria.

No obstante, no es fácil saber en qué medida están aplicando los mecanismos de vigilancia y detección todas las comunidades autónomas, lamenta Artalejo. Algunas, como La Rioja o Asturias han sobresalido en porcentaje de realización de PCR a sospechosos y han sido ejemplo de rastreo eficaz y coordinado. Sin embargo, la carencia de estos fue uno de los motivos clave por los que Sanidad rechazó el pase a la fase 1 de la Comunidad de Madrid hasta en dos ocasiones. Según describió el ministerio, la región presentaba “ideas” para un sistema de vigilancia, pero sin describir el funcionamiento o la dotación de personal. Finalmente, avanzó el pasado lunes tras constatar que los profesionales habían aumentado de 36 a 169 para una población de más de 6,6 millones de habitantes.

Los expertos celebran que estos informes sean por fin públicos tras múltiples acusaciones de falta de transparencia, pero apuntan a que sería “interesante” contar también con los que envían las propias comunidades a Sanidad. Para Artalejo, no es adecuado “no saber qué capacidades está teniendo cada una y en qué medida cumple los criterios establecidos”.

El peligro de relajar las medidas

Pero más allá de los sistemas, que se activan cuando ya se han producido los contagios y contactos, los especialistas ponen el foco tras los brotes registrados esta semana en el cumplimiento de las medidas de seguridad de la población. Empresas y fiestas son los dos escenarios origen de estos focos, este segundo con incumplimientos en algunos casos del aforo permitido para las reuniones de grupo –10 personas en fase 1 y 15 en fase 2–. En Lleida, por ejemplo, fue una fiesta de cumpleaños a la que asistieron 20 personas. A la de Badajoz, tres más de las que establece la norma sanitaria. Y en Ceuta, un caso confirmado se saltó el aislamiento para acudir a una. 

“No hay sistema que aguante si los ciudadanos no siguen las directrices: distancia física, lavarse las manos, evitar aglomeraciones y, a ser posible, el uso de mascarillas”, remacha Artalejo. Este tipo de focos detectados y controlados “tienen su parte pedagógica” porque “son avisos de lo que puede pasar si se relajan las precauciones”. El riesgo a la marcha atrás y a volver a escenarios de confinamiento “es absolutamente real” más allá del margen de 'ensayo y error' con el que todos los países van a ir pilotando la desescalada y que implicará seguramente aperturas y restricciones casi constantes.

“Todos tenemos muchas ganas de hacer fiestas con nuestras familias”, pero “una pequeña fiesta inocente” puede dar lugar a “un brote que puede ser el inicio de otra onda epidémica”, advirtió Simón esta misma semana en relación al caso de Lleida. La distancia, la mascarilla y la higiene son “la regla de oro”, dice Artalejo, pero recuerda lo útil de la llamada 'regla de las tres C': evitar espacios cerrados, contactos estrechos y lugares concurridos. Es una cuestión de “solidaridad” y “todos deberíamos instar a seguir las directrices sanitarias porque el incumplimiento de unos pocos puede perjudicar a todos”, prosigue. Porque si algo evidencian los repuntes es que el virus sigue aquí y estamos solo en el principio de una carrera de fondo.

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