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Cajeras de supermercado, empleos precarios en primera línea del coronavirus

En la imagen, una cajera de un supermercado devuelve cambio a un cliente.

Gabriela Sánchez

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Cada día escuchan en las noticias nuevas recomendaciones para prevenir el contagio de coronavirus: evitar el contacto físico, mantener una distancia de un metro y medio, teletrabajar o ceñir al máximo cualquier actividad en el exterior de sus casas. Cada uno de esos días, muchas cajeras de supermercados acuden a trabajar con el convencimiento de que, por más que busquen evitarlo, incumplirán algunas de ellas. Y que seguirán haciéndolo cuando el nivel de alerta aumente.

El personal que trabaja de cara al público en los supermercados, la mayoría mujeres, como los profesionales sanitarios o farmacéuticos, se encuentran en una primera línea de exposición al coronavirus casi imposible de evitar. Aunque se caracteriza por la precariedad laboral, su trabajo cubre un servicio esencial para sociedad. Este miércoles, Italia ordenó el cierre de todos los comercios, excepto los establecimientos que cubren necesidades básicas, como tiendas de alimentación o farmacias.

Las manos de María (nombre ficticio) están cubiertas con guantes de látex, y la zona inferior de su caja registradora guarda un bote de gel desinfectante. “Aquí nos vamos a tener que quedar”, dice la empleada, mientras cobra varios productos a sus clientes en un supermercado Día de Madrid. “El Gobierno anuncia muchas medidas pero a nosotras de poco nos sirve. De cara al público siempre acaba habiendo contacto”, sostiene la mujer, de origen latinoamericano.

La trabajadora evita ver el informativo para esquivar la ansiedad ante medidas que, dice, están pensadas para “otras personas”. No para ellas. “Prefiero no ponerme nerviosa y no pensar mucho porque, como me dé la histeria, ahí ya sí que lo voy a pasar mal”, sostiene María. En su caso, es persona de riesgo: está embarazada y sufrió un “amago de aborto”, relata.

“Y aquí sigo”, se lamenta la cajera, mientras atiende a un cliente que cubre su boca con mascarilla. “En la última consulta, mi médico no quiso darme la baja porque decía que aún no había llegado el pico de casos y no había riesgo. La empresa sabe todo, pero de momento no me han dado solución”, sostiene la trabajadora.

Desde Día, aseguran a eldiario.es que la compañía ha mantenido este jueves una reunión con los sindicatos para estudiar cómo abordar los casos de riesgo. “Nos preocupa muchísimo que cualquier persona en riesgo pueda contraer la enfermedad por lo que vamos tomar decisión conjunta en base a las recomendaciones del Ministerio de Sanidad y lo que nos digan los sindicatos”, explican desde el departamento de comunicación de la compañía.

Es mediodía y otro establecimiento de alimentación de Madrid está más lleno que una mañana de jueves cualquiera, aunque sus estanterías no repiten las imágenes de aparente desabastecimiento de los últimos días. La gran mayoría del personal lleva guantes de látex, pero algunos empleados, no. Parte de la plantilla deposita el dinero sobre la superficie, en vez de entregarlo en mano al cliente. Mientras determinados consumidores tratan de guardar distancias, otros hablan muy cerca de las trabajadoras, o las propias dimensiones de los pasillos impiden cumplir la regla del metro y medio de separación.

“Nos consideramos personal de riesgo de primera. Prohíben los eventos con una afluencia de más de 1.000 personas, pero por nuestras cajas pasan centenares cada día. Nosotros no tenemos apenas ninguna situación de prevención”, lamenta Sonia (nombre ficticio) una trabajadora de un conocido hipermercado, quien pide no detallar su nombre real ni el de la empresa por temor a posibles consecuencias.

“Si me tose un cliente, ¿qué le voy a decir?”

Los clientes, cuestiona, no siempre cumplen las recomendaciones lanzadas desde Sanidad. “Por mi caja puede pasar tosiendo el 30% de las personas que atiendo. Yo no puedo saber si tienen fiebre o no”, detalla la dependienta.

La precariedad laboral que suele ir ligada a este empleo unida a la norma no escrita de 'el cliente siempre tiene la razón' obstaculizan las llamadas de atención a los consumidores. “No le puedo decir a una señor mayor: 'Señor no me tosa'. Es el cliente, ¿qué le voy a decir? '¿Caballero, disculpe, dese la vuelta?' Está siendo muy difícil”, critica Sonia por teléfono, desde su casa, donde admite sentir cierta inquietud cada día ante el riesgo de contagiar a sus seres queridos. “Evito darle besos a mis hijos, porque estoy expuesta durante toda la semana laboral”, reconoce.

Desde Comisiones Obreras y UGT aseguran que las cadenas de supermercados, por lo general, están aplicando medidas higiénicas recomendadas por el Ministerio de Sanidad. “Tienen todos a mano, en las cajas, geles desinfectantes; en determinadas zonas deben contar con termómetros y mascarillas, por si algún trabajador nota algo, que se mida la fiebre”, explica Patricia Libertad, responsable de la Federación Servicios de CCOO. “Están dando recomendaciones de lavarse mucho las manos y desinfectan todas las noches, para prevenir, pero eso no evita la alarma”, añade.

No hay un protocolo establecido sobre el uso de guantes o el intercambio de dinero. “En el tema de los guantes hay discrepancias: algunos dicen que no es bueno trabajar muchas horas. Lo dejan a la elección de la trabajadora”, señalan desde Comisiones. “A nivel higiénico, se están cumpliendo las medidas, pero en los empleos de cara al público es muy complicado no estar expuesto”, apunta Cristina Estévez, portavoz de Servicios y Grandes Almacenes de UGT. Desde este sindicato detallan que los protocolos de conciliación laboral difieren entre las compañías.

La gran afluencia de clientes aumenta el estrés

Durante los últimos días, varios empleados de supermercados contactados por eldiario.es describen que la gran afluencia de clientes surgida tras el anuncio del cierre de los centros educativos está aumentando el nivel de trabajo y, con ello, el nerviosismo entre las plantillas. “El estrés por buscar cómo nos organizamos con los niños, sumado a esa afluencia de personas en horarios muy concretos y a lo largo de toda la semana, está siendo un caos”, critica Sonia.

Para Javier (nombre ficticio), cajero en Mercadona, el pico en las compras registrado tras el aumento de la alerta social por el coronavirus está “aumentando la tensión” entre sus compañeros. “La histeria colectiva está haciendo que muchos hagan todos los días horas extra. Los clientes agotaban el papel higiénico y la leche, compraban muchísimas cantidades. Me tocó reponerlo y me lo quitaban del mismo palé. Esas escenas, de gente alarmada, te acaban transmitiendo ese miedo”, sostiene el empleado, quien asume que es “imposible” sentirse protegido en un trabajo de cara al público ante el repunte de la epidemia.

El departamento de comunicación de Mercadona defiende que “cuenta con un Servicio Médico propio con protocolos establecidos, que está en contacto con las Autoridades Sanitarias para seguir las instrucciones y recomendaciones que nos digan en cada momento”. La empresa ha enviado una circular a sus empleados en el que aseguran que “se puede trabajar con total tranquilidad” porque sus “habituales medidas higiénicas garantizan los máximos estándares de seguridad”.

“Últimamente es agotador, se acumula mucha gente, precisamente lo que no paran de decirnos que evitemos”, apunta María, la trabajadora de Día, quien ya está pendiente de la hora para correr a casa de sus padres a recoger a sus hijos antes de que sus progenitores empiecen a trabajar. “Tengo suerte porque son jóvenes y no corren mayores riesgos”, comenta la cajera.

De pronto, una clienta le escucha decir que está embarazada. “Uy, tú no deberías estar aquí, no paran de decirlo en la televisión”, le recomienda la mujer mientras introduce su compra en una bolsa. “Ya, pero aquí estoy, me dicen que no es peligroso”, responde María, antes de pasar al siguiente cliente.

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