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Los científicos españoles que estuvieron a las puertas de conseguir un Nobel

Rafael Camarillo Blas

Si yo le preguntara qué jugador marcó el gol de la victoria de España aquella noche de 2010 en Johannesburgo (Sudáfrica) estoy seguro que nombraría sin titubear a Andrés Iniesta. Ahora bien, si le preguntara qué jugador falló el penalti que nos hubiera permitido llegar a semifinales del Mundial de 2002 es probable que no recuerde a Joaquín. Sí, el de los chistes, el del Betis.

Si nos preguntan qué científicos españoles han obtenido Premios Nobel en Física, Química, Medicina o Fisiología es probable que nombremos a Santiago Ramón y Cajal (Premio Nobel de Medicina en 1906) y Severo Ochoa (Premio Nobel de Medicina en 1959). O quizá no, ya que el Estudio Internacional de Cultura Científica llevado a cabo por la Fundación BBVA en 2012 mostró que casi el 46 % de los españoles es incapaz de dar el nombre de un científico.

Por ello, la pregunta para sacar nota es la siguiente: ¿sabría decirme qué científicos españoles tuvieron alguna posibilidad de ganar un Nobel y no lo consiguieron?

La web de los Premios Nobel permite acceder a las nominaciones anteriores a 1969. El motivo es que estas no pueden ser reveladas hasta 50 años después de la entrega de los premios. Con la ayuda de dicha base de datos llegamos a dos conclusiones:

  • No hay españoles nominados ni en Física ni en Química.
  • Solo hay cuatro españoles nominados en Medicina o Fisiología aparte de los Iniestas anteriormente nombrados.

Jaume Ferrán i Clúa y la vacuna contra el cólera

El primero es Jaume Ferrán i Clúa, que fue nominado 6 veces entre 1911 y 1921. El motivo principal fue descubrir una vacuna contra el cólera, además de sus trabajos sobre la difteria, la rabia, el tétanos, la peste bubónica y la tuberculosis.

Este bacteriólogo tarraconense fue director del Laboratorio Microbiológico Municipal de Barcelona. Desarrolló y aplicó con éxito (y no sin escepticismo, incluyendo el de Ramón y Cajal) una vacuna contra el cólera en la epidemia que azotó la región valenciana en 1885. Este fue el primer ensayo mundial en seres humanos de un procedimiento de inmunización artificial contra una enfermedad de causa bacteriana.

José Gómez Ocaña y la tiroides

A continuación, debemos mencionar al malagueño José Gómez Ocaña. Fue nominado tres veces entre 1913 y 1918 por sus trabajos sobre secreción endocrina.

Fue catedrático de Fisiología de la Universidad Central de Madrid, donde contribuyó de forma determinante a la consolidación de la fisiología experimental en España.

Sus primeros trabajos de investigación trataron sobre el estudio experimental del sistema nervioso. Posteriormente pasaría a estudiar también el otro sistema de regulación funcional, el endocrino.

De hecho, sus Nuevas investigaciones sobre el tiroide (1895) constituyen uno de los primeros libros europeos sobre el estudio funcional de las glándulas de secreción interna.

August Pi i Sunyer y los quimiorreceptores

Le sigue el barcelonés August Pi i Sunyer. Fue nominado seis veces entre 1915 y 1920 por sus trabajos sobre quimiorreceptores y su importancia en los “reflejos tróficos (respiración, regulación de azúcar en sangre).

Fue catedrático de Fisiología de la Universidad de Barcelona, donde obtuvo resultados relevantes en el estudio de los mecanismos de regulación refleja de los movimientos respiratorios. Al mismo tiempo, extendió ese interés por los mecanismos de regulación funcional de la glucemia.

Al terminar la Guerra Civil tuvo que exiliarse y, tras un breve período de estancia en París, se marchó a Venezuela y México, donde continuó su labor científica y académica.

Pío del Río Hortega y la glía

Por último, Pío del Río Hortega obtuvo tres nominaciones entre 1929 y 1937 por sus trabajos sobre histología e histopatología del sistema nervioso, especialmente sobre el tejido glía (microglía y oligodendroglía) que sirve de apoyo a nuestras neuronas.

Discípulo de Nicolás Achúcarro, este vallisoletano dedicó mucho tiempo de su vida al perfeccionamiento de las técnicas de tinción. Ideó en 1919 la del carbonato de plata amoniacal. Esta le permitió observar estructuras del sistema nervioso que habían permanecido ocultas hasta entonces.

Al estudiar la neuroglía descubrió dos tipos distintos de células desconocidas hasta ese momento. La primera fue la microglía o mesoglía, que sería posteriormente conocida como célula de Hortega. La segunda fue la oligodendroglía o glía interfascicular.

Al igual que Pi i Sunyer, tras la Guerra Civil primero se desplazó a París, posteriormente a Londres y, finalmente, a Argentina.

¿Quién será el siguiente?

Desgraciadamente, este es el corto repaso que podemos hacer de los científicos españoles nominados al Nobel. Mientras que cada mes de octubre esperamos que Cirac, Mojica o Corma reciban una llamada desde Estocolmo, solo nos queda seguir atentos a los nuevos nominados que vaya desvelando la base de datos de los Premios Nobel.

Sirva este artículo para homenajear a nuestros Joaquines de la ciencia, no tan conocidos como los Iniestas. A unos y otros debemos gratitud eterna por ser los pioneros de la profesión científica española en épocas mucho más adversas que la actual.

Decía Margarita Salas, que nos ha dejado recientemente, que “nunca va a haber recursos suficientes para la ciencia, porque siempre querremos más. Pero por lo menos, que estemos a nivel europeo”.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí

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