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El coche: la máquina de morir y matar

La contaminación del aire en una ciudad

Isabel Ramis / Rubén Carbonero

Salud, dinero y amor. A todos nos gustaría gozar de buena salud hasta el día que muramos. Y, por otro lado, tenemos la manía de desplazarnos de un sitio a otro: para ir a trabajar, para quedar con la gente, para hacer recados... Hasta ahí, bien. Pero para movernos hemos adquirido hábitos casi inconscientes que resultan extremadamente dañinos para la salud, aunque no lo avisen desde el Ministerio de Sanidad como hacen con el tabaco.

Desplazarnos en coche por sistema contamina el aire, provoca ruido y nos hace engordar: acabamos muriendo y matando sin darnos cuenta. Muriendo, porque engordamos, y matando, porque cada vez que usamos el coche emitimos un poquito más de sustancias contaminantes que, acumuladas, terminan por causar perjuicios a la salud de nuestros vecinos. Se necesitan medidas valientes que detengan este círculo vicioso de dependencia del coche, al menos tal y como está planteado hoy en día.

Morimos por los malos humos

El Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó el pasado mes de febrero los datos de defunciones según la causa de muerte correspondientes al año 2015. Muchas de estas causas pueden relacionarse con la movilidad, tanto por la contaminación –como consecuencia de las emisiones– como por sedentarismo, por la falta de actividad física diaria.

El grupo de las enfermedades del sistema circulatorio se mantuvo como la primera causa de muerte, seguida de los tumores y de las enfermedades del sistema respiratorio. Estas últimas crecen un 18,3% con respecto al año anterior y es un dato destacado en el informe, pero caeríamos en un error si pensáramos que es la única relacionada con la contaminación.

“La causa más frecuente de muerte asociada a la contaminación no es por enfermedades respiratorias, sino por enfermedades cardiovasculares. Los días en los que se producen picos de contaminación, las admisiones por enfermedad coronaria o infarto de miocardio en los servicios de Urgencias se incrementan notablemente”, afirma el doctor José María Echave-Sustaeta, jefe del servicio de Neumología del Hospital Universitario Quirónsalud Madrid.

Entre los tumores, los responsables de mayor mortalidad continúan siendo los causantes de cáncer de bronquios y pulmón, que aumentaron un 1,6% respecto a 2014 (INE). El de pulmón es el tipo de cáncer más frecuente en el mundo y, según la Sociedad Española de Oncología Médica, el 36% de las muertes por cáncer de pulmón están relacionadas con la contaminación. No olvidemos que el humo de los diésel fue clasificado como cancerígeno en el 2012, y a pesar de ello se siguen vendiendo este tipo de vehículos sin ninguna advertencia ni limitación.

En cuanto al asma, según la Sociedad Española de Neumología, afecta a un 5% de adultos y al 8–12% de niños y adolescentes en España, e implica un coste anual de 1.872 millones de euros. Los asmáticos son, junto a niños, adolescentes y mayores de 65 años, los colectivos más vulnerables a la contaminación.

En definitiva, la contaminación atmosférica constituye en la actualidad, por sí sola, el riesgo ambiental para la salud más importante del mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Cada año se atribuyen siete millones de muertes a la contaminación atmosférica, según estimaciones publicadas por este organismo en 2014.

Madrid y Barcelona son las dos ciudades de España que más sufren el problema de la contaminación. En ambas capitales se superan los niveles de dióxido de nitrógeno permitidos para garantizar la calidad del aire. Muchos madrileños recordarán la Navidad de 2016 por el episodio de contaminación que marcó un hito en cuanto a concienciación social. Las medidas de restricción del tráfico en el centro a los vehículos según el número de la matrícula o la prohibición de aparcar dieron mucho juego en un país donde se opina alegremente de cualquier cosa, sobre todo si es un asunto del que se desconoce casi todo. “A ver, ¿dónde está la contaminación, que yo la vea?”, argumentaba un ciudadano en el telediario. Barcelona, por su parte, ya ha anunciado restricciones para los vehículos más contaminantes de cara al año 2019 en los días laborales, aunque entrará en vigor el 1 de diciembre para episodios de alerta por contaminación. ¿Serán suficientes?

“No muerdas la mano que te da de comer”

A pesar de que la contaminación del aire supone unos costes del 3,5% del PIB, según el Banco Mundial, adoptar medidas serias atacando a su origen –principalmente, quemar gasoil en nuestros coches– supondría un posible enfrentamiento con uno de los principales impulsores de la economía.

España ocupa la segunda posición en la clasificación de fabricantes de automóviles en Europa y la octava a nivel mundial. La fabricación de coches representa un 17% de las exportaciones del país, una aportación del 10% en el PIB, y emplea directa o indirectamente a un 9% de la población activa. La facturación del sector ascendió en 2015 a 60.855 millones de euros, un 18,3% más que el año anterior. ¿Quién querría morder la mano que le da de comer? “La sociedad está informada y sensibilizada sobre el riesgo para la salud que supone la contaminación; sin embargo, no hay tanta sensibilización como para realizar los cambios de hábitos de vida que requeriría dar a la contaminación la importancia real que tiene. Las medidas anticontaminación pueden ir asociadas a incomodidades en la vida diaria, ante lo que se prefiere mirar a otro lado”, continúa Echave-Sustaeta.

Y es que conocemos de sobra los efectos de la contaminación, sobre todo la del aire, pero no debemos olvidar que los usuarios enferman, también, por el abuso del uso del coche.

El coche, ¿nos hace engordar?

En España, un 30% de los adultos y un 83% de los adolescentes no llega al nivel mínimo de actividad física. La OMS recomienda un mínimo de dos horas y media de actividad física moderada a la semana, unos 21 minutos diarios, y el abuso del uso del coche no ayuda: es frecuente ir de un lugar a otro en coche y subir desde el garaje en ascensor o aparcar a la puerta de nuestro destino. Así que, como mínimo, el coche no nos ayuda a mantenernos físicamente activos.

O incluso puede decirse que el coche engorda: como apunta el seguimiento de la cohorte SUN de la Universidad de Navarra, que reveló un 40% más de casos de sobrepeso u obesidad entre las personas que más kilómetros conducen.

Y esta inactividad, de la que el abuso del coche es en parte responsable, nos hace enfermar y morir. Según apunta Natalie Mueller, investigadora de ISGlobal, solo en Barcelona “se producen al menos 1.200 fallecimientos prematuros cada año por inactividad física”. En España, otras fuentes señalan que rondan los 50.000.

Desde el Ministerio de Empleo están elaborando un estudio para medir el impacto de la implantación de hábitos saludables, y en sus planes está incentivar la promoción de la salud en los centros de trabajo. Juan Pablo Riesgo, secretario de Estado de Empleo, lo tiene claro: “Ir en bici al centro de trabajo aporta más salud, más bienestar y más productividad. El trabajador y la empresa salen favorecidos. La gente está más animada. Se reduce el absentismo porque hay bienestar en el ambiente de trabajo. Los trabajadores se encuentran más sanos y saludables. Ello aumenta el rendimiento de los empleados en la empresa. Y, además, se cuida el medio ambiente, que es esencial”.

El movimiento es salud, hasta el más sencillo

La buena noticia es que la solución está en nuestra mano y se presenta de múltiples maneras. Primero vienen las más evidentes, como apuntarse a un gimnasio (y luego acudir con frecuencia, que esa es otra lección sobre cambio de hábitos), caminar más o pasarse a la bicicleta.

En cuanto a la bici, si tenemos miedo a que nos la roben, tampoco es mala idea aprovechar las bicicletas públicas. Mueller apunta que por “su bajo precio y los ahorros financieros que implican”, las bicicletas públicas son “una fuente accesible y equitativa de actividad física”, y que sus usuarios suelen convertirse en habituales.Pero incluso un cambio mucho más fácil, como emplear el transporte público, sirve de ayuda. Según Mueller, en ciudad, “caminar a las paradas de transporte público (tren, metro, tranvía o autobús) supone unos cinco minutos, diez si contamos la ida y la vuelta”. Diez minutos por trayecto, con dos trayectos diarios, nos deja casi en el umbral mínimo de actividad. 

Somos agentes del cambio

Adaptando una frase de Mandela, la contaminación, o la obesidad, como el apartheid o la esclavitud, no son accidentes: son consecuencias de las acciones humanas y, por tanto, se podrán erradicar cambiando ese comportamiento. Y en los humanos, los cambios efectivos llegan lentamente.

Levantarse, coger el coche para ir a trabajar, aguantar estoicamente los parones por el tráfico y llegar a la oficina con estrés. Y llegar tarde si se ha tardado en encontrar aparcamiento o si se encuentran atascos. Este es el comienzo de la jornada laboral de muchas personas en este país. “Todos los días, el mismo día” es el nombre de la campaña de movilidad que la DGT lanzó en 2015. El objetivo de esa campaña era concienciar a todos los ciudadanos de la importancia del uso del transporte público, de la bicicleta o simplemente moverse de un lugar a otro caminando para evitar atascos, contaminación, gastos, etc.

Pero no, no es suficiente con hacer campañas. En palabras de Natalie Mueller, “las autoridades locales tienen la responsabilidad de proporcionar elecciones saludables a sus ciudadanos”. El entorno actual nos anima, casi nos obliga, a recurrir al coche por sistema. “Necesitamos diseños con diversidad de usos, que atiendan a las necesidades locales, con tiendas y otras dotaciones cercanas a las viviendas para que los habitantes puedan acudir a pie o en bicicleta”, indica Mueller, además de reducir el volumen de tráfico, hacer agradables y seguros los trayectos peatonales y en bicicleta y proporcionar servicios de transporte público apetecibles y competitivos.

Como señalaba Miguel Álvarez, de Nación Rotonda, en un reciente documental, en Copenhague cada año se elimina una pequeña cantidad de plazas de aparcamiento disponibles. Año tras año, de forma discreta pero implacable, se reduce el espacio destinado al coche en la ciudad. Así, los ciudadanos tienen tiempo para ajustar sus hábitos.

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