Un cuestionario “humillante” y la decisión del Papa de turno: el vía crucis de los curas que cuelgan los hábitos en el siglo XXI
“Yo creo que tengo vocación sacerdotal. Me siento cura”, aclara José Ángel antes de comenzar a relatar cómo fue el proceso por el que abandonó el ministerio. Se ordenó el 1 de agosto de 1992. Este verano celebró los 27 años de su ordenación en su casa, repartiendo la eucaristía entre un grupo de amigos a pesar de que colgó los hábitos en 2010 tras solicitarlo en 2005 por una crisis existencial: “No le encontraba sentido a lo que estaba haciendo.”
El trámite para dejar de ser sacerdote es aparentemente sencillo y puede resolverse en unos pocos meses. El sacerdote en cuestión debe comunicar su decisión en su diócesis y responder un cuestionario con preguntas de diversa índole. La diócesis comienza la instrucción de un procedimiento administrativo y envía sus conclusiones a la congregación para el Clero de la Santa Sede, donde se analiza y, en caso de considerarlo oportuno, se envía un rescripto en el que se le exime de casi todas sus responsabilidades como sacerdote.
Sencillo en el papel. El procedimiento entraña también obstáculos que hacen que, en algunos casos, se alargue durante años dejando a quien lo pide en un vacío jurídico. El primero es que la diócesis frene la instrucción; el segundo, que lo haga la curia vaticana. “No estamos hablando de funcionarios ni de empleados. No están pidiendo el finiquito. Es una cosa totalmente distinta, una vocación divina que no se puede resolver de una manera mecánica. Esto funciona con otra lógica y, quien no tiene esa lógica, no lo va a entender nunca”, indican fuentes expertas en derecho canónico que defienden que “lo que mira la Iglesia en estos casos es el bien de la persona y del pueblo de Dios” por lo que la secularización “no es un derecho que se pueda invocar”.
José Ángel, que prefiere que no se le identifique, pidió la dispensa en 2005, pero lamenta que nadie respondiera por él. “Me dejaron a la deriva. Estaba sin cabeza y no tenía ningún obispo que me representara. De mi no sabían nada, hasta que vine a dar a una ciudad en concreto y un obispo dijo: este hombre está aquí y desde hace años no habéis movido un dedo. En 2008 mandaron los papeles a Roma. En 2010 ya me habían respondido”, relata. Cada Papa tiene su propia agenda política en este sentido. En este caso, eran tiempos de Benedicto XVI, que intentó aligerar la carga acumulada por su antecesor.
“Las políticas cambian”
El Papa Juan XXIII abrió la puerta a la secularización de sacerdotes y, tras el Concilio Vaticano II (1962-1965), Pablo VI facilitó las dispensas a aquellos que querían dejar el ejercicio presbiteral. Por aquella época, Josemari Lorenzo consiguió la dispensa en apenas seis meses. Era el año 70. Con la llegada de Juan Pablo II, el ritmo de las dispensas cambió. “Muchos no la conseguían en 12 años”, recuerda este sacerdote que lleva casi medio siglo “ayudando a curas que quieren salir y a otros que quieren continuar y no saben cómo”. “Dentro de esto hay un proceso en la persona. La mayoría suelen salir por una cuestión de celibato, porque se han enamorado. Otros porque han perdido la fe, pero son muy pocos”, explica.
“Las políticas cambian”, indican los expertos. “Después del Concilio se abrió absolutamente y cambió todo el régimen canónico tradicional en materia de dispensa del celibato y de la pérdida de condición sacerdotal. Fueron unos años en los que hubo una sangría muy grande. El post-concilio introdujo un cambio en este tema y Juan Pablo II volvió a establecer un criterio de mayor escrutinio, de manera que no fuera una cosa automática”, explican. No hay cifras oficiales, pero se estima que se han dispensado 100.000 secularizaciones en todo el mundo, unas 6.000 en España.
Ramón Alario recibió su dispensa, con perplejidad, en 2017. “En el año 80, por discrepancias profundas -con algunas decisiones de Roma-, entre las que se incluyen que me había enamorado, decido dejar el trabajo como cura”, indica. Él se negó a responder al cuestionario. “El objetivo es demostrar que quien quiere dejar de ser sacerdote es porque nunca se había sentido sacerdote. Es un error supino. Es algo así como tratar de decir que cuando un matrimonio se deshace es porque no ha habido matrimonio de verdad”, considera.
Espera de 37 años
“Hablé con mi obispo, el cardenal Tarancón, y le planteé mi situación. Le dije que en conciencia no iba a hacer la declaración que se me pide que haga, ni a pasar por el interrogatorio de esa ficción en la que no creo, pero que sí me gustaría dejar constancia de mi discrepancia, por qué me hice cura, cuál ha sido mi recorrido y por qué no me siento en conciencia a gusto para llevar una doble vida o actuando como cura cuando discrepo de muchas cosas”, explica. “Él envía ese papel a Roma y no vuelvo a obtener noticia ni contestación hasta 2017. Han pasado la friolera de 37 años. Tengo tres hijas, alguna nieta y me llega un papel en el que se me dice que se me ha concedido el permiso para dejar el ministerio”, cuenta sorprendido.
Lo que él llama “interrogatorio” es un cuestionario en el que se pregunta por cuestiones “muy íntimas”, considera José Ángel. “Tocan todos los puntos: la adolescencia, de niños, por qué entraste, cuál fue el motivo, si fue por dinero, si tu ambiente familiar influyó en ti... Y el tema sexual, si tenías inclinaciones desde muy joven, si tienes relaciones íntimas con mujeres o con hombres, si sales mucho. Son íntimas, porque el documento lo que pretende es justificar que realmente es un caso que merece la dispensa”, desarrolla.
El sentido de esas preguntas no ha cambiado en décadas, porque Josemari recuerda el cuestionario como algo “terrible” y “humillante, en el sentido de que te preguntaban toda tu vida, si estabas enamorado, si cumplías la castidad... cosas que son más bien de confesionario”. “La autoridad, para resolver, tiene que conocer cuáles son las circunstancias personales y las motivaciones. Eso se puede facilitar con un cuestionario, pero depende de la iniciativa del encargado”, justifican las fuentes consultadas.
“Una especie de exilio”
Los escritos suelen incluir una serie de recomendaciones que tampoco han cambiado demasiado. Uno de estos documentos, emitido ya con el Papa Francisco al frente del Vaticano, al que ha tenido acceso eldiario.es, indica que, además de la dimisión del estado clerical, se incluye la dispensa del celibato, de los votos y la absolución de las censuras. Incluye también prohibiciones explícitas. “No puede desempeñar ninguna función en seminarios o instituciones equivalentes”; “en instituciones de estudios superiores (...) no puede enseñar disciplina alguna de orden propiamente teológico o que esté estrechamente unida a la teología”; “en instituciones de estudios menores, que dependen de la autoridad eclesiástica, no puede ejercer de director ni de profesor de disciplinas teológicas”, ni dar clase de religión, aunque no dependan de esta autoridad.
A los sacerdotes secularizados que se casen, se les pide que lo hagan “en manera discreta, sin pompa ni boato”. Además, incluye otro requisito que deben aceptar: “El sacerdote que ha sido dispensado del celibato sacerdotal y, más aún, el sacerdote que se ha casado, debe mantenerse alejado del lugar o territorio donde se conoce su estado anterior, y no puede ejercer, en lugar alguno, la función de lector, de acólito, o distribuir o ser ministro extraordinario de la Eucaristía”, unas tareas que puede realizar cualquier seglar. “Son restricciones que nos parecen exageradas”, lamenta Lorenzo, para quien la petición de abandonar la diócesis es “una especie de exilio”.
“Es traumático, porque, de manera frecuente, la jerarquía trata a los curas secularizados como a apestados. Tú te lo tragas solo, lo asimilas solo y haces la digestión solo. Yo he necesitado ayuda psicológica. A partir de que te dicen que ya no vayas más a la parroquia es como si te hicieran puenting sin cuerda”, lamenta José Ángel. “El cura que abandona el cuerpo, salvo que tenga mucha suerte y el obispo le quiera echar una mano, en la mayoría de los casos se queda con una mano delante y otra detrás. A algunos curas el obispo les mantuvo el sueldo hasta que consiguieron un trabajo distinto. Otras personas, evidentemente, renunciamos”, cuenta Ramón. A José Ángel le dieron 1.000 euros.
En cualquier caso, la dispensa no supone que el sacerdote deje de serlo, ya que según la teología católica este sacramento es para siempre. “Aunque se conceda esa dispensa, esa persona sigue siendo sacerdote. Eso es irrenunciable. El sacramento del orden imprime carácter, es una huella en el alma aunque no tenga la condición jurídica de sacerdote”, explican los expertos. De hecho, los sacerdotes secularizados pueden, por ejemplo, confesar en caso de extrema necesidad. “Imprime carácter”, coincide Josemari Lorenzo, “nunca deja uno de ser sacerdote”.