La COVID-19 no daña solo los pulmones sino que puede afectar a otros muchos órganos
Tos, fiebre y dificultad respiratoria, estos son tres de los síntomas más típicos para sospechar una COVID-19, la nueva enfermedad provocada por el virus SARS-CoV-2. Aunque estas manifestaciones clínicas resultan útiles para orientar un diagnóstico, no dejan de ser una simplificación de la compleja realidad de esta dolencia. Ya se han identificado decenas de signos y síntomas diferentes asociados a la COVID-19 y cada semana que pasa se descubren más de ellos.
Cuando el coronavirus infecta a una persona, el desenlace puede ser extremadamente dispar: desde una infección asintomática hasta la muerte. Multitud de factores biológicos, muchos desconocidos aún, marcan la diferencia entre que la COVID-19 se convierta en una anécdota en la vida o le ponga un punto final.
Sí que contamos, al menos, con algunas certezas: el coronavirus tiene predilección por las vías respiratorias y los pulmones, donde provoca más daños en las personas vulnerables y desencadena los problemas de salud más graves y letales. La urgente necesidad de respiradores en los países afectados por la pandemia de COVID-19 es un fiel reflejo de cuál es el órgano más afectado por el virus. Sin embargo, esta narrativa de los hechos se trata, de nuevo, de una simplificación de la realidad.
La COVID-19 puede afectar también a otros muchos órganos y tejidos como los riñones, el corazón, el hígado, el cerebro, el intestino o los vasos sanguíneos debido, entre otros factores, a que sus células tienen receptores ACE2 que el coronavirus puede utilizar para infiltrarse en ellas.
¿Qué hay detrás del daño a múltiples partes del cuerpo?
Los investigadores están estudiando en qué medida los daños detectados en diferentes partes del cuerpo humano por la COVID-19 se deben al propio coronavirus, a la reacción desproporcionada del sistema inmunitario (como la tormenta de citoquinas) o a los diferentes tratamientos que se aplican a los pacientes más graves en los hospitales. Una de las hipótesis que está reforzándose en la última semana (por las evidencias científicas que arrojan varios estudios) postula que el daño a diferentes tejidos y órganos provocados por el coronavirus se debe a la alteración de la superficie interna de los vasos sanguíneos (el endotelio). La disfunción de los vasos por la inflamación favorecería la formación de coágulos sanguíneos (trombosis) y la vasoconstricción, lo que produciría una disminución del riego sanguíneo en diferentes regiones del cuerpo humano, especialmente en los vasos más pequeños (la microvasculatura).
Esto explicaría por qué en determinados pacientes, además del daño pulmonar, también se producen lesiones cutáneas, daño hepático, fallos renales y cardíacos o incluso fracasos multiorgánicos fulminantes en cuestión de horas. Un estudio sobre 191 pacientes en Wuhan, China, detectó que el 90% de las personas con neumonía tenían alteraciones de la coagulación que favorecían la formación de coágulos. En Holanda, otro estudio observó que el 31% de los pacientes con COVID-19 ingresados en la UCI también tenían complicaciones por trombosis.
Los hallazgos de diversas autopsias difundidas hasta ahora respaldan la idea de que los vasos sanguíneos tienen un papel clave en las formas más graves de COVID-19. Este 22 de abril, se prepublicaron los primeros datos (aún pendiente de la revisión por expertos) de las autopsias de pulmón de fallecidos por el coronavirus en Italia. Entre los datos más interesantes, los científicos de Milán destacan lo siguiente: “El hallazgo principal más relevante es la presencia de coágulos de fibrina-plaquetas en los pequeños vasos arteriales; esta observación importante encaja en el contexto clínico de coagulopatía que predomina en estos pacientes y que es uno de los objetivos terapéuticos principales”.
Una larga y estrambótica lista de síntomas atípicos
Con la expansión del coronavirus por el mundo y el incremento exponencial de personas afectadas por COVID-19, se han identificado síntomas extraños y muy diferentes de una típica infección respiratoria. Un artículo publicado el 17 de abril en la revista The British Medical Journal recoge varios de estos síntomas poco habituales. Entre ellos encontramos la diarrea, un síntoma que puede aparecer al principio de la infección y que puede encontrarse entre el 2 y el 40% de los pacientes. Aún no se sabe si este problema de salud está provocado por la infección del virus en las células intestinales (que poseen receptores que el coronavirus utiliza para infiltrarse), por afectación de los nervios que regulan el tránsito intestinal o por la reacción inflamatoria que se produce como respuesta.
Otros síntomas raros son los neurológicos, entre los que destacan ictus, mareos, dolor de cabeza, trastornos musculoesqueléticos, alteraciones del estado mental, Síndrome de Guillain-Barré o encefalopatía aguda necrotizante. Los síntomas cardiovasculares también están presentes y se han observado daños e inflamación en la capa muscular del corazón y en el pericardio (la capa más externa del corazón), arritmias, fallos cardíacos y problemas de la coagulación. Los ojos también pueden afectarse y mostrar inflamación de la conjuntiva y aumento de las secreciones.
Lo que nos indican el conjunto de datos hasta ahora es que, más allá del pulmón, casi cualquier órgano puede dañarse en los pacientes más graves afectados por COVID-19. Las alteraciones de los vasos sanguíneos y los problemas de coagulación pueden ser una posible explicación, en el que tanto el coronavirus como el sistema inmunitario juegan su papel, pero es muy probable que esto sea, de nuevo, solo una parte incompleta de toda la historia que queda por conocer. El virus SARS-CoV-2 está resultando ser todo un reto, no solo para los epidemiólogos, sino también para los profesionales sanitarios.
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