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¿Puede un hombre ligar con una mujer sin ser machista? Apuntes desde un taller de flirteo igualitario

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Aitor Riveiro

¿Puede un hombre ligar con una mujer sin ser machista? No hablamos de conocer a alguien en un entorno concreto (ya sea de ocio, formativo o laboral), establecer una relación de amistad y que esta termine en otra de pareja más o menos duradera. Hablamos de entrar a una desconocida en la calle, en el metro, en la biblioteca o en un bar. De la conquista a puerta fría. De esos encuentros más o menos fortuitos y con final feliz que se empeñan en vendernos en tantos guiones de comedias románticas.

Ligar es un concepto amplio que debe precisarse. ¿Es posible abordar a una desconocida con la intención de entablar una relación física con ella sin incurrir en acoso? La respuesta corta es que no. La respuesta larga da para un taller de dos horas y media que, bajo el título Taller de flirteo igualitario, invita a los hombres a analizar sus comportamientos y a modificarlos para cambiar el paradigma: desinstalar los tópicos “por intentarlo no pierdes nada, el 'no' ya lo tienes” o “el que la sigue, la consigue” y sustituirlos por la premisa de que lo normal es que el acercamiento sea incómodo para quien no lo ha pedido.

A la convocatoria acudimos nueve hombres que hemos dejado atrás nuestra juventud. Dispuestos a compartir experiencias y a revisar por el espejo retrovisor los comportamientos que tuvimos (y tenemos) cuando la visión de género no formaba parte, al menos conscientemente, de nuestro proceso de toma de decisiones en las relaciones interpersonales.

El taller, organizado por la asociación mixta Masculinidades Beta, empieza con una trampa que se desvela en los primeros compases de la sesión. No nos van a enseñar a ligar. No habrá trucos sobre cómo entablar una conversación con esa chica tan guapa de la facultad sin parecer un tarugo. No se desvelará la fórmula para triunfar en el garito de moda y encima quedar como un gran defensor de la igualdad.

Tampoco es una sorpresa. Los asistentes ya lo intuíamos. En realidad, se trata de lo contrario: de comprender que lo que la mayoría de la gente entiende por “ligar” parte de considerar a las mujeres como un objeto sexual. Y obliga, sí o sí, a invadir el espacio personal de alguien que puede no desearlo. O lo que es peor, que puede sentirse intimidada. En el metro, por ejemplo, donde no siempre existe escapatoria y donde una sonrisa de cortesía, incluso de autoprotección, puede confundirse con una muestra de complacencia. O en el ámbito laboral, donde la prevalencia masculina es la norma. O en la calle.

¿No se puede ligar, entonces?

Primera conclusión del taller: es imposible no acosar en determinados espacios. Incluso aunque estén prediseñados para ligar. La pregunta brota. ¿No se puede ligar, entonces? Se puede. Pero no de cualquier manera. Aquí entra el elemento subjetivo. ¿Es suficiente un intercambio de miradas? ¿Dos? ¿El flirteo (o lo que interpretemos como flirteo) puede dar pie a un acercamiento?

Uno de los asistentes expresa sus dudas: “Pero puedes hablar a la chica y, si te responde bien no es acoso, ¿no? Hay interés mutuo”. Y confiesa: “Yo no soy capaz de ligar en el metro, yo no sé vosotros. Pero yo he visto ligar y me he quedado flipado. Siempre he tenido admiración por ese tipo de personas”.

El miedo al rechazo entra en juego (luego volverá). Sigue el mismo compañero de taller: “Yo lo veo más fácil cuando los dos estamos haciendo lo mismo”. E intercede Iñaki, uno de los dinamizadores: “Es más fácil que te rechacen en un lugar público porque hay muchas probabilidades de que ella no quiera que se le acerque nadie. Ella va a su rollo, está viviendo su vida en la ciudad y no va a que le entre un desconocido”. Su compañera al frente del taller, Patricia, cierra el debate con una pregunta retórica acerca de la anécdota del metro: “Supongo que se trataba de un hombre entrando a una mujer. ¿Alguna vez lo habéis visto al revés?”.

Acercarse a una mujer desconocida en determinados ámbitos implica así asumir un riesgo: la probabilidad, más o menos alta, de que ella se incomode. “Hay una parte de la probabilidad de que la mujer se sienta acosada que el hombre ya asume”, explica Patricia.

Quedarse con el 'no'

Segunda conclusión (aplicable a todos los ámbitos de la vida): “Ante la duda, pedir siempre consentimiento”. Y “no” significa “no”. Desde el primero. Porque si tras varios “noes” llega un “sí”, ¿qué nivel de coerción ha existido? “No hay que buscar el significado al 'no'. Hay que quedarse con el 'no'”, asevera Patricia.

¿Y los consentimientos viciados? ¿Puede haber consentimiento con alcohol de por medio? “Es nulo”, apunta uno de los asistentes. “Si una persona que se ha tomado una copa no puede dar su consentimiento…”, desliza otro. Los organizadores proponen intercambiar el significante “consentimiento” por el de “deseo”. Se puede consentir sin quererlo. El consentimiento puede ser contradictorio. Pero, creen, no se puede desear sin sentirlo. La moción no tiene muchos adeptos entre los asistentes.

Otra vez salen a debate la cuestión del “riesgo” que asumen los hombres, incluso el “subidón” que puede dar que una mujer que dice “no” varias veces acabe diciendo que “sí”. Y la gestión del rechazo, esta vez en forma de insistencia.

El debate en el taller se acalora precisamente cuando entran en juego las subjetividades: qué entiende cada uno que es aceptable o no. ¿Hay que ser plenamente explícito en un acercamiento? ¿Es lícito mentir sobre las intenciones de partida? O más difícil: ¿Es lícito no revelar de forma expresa y desde el primer momento esas intenciones?

En este momento del taller se producen el primer y único enfrentamiento directo entre dos de los asistentes (entiéndase por enfrentamiento directo un intercambio dialéctico sin alcanzar un consenso, el resultado más común en un entorno así). Una discrepancia leve. Quizá porque, y esta es la principal pega al evento, los asistentes vamos con buena parte de la lección aprendida. O, al menos, conscientes de que hay límites y con ganas de encontrarlos.

Reaccionar ante el rechazo

El taller se acerca a su final y se aborda de pleno el tema del rechazo. ¿Cómo reaccionamos ante el rechazo? ¿Nos sentimos mal? Sumamos conclusiones: ante un rechazo, hay que pedir perdón porque es probable que hayamos molestado. “Muchas veces el problema es que nos importa más lo que recibimos nosotros que cómo hacemos sentir a la otra persona”, apunta Patricia. ¿Y si no estamos seguros?: “Preguntar. Hay que erotizar que la otra persona esté cómoda. Estamos acostumbrados a erotizar el juego de miradas y que nadie diga nada”.

Uno de los asistentes cuenta una anécdota personal que abre un debate: “¿Es bueno tener expectativas o es mejor no tenerlas? Porque te pueden decir que sí y luego, que no. Yo tengo mis expectativas si se viene conmigo a mi cama y se desnuda en mi cama. Si luego ella... Estoy hablando de un caso concreto que me hizo daño emocionalmente como hombre”. Y sigue: “Estamos hablando siempre de lo que el hombre hace mal. Pero, ¿qué pasa con esos hombres que ya hemos trabajado esas cosas? ¿Y con esa mujer que ve a todos los hombres iguales? A mí me hizo mucho daño”.

“¿Por qué? ¿Por qué te dijo que no?”, preguntamos.

“Hubo química. Mucha química. Hubo besos, conexión total. Hubo preliminares y yo expresé mi deseo. Y ella me dijo 'todos los hombres pensáis con la polla’. Luego empezamos a hablar y es verdad que ella tenía mucha mierda dentro, pero al final me pidió perdón. Yo me sentí mal y luego me sentí utilizado. Tuvimos sexo y me sentí una mierda al día siguiente. Al final el objeto fui yo. Se me juzgó sin conocerme”.

Última conclusión: No podemos controlar qué sentimos. Pero sí cómo lo gestionamos. Empatizar con la otra persona.

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