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El miedo al retroceso y el hartazgo por la violencia cotidiana movilizan al colectivo LGTBI

Manifestantes del colectivo LGTBI en las protestas contra las agresiones

Ana Requena Aguilar / Cristina Armunia Berges / África Gelardo Arrebola

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A Samuel lo mataron al grito de 'maricón'. Su asesinato despertó una ola de indignación, pero también disparó una alerta, la del miedo. Con agresiones violentas, que tienen ahora más atención en los medios, y un aumento de los discursos que banalizan la violencia LGTBifóbica y señalan las leyes que consagran la diversidad, el temor del colectivo ha crecido. Y el hartazgo. Esta semana se han convocado dos manifestaciones en diferentes ciudades contra la violencia homófoba. Porque, a pesar de que España figura a la cabeza en derechos conquistados y en integración, la realidad cotidiana dista aún mucho de la igualdad. Más allá de las palizas y de los puñetazos, muchas otras violencias y discriminaciones atraviesan la vida de las personas LGTBI, que ahora ven, con temor, cómo la intransigencia vuelve a extenderse.

“Lo que tendría que hacernos pensar todo lo que hemos vivido en los dos últimos meses es algo que pasa en la sociedad y que ahora se aplica a la LGTBIfobia. Nos ha revuelto una muerte. ¿Si Samuel no hubiera muerto estaríamos hablando de todo esto? Probablemente no. Pero detrás de Samuel hay miles de personas que han recibido hostias en la cara, agresiones, despidos laborales. Personas que deciden no hablar del tema en su familia por poder ofender a tal o cual, invisibilizaciones que te anulan como persona”, dice el presidente estatal de la Fundación Triángulo, José María Núñez Blanco.

Núñez Blanco asegura que el miedo siempre ha existido: “Miedo a cómo te miran, si vas de la mano con tu pareja, si vas a un bar y piensas si es suficientemente abierto el ambiente para poder besar o no a tu pareja. Eso no es una hostia en la cara, pero eso duele y eso limita la vida de las personas”.

Miedo a cómo te miran, si vas de la mano con tu pareja, si vas a un bar y piensas si es suficientemente abierto el ambiente para poder besar o no a tu pareja. Eso no es una hostia en la cara, pero eso duele y eso limita la vida de las personas

José María Núñez Blanco presidente estatal de la Fundación Triángulo

Le pasó a Sonia una Nochevieja. Estaba con su novia en una discoteca, bailando y comiéndose a besos. “Era una fiesta normal de fin de año, llena de gente. En ese momento no pensábamos en lo que teníamos alrededor. Nos estábamos besando, bailando muy pegadas. Y entonces nos llegó el típico pesado y nos dice ”buf, es que me estáis poniendo…“. Le dijimos ”no seas turras“, recuerda al otro lado del teléfono. Pero el hombre siguió: ”El tío empezó a decirnos que las dos le parecíamos guapísimas y que si queríamos ir al baño con él para hacer un trío. Al verse rechazado tres o cuatro veces, vino lo peor. Se acercó y nos dijo 'es que sois unas degeneradas asquerosas que encima no compartís'“.

Es una historia muy parecida a la que cuenta Semíramis González, comisaria de arte. “Como lesbiana, una cosa que siempre me ha pasado es escuchar comentarios de tipo sexual: 'Os falta un tío', 'os hace falta una polla', '¿queréis una polla?'. La incomodidad y la virulencia de quienes les increpan, especialmente después de responder a sus comentarios, ha hecho que la mayoría de situaciones acaben con ella y sus acompañantes abandonando el lugar.

Recuerda especialmente una de estas situaciones, durante una reunión informal de trabajo. “Salió el tema de que yo había quedado luego con mi chica. Un señor del mundo del arte dijo entonces 'pues si necesitáis hacer un trío, todos estamos disponibles'. Fue un shock, al final con esos comentarios disimulas porque casi te da más vergüenza a ti que a la persona que los hace”, dice. Semíramis reconoce tener más miedo ahora que hace unos años. “Miro más que antes por dónde voy de la mano con mi pareja”, dice.

Más miedo que antes

“Hay gente joven de 25 y 30 años que está empezando a sentir miedo. Que no nació con ese miedo porque nació en una España que aprobaba el matrimonio [igualitario], que celebraba el orgullo y la diversidad, sin embargo, está empezando a sentir el miedo”, explica Núñez Blanco. Según dice, al crecer la visibilidad, también han crecido las agresiones. “Esto genera miedo y ese miedo es real”, apunta.

En el día a día la gente siente que no puede expresarse con la misma libertad, porque hay otra gente que ya no tiene vergüenza en ser homófoba

Ignacio Paredero secretario de Organización de la FELGTB

De la misma opinión es Ignacio Paredero, secretario de Organización de la FELGTB, que opina que, tras este aumento de la movilización está, sobre todo, una toma de conciencia sobre la posibilidad de que España viva un retroceso. “Con el caso de Samuel, la gente de alguna manera ha visto con claridad que puede haber un retroceso claro de derechos que ha costado mucho tiempo conseguir”, afirma. ¿Hay más miedo que antes? Paredero cree que sí. “En el día a día la gente siente que no puede expresarse con la misma libertad, porque hay otra gente que ya no tiene vergüenza en ser homófoba. Vox de alguna manera ha abierto la espita a quien antes se callaba, se les dice de una manera sutil pero potente que no está mal decir algunas cosas”, defiende.

Las encuestas muestran datos que aparentemente podrían parecer contradictorios pero que conforman un prisma en el que conviven varias realidades. España era el país que mejor parado salía en una encuesta realizada por la firma británica YouGov sobre el apoyo a familiares o amigos LGTBI cuando estos deciden salir del armario. Pero la encuesta que la Agencia Europea de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) presentó el año pasado señalaba, por ejemplo, que un tercio de las personas LGTBI en España no va a algunos lugares por miedo y que la mitad de quienes tienen pareja evitan darse la mano en público. No obstante, España es uno de los seis países europeos con más visibilidad de la comunidad LGTBI.

Elisa Coll es activista y autora del libro Resistencia bisexual (editorial Melusina). Cree que el hartazgo se debe, sobre todo, a discursos que antes no estaban tan vivos y que ahora la extrema derecha ha hecho más permisibles. “De repente vemos amenazados espacios. No es que antes estuvieran del todo garantizados, pero sí más a salvo”, explica. El miedo, asegura, sí está más presente: “Me han llamado amigas diciéndome que se estaban planteando volver al armario. El armario es horrible pero sentir que estar fuera es aún peor que estar dentro y tener miedo de visibilizarte por lo que pueda pasar es tremendo”.

Más allá de las denuncias sobre delitos que odio, que crecen sostenidamente y lo hacen impulsadas por la mayor conciencia social, Núñez Blanco también considera que la situación ha empeorado en los últimos años por “la legitimación de los discursos de la extrema derecha” e indica que una de las soluciones tienen que ser “las políticas públicas”. “Hay una necesidad de abordar desde lo público, en lo educativo, en lo sanitario, en lo social, en lo político, en sentido positivo, el discurso de la diversidad. Hay que dar un paso adelante y no vale con una declaración”, concluye. 

Una camiseta “demasiado femenina”

Roberto tiene 21 años y se crió en Medina de Rioseco, un pueblo de 4.200 habitantes de Valladolid, en el que llevar una camiseta “demasiado femenina” o una funda de móvil “demasiado clara” al instituto servía de pretexto a sus compañeros para que se metieran con él. Cuando se mudó a Valladolid capital con 16 años, la ciudad se presentaba como una “liberación”. Empezó a conocer a más chicos homosexuales y formó un grupo de amigos, que le ayudaron a conocerse y a dejar de lado pensamientos suicidas que había sentido en su pueblo, informa Ángel Villaescusa.

En Valladolid empezó a salir con un chico. Una noche del verano de 2017 estaba de botellón con su novio y con una amiga de ambos cuando un chico les gritó 'maricones'. “Acabábamos de darnos un pico y un abrazo cuando nos insultaron”, recuerda Roberto. “Yo pensé que teníamos que callarnos. Tampoco te vas a enfrentar”. Pero su amiga salió en defensa de la pareja y la novia del chico que les había insultado se abalanzó sobre ella. De ahí pasaron todos a las manos. Roberto fue a defender a su amiga y acabo siendo golpeado por el chaval que había comenzado a insultarle: “Estuvo pegándome patadas mientras me decía maricón”.

A Julián la homofobia le ha afectado “de maneras incontables” desde que era un niño. En el año 2016 fue víctima de una agresión homófoba en el centro de Madrid. Una noche, volviendo de fiesta y casi entrando en su portal, un grupo de chicos le increpó, él contesto y en escasos instantes estaba en el suelo, protegiéndose la cara y la cabeza, recibiendo patadas. Este es un caso extremo, la peor versión de la violencia por cuestión por orientación sexual e identidad de género.

Pero Julián también cuenta que la LGTBIfobia le ha afectado de muchas otras maneras, incluso antes de saber que otro chico podía gustarle. “En el colegio me llamaban maricón y yo realmente no sabía si lo era o no”, recuerda. “Llegaba a mi casa llorando y le decía a mi madre me han llamado esto. Y una vez mi madre me pregunto que si era gay y yo le dije ”yo qué sé“. No tenía ni idea”, explica rememorando aquellos momentos confusos. “Vives con un montón de alertas puestas y el camino es tortuoso”, remata Julián.

Yo salgo a la calle como mujer trans y sufro violencia desde el minuto uno hasta que llego a mi casa

“Yo salgo a la calle como mujer trans y sufro violencia desde el minuto uno hasta que llego a mi casa. En mi casa es donde estoy a salvo, este Estado no nos protege”, contaba Raffaella, una mujer trans de 58 años, en la manifestación convocada por los colectivos LGTBI el pasado miércoles en Madrid.

Salir del armario en el trabajo

Las calles no son, sin embargo, el único lugar que puede resultar hostil. También la familia o el trabajo pueden serlo. Una encuesta de UGT de 2019 subrayaba que un 90% de las personas encuestadas consideraba que su orientación sexual o identidad de género era “un inconveniente” a la hora de encontrar un trabajo y 86,6%, que era necesario ocultarlo a la hora de hacer una entrevista de trabajo.

“Soy gay visible y han intentado desprestigiarme lanzando rumores. El último, llamarme 'marica mala', que tengo 'lo peor de un gay y lo peor de una mujer'. Es un intento de afectar a mi reputación, con el fin de aislarme y acotar mi proyección profesional, basado todo en prejuicios sobre mi orientación sexual”, revelaba entonces un técnico de una mediana empresa de unos 50 años.

La violencia o discriminación económica es, de hecho, una de las grandes barreras del colectivo, del que el secretario de Organización de la FELTGB dice que “arrastra muchas discriminaciones estructurales”. “Cuando miras los estudios y datos ves que a nivel económico es un colectivo más vulnerable y que los niveles salariales son peores. Hay que pensar, por ejemplo, que hay gente que se va de casa más joven por problemas con sus familias, o que necesita irse de la ciudad donde vive... son acumulados que no se ven y pueden derivar en más dificultades y en más precariedad. Eso, más la propia discriminación en el empleo, es algo que sufren especialmente las personas trans”, asegura Ignacio Paredero.

Y es que, más allá de las palizas, de los episodios más virulentos, a veces hasta los actos más cotidianos pueden acabar en violencia para las personas LGTBI. Como ir de la mano. Es lo que le ocurrió a Fran cuando, hace unos días, iba por la calle agarrado de la mano de su novio en Almería y un grupo de seis chicos les increparon. “A nuestro paso comenzaron a reírse y decir cosas como 'mira los maricones'”, relata. El grupo siguió increpándolos con “preguntas absurdas” que no respondieron. “Tan solo pedí que nos dejaran en paz”, cuenta Fran, quien admite que no contaron nada en su momento por “miedo” y porque no querían recordar lo sucedido. Ahora hablan por si “sirve para intentar frenar el aumento de LGTBIfobia”.

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