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El sistema inmunitario es la clave para entender por qué el SARS-CoV-2 es inofensivo o mortal según la persona

Recientes investigaciones han aportado nuevas pistas sobre las diferentes respuestas del sistema inmunitario

Esther Samper

29 de abril de 2021 22:31 h

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¿Qué factores determinan que las consecuencias provocadas por la infección del virus SARS-CoV-2 sean tan extremadamente variables entre individuos? ¿Por qué en muchas personas el coronavirus pasa por su cuerpo sin que apenas se enteren de ello mientras que en otras esto supone un ingreso en la UCI y la muerte? Estas cuestiones han recibido una gran atención científica a lo largo de la pandemia y cada vez se están acotando mejor los factores que aumentan el riesgo de padecer una COVID-19 grave o mortal.

Las características biológicas más obvias se identificaron con rapidez; las personas más ancianas y los hombres tenían un riesgo mayor de pasar esta enfermedad infecciosa con un pronóstico más sombrío. Más tarde y con el tiempo, se fue confirmando que padecer ciertas enfermedades o condiciones médicas incrementa las probabilidades de sufrir una COVID-19 complicada: hipertensión, obesidad, inmunodepresión, síndrome de Down, demencia, diabetes, enfermedad renal crónica, enfermedad pulmonar obstructiva crónica y un largo etcétera.

Más allá de estos factores de riesgo, los investigadores han centrado su atención en un elemento clave para explicar qué diferencia a las personas que pasan la COVID-19 de forma leve o asintomática de aquellas que tienen que ingresar en el hospital y terminan muriendo: su sistema inmunitario. Un aspecto fundamental para entender la COVID-19 es que la absoluta mayoría de las complicaciones no se producen por el propio coronavirus, sino por una respuesta inmunitaria desproporcionada o alterada hacia el virus.

Esta enfermedad infecciosa consta de tres etapas principales. Es la última etapa, llamada fase de hiperinflamación, la que va a marcar especialmente el pronóstico de las personas. Si la respuesta del sistema inmunitario se descontrola, apareciendo tormenta de citoquinas e inflamación exagerada, el pronóstico será grave. Esta reacción inmunitaria desproporcionada provoca, entre otras complicaciones, encharcamiento y lesiones de los pulmones y coagulación sanguínea (trombosis). No es ninguna casualidad que, por ahora, los únicos tratamientos que disminuyen notablemente la mortalidad en los pacientes con COVID-19 sean precisamente aquellos que consiguen mantener bajo control la respuesta inmunitaria (antiinflamatorios, inmunosupresores...).

Múltiples estudios han documentado que el predominio de neutrófilos (células inmunitarias no especializadas) sobre linfocitos (células inmunitarias especialistas en atacar a agentes infecciosos concretos) es un marcador de inflamación generalizada y este se asocia, a su vez, con una mayor probabilidad de padecer una COVID-19 grave. Precisamente este predominio de neutrófilos se da con mayor frecuencia en personas ancianas, con obesidad y diabetes tipo 2. Además, las personas de mayor edad son especialmente vulnerables ya que producen una respuesta antiviral más débil mediada por el interferón tipo I (una proteína que actúa en primera línea de defensa contra los virus). También se ha observado que más del 10 % de los pacientes graves de COVID-19 producen autoanticuerpos contra este interferón y que esta respuesta inmunitaria alterada está determinada por la genética.

Nuevas pistas sobre las diferentes respuestas del sistema inmunitario

Un reciente estudio publicado en la revista Nature Medicine ofrece información valiosa sobre las distintas respuestas del sistema inmunitario entre aquellas personas infectadas por el virus SARS-CoV-2. Para ello, analizaron la sangre de 130 personas en Reino Unido que pasaron la infección con una gravedad muy diferente (desde infección asintomática hasta COVID-19 muy grave). El análisis consistió en secuenciar el ARN de alrededor de 800.000 células sanguíneas de forma individual y en registrar las proteínas presentes en su superficie.

Los investigadores encontraron que los individuos infectados y asintomáticos se caracterizaban por tener niveles altos de un tipo particular de célula inmunitaria: linfocitos B que producen anticuerpos (IgA) presentes típicamente en las mucosas. Además, los pacientes con síntomas leves y moderados tenían niveles elevados de linfocitos B y T colaboradores.

Por el contrario, las personas que sufrieron una COVID-19 grave y tuvieron que ingresar en el hospital tenían niveles bajos de las células inmunitarias anteriores, mientras que producían de forma descontrolada células que potencian la inflamación como monocitos y linfocitos T asesinos. Otros estudios ya habían observado previamente que estos monocitos pueden transformarse en macrófagos y migrar a los pulmones donde provocan inflamación y lesiones en el pulmón. Además, los pacientes graves también tenían niveles elevados de megacariocitos, células productoras de plaquetas (que intervienen en la coagulación sanguínea), lo que podría favorecer la aparición de trombosis. 

Los autores plantean la hipótesis de que la característica que mantenía a las personas asintomáticas tras la infección podría ser la presencia de niveles elevados de linfocitos B productores de anticuerpos IgA2, como un sistema de defensa de primera línea, especialmente en la mucosa de la nariz.

Por supuesto, son necesarios más estudios que permitan distinguir si la presencia de estos linfocitos B particulares es la razón por la que las personas tuvieron una infección asintomática o fue, en realidad, consecuencia de otro mecanismo. En cualquier caso, esta información podría ser de utilidad para desarrollar fármacos dirigidos a dianas específicas de las células responsables de la inflamación exagerada que tiene lugar en la COVID-19 grave.

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