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Una ventana al Madrid que ya no pisamos

Cuando comenzó el confinamiento observar Sol, la plaza que piso cada semana para ir a la redacción, me permitió aterrizar en la realidad, con la que ahora muchos solo interactuamos por medios telemáticos.

EFE

Madrid —

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En la Puerta del Sol, con sus banderas a media asta, están desplegados el Samur y agentes de Policía, hace unos días había militares, de verde caqui; son pocos los transeúntes, van solos y, si no pasean a su perro, caminan a un ritmo muy rápido.

Todo esto lo veo a vista de pájaro desde mi piso, del que no salgo desde el viernes anterior al estado de alarma, hace 21 días. Como yo, unas 2.000 personas se asoman al mismo tiempo al Madrid que ya no pueden transitar desde cámaras en directo que se muestran en internet.

La más concurrida es la que la empresa privada Skyline Webcams -con vistas a distintas ciudades- tiene instalada en Sol, aunque también es posible ver hasta 300 puntos de Madrid con los fotogramas que ofrecen sus cámaras de tráfico en la web del Ayuntamiento (http://informo.munimadrid.es/).

¿Qué miramos?

Cuando comenzó el confinamiento observar Sol, la plaza que piso cada semana para ir a la redacción, me permitió aterrizar en la realidad, con la que ahora muchos solo interactuamos por medios telemáticos.

Mi calle mide en total 198 metros, pero desde la ventana sólo veo 102. No puedo bajar a medirlo, lo he calculado en Google. Cuando salgo al balcón -un capricho que me obligó a buscar un alquiler más caro- sólo observo, si hay suerte, personas yendo al súper que sé que está en la esquina, pero al que no me alcanza la vista. Sé que hay colas porque mi pareja baja a comprar, pero no las he visto.

El Ejército y la Policía Municipal están desplegados por toda la ciudad, pero por esta estrecha calle no pasan. El punto álgido de mi particular microvecindario son los gatos de los vecinos tomando el sol y, como en el de todos, los aplausos diarios.

Mientras, en la Puerta del Sol pasa un repartidor en bici y la población de palomas dobla a la de viandantes.

A medio día todo se congela, los agentes se quedan quietos en una nueva rutina: minuto de silencio por los difuntos, que ya se cuentan a miles.

No sólo yo me asomo a Sol. Una antigua amiga me dice que siente ansiedad cuando pincha el directo, pero aún así lo conecta. A Esperanza, que en sus 'stories' aparece siempre abrazada a sus amigas, de fiesta, mirar la plaza le pone triste; el aguante, sin ellas y sin fecha final, se le hace duro.

Marta, periodista y editora de vídeo, no ha llegado a las cámaras en directo por esta pandemia. Sus padres conectaban ya con Sol para verla pasar, pues la plaza le pilla de camino cuando va al cine. Ella les avisa y, a 530 kilómetros de distancia, les saluda.

También Quique está mirando. Mientras pasa la cuarentena con sus padres para que su perra, Medio, tenga espacio se fija en la gente que pasa, si hay policía o bomberos y, en una especie de 'ventana indiscreta' online, en quienes se lanzan a observar desde sus propias ventanas.

El vacío de una plaza que mi generación -en la treintena- hizo suya durante el 15M nos trae a ambos recuerdos.

Entonces, a medianoche, miles rompíamos un grito mudo con aplausos, como los que ahora dedicamos a los sanitarios, y en las vallas publicitarias Paz Vega anunciaba cosmética, rodeada de carteles improvisados que pedían democracia real. Movilizada a medias y con entregas en la universidad, al volver a casa dejaba encendido el directo de Sol.

Observar la plaza vacía provoca tristeza, pero también consuelo porque cuando pinchamos las cámaras en directo que nos permiten mirar el Madrid que ya no pisamos, vemos que sigue ahí e imaginamos los paseos que daremos el día después.

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