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Las víctimas de la crisis climática en España, más allá de los informes: “En mi vida había pasado tanto miedo”

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Raúl Rejón / Álvaro García Sánchez / Tomeu Mesquida / Alfonso Alba

Villanueva de la Vera / Cartagena / Mallorca / Córdoba —

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“Nos sopló una ola y nos quedamos en shock. El agua nos reventó la ventana. Las olas pasaban por la quinta planta del edificio, la traspasaban y la policía empezó a sacar gente. Fue un día horrible. Era una ola detrás de la otra”.

A Francisca Corregidor no se le va a olvidar el mes de enero de 2020. La borrasca Gloria generó aquellos días un temporal costero en Mallorca cuyas olas destruyeron viviendas y negocios como el suyo en Portocolom. “Toda la terraza de nuestro bar volaba, las sillas parecían hojas caídas”.

El cambio climático, en el litoral como el mallorquín, se traduce no solo en la subida del nivel del mar sino que está trayendo “el aumento en la frecuencia e intensidad” de estos temporales costeros, como describe el Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático. No solo se pierden –literalmente– playas por la erosión, sino que las tormentas marinas destrozan infraestructuras, paseos y casas en la linde de la costa.

El episodio extremo vivido por Francisca es un ejemplo de que la crisis climática ya impacta en España. No se trata únicamente de estudios teóricos o proyecciones a largo plazo. Causa daños con oleajes destructores o inundaciones por lluvias torrenciales violentas. Seca el grifo de casas. Te coloca frente a las llamas de incendios forestales inapagables. Y tiene rostros concretos de estas víctimas climáticas.

“Yo ya he vivido tres temporales aquí, pero como Gloria ninguno”, describe Elena también desde Portocolom. “Cuando estaban construyendo el edificio junto al mar me dije: ¿quién será el loco que se compre un apartamento allí? Y al día siguiente mi suegro nos dijo que se lo había comprado”. Ese 2020 “las olas nos pasaban por encima y llegaban a la carretera a pesar de que hay un acantilado de varios metros que nos separa del mar. Las vigas de la casa de la vecina, que eran de madera, desaparecieron”.

“Yo en mi vida había pasado tanto miedo”, resume Francisca Corregidor tres años después.

Ya he vivido tres temporales, pero ninguno como Gloria. Cuando estaban construyendo el edificio junto al mar me dije: ¿quién será el loco que se compre un apartamento allí? Y al día siguiente mi suegro nos dijo que se lo había comprado

Elena Afectada por el temporal Gloria en Portocolom (Mallorca)

Las lluvias violentas

A 400 kilómetros en línea recta de Portocolom y tres años después del temporal que pasmó a Francisca y Elena, en la madrugada del 23 de mayo pasado, una tormenta anegó la mayoría de las calles de un barrio entero de Cartagena (Región de Murcia). A las cinco de la mañana, muchos vecinos de San Ginés salieron con miedo de sus casas para tratar de paliar lo inevitable. “Empezó a llover poco antes de las cinco menos diez de la mañana. A las cinco y veinte ya estaba todo inundado. Fue incontrolable”, rememora Juan Ayala.

Juan y sus vecinos en Cartagena padecen –como un martillo pilón– el recrudecimiento de las precipitaciones extremas que conlleva la alteración del clima generada por las emisiones de gases de los humanos.

“Esta inundación ha pasado ahora. Sin embargo, en otoño vendrá otra. Desde 2010 vamos a dos por año. Unas afectan más. Otras, menos. Pero estamos muy cansados”, cuenta Nati, que tiene un taller de coches desde 1998 en La Fábrica, el punto más bajo del barrio. El núcleo de las inundaciones.

Efectivamente, los datos recogidos por la AEMET apuntan “a un aumento en frecuencia e intensificación de las lluvias muy fuertes y torrenciales de extensión significativa en el Mediterráneo español”. Estas regiones y las Baleares, las zonas más expuestas a las inundaciones, “reciben un 19% más de precipitación en episodios de lluvia torrencial que en los años 60 del siglo XX”, informa la Agencia.

Esta inundación ha pasado ahora. En otoño vendrá otra. Desde 2010 vamos a dos por año. Cuando vemos que va a llover lo vivimos con un ataque de ansiedad terrible

Nati Vecina del barrio de San Ginés (Cartagena)

Así que en muchos lugares como estas calles de Cartagena, la espada de Damocles tiene, en realidad, forma de nube negra que descarga agua con violencia extrema. “Cuando vemos que va a llover lo vivimos con un ataque de ansiedad terrible”, insiste Nati. Su vecina Rozalía, que regenta un taller de arreglos textiles desde 2011, remata: “Siento mucho miedo cada vez que llueve. Cada tarde, cuando cierro, subo todo lo importante arriba, aunque digan que va a hacer buen tiempo”.

Zoila Germania tiene un supermercado en la vecindad y lleva tiempo revisando facturas. Los documentos se empaparon durante la riada. El agua entró imparable en su local. “Tuvimos que llamar a unos vecinos para que nos ayudaran”, comenta con tono cansado tras soportar muchas inundaciones. “Mi marido lleva un tiempo diciéndome que cierre el local, porque económicamente no podemos aguantar”. El tiempo extremo es también economía.

San Ginés, Los Alcázares u Orihuela son localidades que han puesto nombre a este impacto. En Ontinyent (Valencia) han tenido que trasladar a 45 familias y derruir sus viviendas porque se anegaban con cada avenida del río Clariano. En Sant Llorenç des Cardassar (Mallorca) murieron 13 personas en 2018 por la torrentada que provocó una tormenta virulenta.

Y sin embargo hay lugares sin agua

El embalse se ha secado completamente. Es la primera vez en la historia que Sierra Boyera se queda a cero y eso ha cortado el grifo a 80.000 personas en las comarcas cordobesas de Los Pedroches y el Valle del Guadiato. “Se te cae el alma a los pies”, describe Francisco Javier Domínguez –periodista y agricultor– al mirar la comarca.

Francisco Javier tiene una casa en mitad de Los Pedroches, en una zona que se salvó de milagro de un voraz incendio forestal. Allí, el que quiere agua para beber debe “ir al supermercado a comprar agua mineral o acudir al camión cisterna más cercano”. La Junta de Andalucía activó un trasvase de agua desde el cercano pantano de La Colada, pero el agua llegó contaminada por los vertidos agroganaderos incontrolados, así que el líquido para las personas debe viajar sobre ruedas. Dependiendo de dónde se viva hay un horario más o menos amplio para ir a rellenar a los camiones.

El agricultor cuenta que tiene familiares mayores que “apenas pueden cargar” las garrafas después de recibir el agua de los camiones. “Mis amigos de la hostelería han tenido que gastar hasta 300 euros a la semana para hacer acopio de agua mineral”.

Este caso del norte de Córdoba es un aviso serio porque la ley de aguas garantiza, por encima de cualquier otra cosa, el consumo humano. Se restringe cualquier actividad antes de cerrar el grifo de las casas. De hecho, casi el 80% del consumo hídrico lo hace la agricultura. Un uso intensivo del recurso que tensiona las reservas en años con precipitaciones normales, más todavía si son escasas.

Se pronostica que, en general, las sequías en España se harán más frecuentes conforme avanza el siglo XXI

Evaluación sobre el impacto del cambio climático en los recursos hídricos y sequías CEDEX (2017)

La cuestión es que en España, desde 1980, los recursos hídricos han descendido un 13%, según el Ministerio de Transición Ecológica. Es decir, hay menos agua. El calentamiento global está cambiando el régimen de lluvias que se vuelven, en general, más escasas (y más violentas). Además, al subir las temperaturas generales, el agua almacenada se evapora mucho más. Y el verano dura ahora –desde el punto de vista del calor– unas cinco semanas más que en 1980, ha constatado la AEMET.

“Se pronostica que, en general, las sequías en España se harán más frecuentes conforme avanza el siglo XXI”, calculaba el Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (CEDEX) del Gobierno en 2017 en su evaluación del efecto del cambio climático sobre los recursos y las sequías. “Más largas y frecuentes” tanto las que duran dos años como las más graves, de cinco años.

Con todo, Francisco Javier añade que “los que están sufriendo realmente la falta de agua son los ganaderos”. Y cuenta que la sequía en esa zona “comenzó hace tres años”. “En algunos casos la situación es crítica”, apunta. Según lo ve él, “la zona no es atractiva ni para invertir ni, por tanto, para vivir”.

Los incendios “inapagables”

En un país cada vez más seco y caluroso, el riesgo de incendios forestales escala. La época de máximo peligro llega antes, dura más y la amenaza se intensifica. “Aquí estamos en la primera línea de lucha contra el fuego. Hay todos los años”, cuenta Jaime Vázquez mientras conduce por la comarca extremeña de La Vera.

2022 fue el año con el verano mas caluroso registrado en España. Paralelamente fue el curso con más superficie de monte afectada por los incendios del decenio: 267.900 hectáreas. Un 184% más que la media de la década. Hubo 54 grandes incendios forestales (de más de 500 hectáreas) que, siendo el 0,84% de todos los siniestros, se llevaron por delante el 80% del territorio quemado.

50 de esos 54 fueron en junio, julio y agosto. “Desde 2017 detectamos fuegos inapagables”, dice Lourdes Hernández, experta forestal de WWF. Siniestros especialmente devastadores. “Los bomberos nos dicen que un incendio que libera más de 10.000 kilovatios por kilómetro cuadrado escapa a su capacidad de extinción. El de Sierra Culebra del año pasado llegó a 90.000 kilovatios”, especifica Hernández, que explica: “La crisis climática –unida a la intencionalidad y los cambios en el uso de los montes– es uno de los factores más relevantes por las condiciones extremas que genera”.

Vivimos muy a flor de piel el peligro del fuego, pero no solo no nos vamos a marchar, es que no nos vamos a quemar

Jane Vecina de Villanueva de la Vera (Cáceres)

El Plan de Adaptación Climática del Ministerio le da la razón, ya que avisa de que la sequedad y las temperaturas, además de aumentar el peligro, “hacen más frecuentes las condiciones favorecedoras de los grandes incendios”.

“Estamos en la filosofía de cuidar el bosque, que es lo más sagrado”, dice Jaime, al que todos llaman Haq. Ocho familias de la zona se han unido en la agrupación Albura después de pasar un verano el año pasado que califican cómo “terrorífico”. Algunos tuvieron que salir disparados de sus casas ante la proximidad de las llamas.

“Vivimos muy a flor de piel el peligro del fuego. Hemos tenido muchos incendios más o menos controlables, pero eso no quita que uno, algún día, se escape”, explica Jane, una inglesa que llegó por primera vez a La Vera en 1966 y vive allí permanentemente desde 2020.

Francisca, Elena, Juan, Rozalía, Francisco Javier, Jaime o Jane son solo algunas caras que ilustran la nueva normalidad climática en España. Y el horizonte que se aproxima.

Tras Gloria “hicimos una puesta a punto del piso, pero sin demasiado lujo, porque volverá a pasar”, relata Elena desde Mallorca. “Nosotros tenemos un murito de hormigón para protegernos, pero vamos, que cuando quiera entrar [el mar], lo hará igual”. Mientras, Cati, otra de las vecinas cartageneras de La Fábrica, dice con desánimo: “Sufrimos mucho en los días de lluvia. Todos. Es horrible. Nunca nos acostumbraremos a esto”.

Francisca, desde su bar en Portocolom, no quiere dejarse arrastrar por el desánimo: “¡A trabajar!”, exclama. Y remata: “Claro, que sea lo que dios quiera”. Y Jane, en Villanueva de la Vera, subraya que ella y sus siete vecinos han creado un plan de autoprotección ante los incendios que acechan sus casas por la crisis climática: “No solo no nos vamos a marchar, es que no nos vamos a quemar”.  

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